Domingo, 30 de marzo de 2008 | Hoy
CINE › MARTIN SCORSESE Y LOS ROLLING STONES HABLAN DEL DOCUMENTAL SHINE A LIGHT
Era cuestión de tiempo. Los caminos de los Stones y del director de Taxi Driver han sido paralelos. Ahora confluyen en Shine a Light, un documental que exhibe toda la madurez y el poder de unos creadores capaces de atravesar, como el Fausto de Goethe, la prueba del tiempo.
Por Jesús Ruiz Mantilla
Desde Berlín *
Los mitos y las leyendas son como cantos rodados: van corriendo con los tiempos, pero sobre todo perduran. Así, el paso de los años ha dado contundentemente la razón a Los Rolling Stones cuando eligieron el nombre. De la subversión, la rebelión y el lengüetazo sensual que le propiciaron al mundo en los sesenta han pasado ahora a encarnar otras ilusiones y sueños colectivos con sus canciones, con sus conciertos, con su desafío permanente a las normas de la moral, la física, la metafísica y la biología, algo que uno siente intensamente cuando los tiene enfrente, en carne y hueso.
El de la eterna juventud es uno de los pulsos más fascinantes que Los Rolling Stones han echado a la vida. Por eso, si Johann Wolfgang von Goethe hubiese nacido en estos tiempos y no en el siglo XVIII con salto al XIX, no habría empleado 60 años de su vida en escribir el Fausto. ¿Para qué, si Mick Jagger y Keith Richards encarnan como nadie ese mito, ese cuento fascinante, cada vez que salen al escenario con sus colegas Ron Wood y Charlie Watts? Además, otro creador vibrante como Martin Scorsese le habría ganado la partida cuando se le ocurrió filmar Shine a Light, el documental más enérgico y espectacular que se ha rodado nunca sobre la banda. Puro fuego. Puro poder electrizante y contagioso para transmitir toda la fuerza de los Stones en directo.
¿Y si Scorsese hubiera querido hacer con ellos un documental como el que hizo sobre Bob Dylan, No Direction Home? Mick Jagger, Keith Richards y él hablaron también de hacer algo entre bambalinas, detrás de las cortinas, en ese escondite en teoría privado que nadie ve cerca del escenario. “Por supuesto que hablamos de eso, pero cuando Martin nos lo propuso, nos lo dijo muy claro: ‘Quiero rodar uno de sus shows, un show, sencillamente’. Además, les aseguro que nadie quiere vernos a Charlie y a mí detrás del escenario, ya no”, comenta Richards. Lo dice con su whisky y su cigarro colgando del labio. Carcajeándose con su camisa abierta, sus colgantes vudús y sus sortijas de calavera al lado de su amigo el baterista Watts, impecable con un traje gris como recién salido del sastre, en la habitación de un hotel de Berlín.
Allí recibieron a la prensa. Luego entraron Ronnie Wood y Mick Jagger para contar básicamente lo mismo. Además, añade Jagger, había problemas de logística: “Lo malo es que era un sitio muy pequeño, no te podías mover. Lo más grande en aquella habitación que nos sirvió de backstage era una mesa”. Scorsese, que llega y se sienta solo al final, remata la cuestión con una de sus enormes peroratas: “Lo de Dylan sí, lo pensé”, admite. Pero avisa de los inconvenientes: “Hacer una película sobre los Stones así dura cinco horas”. Sencillamente, su planteamiento en este caso era otro. Muy claro: “Yo prefiero ver el concierto. ¿Qué los hace especiales? Incluso ahora. Son puro rock and roll a una edad en que a lo mejor no es lo apropiado para ciertos músicos. Hay una mezcla de madurez y poder, algo único que nos supera y nos produce éxtasis”.
Extasis y admiración, perplejidad y placer, morbo y envidia siente uno al contemplar la película, que se rodó en el otoño de 2006, en el Beacon Theatre de Nueva York, con invitados de lujo dentro y fuera del escenario. Un plantel que iba de la familia Clinton a Christina Aguilera. Y eso es lo que ha pretendido Scorsese con Shine a Light: ayudarlos a trasladar un retrato de lo que los convierte en una banda única. Pintar, escribir a base de 18 cámaras, con su estilo endemoniado y poderoso, una especie de versión propia al ritmo de la música; ofrecernos una nueva lectura de su particular Retrato de Dorian Gray. Era en esa obra sobre la dualidad y el deseo de inmortalidad donde Oscar Wilde nos planteaba: “Si yo quisiera ser eternamente joven y a cambio sólo envejeciera mi retrato, daría mi vida por ello”.
Unicamente rodando este insólito concierto y mechando el presente con imágenes y declaraciones de cuando eran muy jóvenes, el cineasta ofrece todo un discurso sobre ellos. Un prisma en el que se revelan como dioses del Olimpo, y supervivientes; como robinsones y superhombres, ajenos a las normas que rigen al común de los mortales.
“Nos devuelven a reacciones primarias. Nos llevan a la antigua Grecia, a lo dionisíaco. Todo eso está ahí, en un concierto de los Stones. En las culturas más antiguas, ¿qué se buscaba para un líder? Lo mismo que ahora: una combinación de gran estadista con Mick Jagger. Estos tipos podrían haber conquistado la India”, comenta el cineasta. La India quizá no, pero puede que cosas más difíciles, como el darle la vuelta a la vida común de la gente con la revolución moral implícita en sus canciones. “Sus letras son duras, irreverentes y me recordaban a lo que hacían Kurt Weill y Bertolt Brecht en La ópera de tres centavos. Tenían esa ambición de llegar a un cambio moral, más que Los Beatles”.
Más que “esos trovadores que caen en la trampa del diablo antes de llegar a Bombay”, como escribían Jagger y Richards en “Sympathy for the Devil” para que quedara palpable una clara rivalidad. “Los Stones observaban la cultura desde otros ángulos diferentes a los de Los Beatles. Lo vemos en ‘Mother Little Helper’; canciones así, donde tratan las adicciones de una civilización entera, de clases medias, de madres entregadas a los tranquilizantes”, comenta el director.
Ha sido un grupo que siempre ha vestido el cine de Scorsese. En cada una de esas películas suyas donde transpira el sudor, la dureza y el viento de las malas peligrosas hay un hueco para su música. Su identificación con ellos es total: “Me hablaban personalmente no ya en cosas como ‘Street Fightin Man’ o ‘Jumpin Jack Flash’. Conocí a muchos así que ya no están. Lo que más me interesa es la provocación y el desafío que nos proponen. Una canción como ‘Sympathy for the devil’ es una inspiración constante para mí”.
Esa canción en concreto es una de las que los conecta definitivamente con los grandes mitos, con el misterio de Fausto, con todos los límites y barreras por derribar a sus pies. Un mito que si con el contemporáneo de Shakespeare, John Marlowe, echó a andar, con Goethe se consumó literariamente, y con los Rolling, ahora, se ha hecho carne. Aunque Mick Jagger desvíe la pregunta al respecto: “¿Fausto? Claro que me interesa, leí muchas de sus versiones hace años, me atraía. ¿A qué país representa usted?”.
Pero hay evidencias que no se pueden negar. Por mucho que el gran Jagger, impoluto, con su cintura de avispa –“a partir de los 30 años hay que cuidarse”, avisa quien va camino de los 65 y tiene dos nietos y siete hijos–, con sus labios proverbiales, despeje el balón. Por más que con esa sonrisa que escuda y esconde todos los desprecios a base de buena educación y una actitud tan distante como la que pueda adoptar la reina de Inglaterra, no quiera hablar de Fausto ni de sus hipotéticos pactos con el diablo. Es imposible que se escape de las comparaciones.
Menos mal que su mefistofélico compañero Richards está ahí para recoger todos los guantes. Es una especie de voz malévola e incómoda de su raíz común. Si Jagger se desvía del camino, Richards le lanza un coco a la cabeza, y sin miedo a desplomarse del cocotero –como le ocurrió en la primavera de 2006 en las islas Fidji, obligando al grupo a rediseñar su gira–, le canta las cuarenta. Ocurrió cuando al cantante lo hicieron caballero de la Orden del Imperio Británico. Entonces dijo que le parecía algo despreciable y que no estaba dispuesto a salir al escenario con alguien que llevaba corona y capa de armiño. Un ataque al que Ja-gger respondió: “Probablemente a él también le gustaría que lo hubiesen nombrado”.
Luego se le pasó el rebote, pero en cualquier momento vuelve a explotar. Como recientemente, cuando soltó que su compañero de juegos era un maníaco un tanto vanidoso. Sus discursos difieren sobre todo en la manera de enfrentarse al pasado salvaje. A las drogas; a los líos con la policía, la justicia y los biempensantes que los han rodeado siempre. “¿Las drogas? Bueno, aquello ya pasó, creo que ha sido superado. Tantos líos con la ley y la policía nos apartaban de la creatividad que necesitábamos para hacer buena música”, comenta Jagger. Richards, en cambio, se regodea: “¡Ah, sí, las drogas, qué buenas! ¡Fantásticas! Ahora mis drogas consisten en estar medicado. Es un tema raro. Mirá, me lo he fumado todo, me he puesto hasta el culo de hierba. Y sigo haciéndolo. Además, esta prohibición de ahora me asquea”, cuenta mientras cala hasta el fondo otro de sus cigarros, y uno puede comprobar en su cara rasgada las huellas de una vida llevada al límite del placer y el dolor. Una vida en la que Richards ha superado abismos como el de su adicción a la heroína y otras cosas que le han hecho ganarse el mote de riff humano.
Aquel vigor de los Stones a los treinta y tantos años no se les ha evaporado todavía en esa edad en la que cualquiera se jubila. Al contrario, parece aumentar. Así se comprueba en Shine a Light, donde sigue presente esa fuerza. Fue un rodaje espídico, confuso y tenso que Scorsese parodia en un comienzo original y lleno de ironía. “Eran 18 cámaras. Teníamos dos horas y todos los monitores delante de mí. Desde que empezó la primera canción hasta el final se me pasó volando. Sabía que tenía que trabajar con todo aquello, que la película estaba en ese puzzle y sólo debía ordenarlo”, recuerda Scorsese. El resultado los ha conmocionado. Cada cual a su manera. Richards, entusiasmado: “Estoy impresionado por lo que ha hecho”. Ja-gger, distante y altivo: “Me ha gustado tanto que he resistido la proyección hasta el final”. Ro-nnie Wood, consciente de haber cumplido un sueño: “Es un auténtico Scorsese”, comenta socarrón el guitarrista, aficionado a la pintura. Charlie Watts, deseando pasar inadvertido, con traje gris impoluto: “Es que a mí no me gusta verme en pantalla”.
Eso que para Watts es un suplicio, en el caso general del grupo resulta algo natural. Lo cree Richards que, hurgando en los archivos para completar con imágenes históricas la película, reflexiona sobre el pasado, sobre lo que son: “Toda nuestra vida ha sido filmada; ahí está, en imágenes. Desde luego me gusta más verme cuando era más joven”, dice. Quizá por eso desea regresar a aquellos tiempos hurgando en su memoria: “Estoy empezando a trabajar en una autobiografía”, anuncia. “Me gusta ese ejercicio de escarbar en la memoria; cosas que no querés recordar, otras que olvidaste. Como no llevo un diario, es difícil. La vida te selecciona los recuerdos. Más a mí, que no me acuerdo ni de lo que hice ayer”.
Tras los estrenos por medio mundo se tomarán un tiempo. “Cuando no estamos trabajando, no mantenemos el contacto. A Charlie y a mí no nos gusta hablar por teléfono”, cuenta Richards. ¿Y los e-mails? “¿E-mail? Yo no tengo e-mail”, zanja Watts. Si no graban ni están de gira, desaparecen. “Aprovecho el tiempo, me tiro en la playa, leo”, comenta Richards. Pero no se despega de su guitarra. “Si me siento solo y no puedo dormir, me meto con ella en la cama”.
“¿Que si nos hemos edulcorado con los años?”, se pregunta Scorsese. “No, nos hemos moderado a lo mejor. Ellos son más sabios. La energía se evapora, pero hay cosas que es imposible que desaparezcan. Podés intentar controlar la rabia, aunque es muy importante que exista, debe estar presente en tu obra. La rabia es curiosidad, es rebelión contra la injusticia”.
La rabia y el misterio, el enigma a estas alturas ya casi indescifrable de lo que son los Stones y el gran Scorsese. Sólo Goethe, navegando por el tiempo, al principio de su Fausto nos sugiere con inquietud lo que pueden llegar a ser fenómenos como éstos en nuestra acelerada vida. Y nos lo advierte así: “Mi pecho se estremece como en mi juventud por los mágicos efluvios que envuelven nuestro desfile por la vida”.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
Sólo Martin Scorsese iguala en frenetismo y adicción al trabajo a los Stones. El director asegura que tiene cuatro proyectos en marcha. Mezclando ficción y documentales sin parar. Ahora acaba el rodaje de Shutter Island: “Un thriller psicológico con Leonardo DiCaprio, Marc Ruffalo, Ben Kingsley y espero que Max von Sydow. Se desarrolla en un psiquiátrico de las afueras de Boston y está basada en una novela de Dennis Lehane, el autor de Río místico”, comenta. Otros dos documentales musicales: “Uno sobre Bob Marley y otro con los archivos que nos ha pasado la viuda de George Harrison sobre él y sobre la historia de Los Beatles a través de él”, anuncia. Y otro proyecto de ficción sobre el negocio de la música. “Para retratar un mundo despiadado, duro, llevado por tipos implacables o directamente por la mafia. Así empezó esto, con pibes que se llevaban dos dólares por tocar y otros alrededor que hacían 200. Tipos con el pelo largo que luego llegaron a hacer cosas como Sgt. Pe-ppers, puro arte.” ¿Y qué hacen estos personajes ante esa evidencia? “Pues se quitan los prejuicios y dicen: dale, ahora vamos a forrarnos con el arte.”
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