PLASTICA › LA OBRA RECIENTE DE EDUARDO STUPíA EN LA GALERíA JORGE MARA, LA RUCHE
La retrospectiva de 2006, el Premio del Salón Nacional y la inclusión de su obra en el MoMA lo consagraron. Pero hay más.
› Por Fabián Lebenglik
Después de la consagratoria retrospectiva de 2006 en el Centro Cultural Recoleta, del Gran Premio del Salón Nacional 2007, de la inclusión de su obra en las colecciones del MoMA de Nueva York en 2007; después también de su participación en la exposición “Perspectives in Latin American Art”, 1930-2006, en el MoMA, Eduardo Stupía presenta en estos días una deslumbrante exposición en la nueva sala de la galería Jorge Mara, La Ruche.
Se trata de una muestra en la que cada obra incluye y condensa su producción anterior. Es, al mismo tiempo, una continuidad en el camino de su obra y también supone un salto: porque es la serie más arriesgada, donde el artista libera toda su creatividad sin ataduras. Tal intensidad, notoria en cada uno de sus nuevos trabajos, se combina con la utilización simultánea de distintos materiales en cada obra: carbonilla, grafito, lápiz, pastel y óleo. Cada material establece (lo hace el artista en su “naturalización” del acto de dibujar y pintar) una lógica y desarrollo propios, en el interior de la obra.
Como pudo verse en la retrospectiva de hace dos años y se comprueba en esta nueva exposición, en la obra de Stupía el concepto de dibujo extiende sus límites, porque se amplía hacia la escritura, la pintura, la mancha, el relato visual, la reflexión sobre los materiales, etc.
Resulta un impacto visual cada uno de estos nuevos trabajos: la relación entre continuidad y salto es un reto para la percepción del espectador, porque dentro de cada una de estas obras asoman paisajes abismales, relaciones de altísimo contraste, formas y secuencias que resultan solidarias en alguna zona del trabajo y absolutamente antagónicas en otra zona. Su concepción dibujística revela siempre múltiples focos, núcleos de atención, tensiones que se multiplican y permiten diferentes y productivas aproximaciones.
Así, cada cuadro exhibe una relación inquietante entre óptica y mecánica, que va y viene del ojo a la mano. Todo esto, que a veces llega al límite de la sobrecarga, también incluye vacíos y remansos. Hay toda una sabiduría de equilibrios desbordados y luego recuperados, entre las distintas zonas de tensión y distensión de cada trabajo. Como las continuidades y disrupciones de la música contemporáneas, en Stupía hay una capacidad enorme de generación de interés, contraste, remanso, dramatismo. Hay toda una gramática estilística que es única en este artista.
Por momentos el dibujante pone todo y el resultado es una sobrecarga de trazos, huellas y líneas. Por momentos, sin embargo, se abisma en la nada, en espacios vacíos, zonas en blanco y en silencio.
La obra de Eduardo Stupía juega inteligentemente con la mirada del espectador, que inevitablemente es conducido a sobreinterpretar líneas, filigranas, manchas, trazos y pinceladas.
La obra de Stupía se impone también por su intensidad. Una intensidad que toma diversas variantes y, dentro de estas variantes, múltiples matices. A veces la intensidad se concentra en una zona que funciona visualmente como núcleo incandescente o como agujero negro, a veces la intensidad se reproduce en varios sectores o estalla y se dispersa, generando múltiples focos de tensión visual.
El componente gestual también resulta clave. Y entonces es cuando el artista se deja llevar por la lógica de los materiales. Según se trata de lápices duros o blandos, de grafito, carbonilla, pastel... la intensidad del trazo, la textura, el motivo visual, el encadenamiento, contraste, etc., todo apunta a un juego de tensiones e intensidades, no solamente visual, sino también narrativo y musical.
Toda su obra se puede pensar y ver como un único gran dibujo o, más bien, como un inmenso organismo en el que el dibujo, funcional y constitutivo, es pensamiento que se piensa a sí mismo, como resultado de una lógica que va y viene de lo material a lo poético. A medida que fue ampliando el concepto de dibujo, su obra se vuelve más incierta e inquietante.
Hay aquí un proceso gradual de productiva inestabilidad, de disolución y reformulación compositiva, mucho más libre, más personal y arriesgado.
Como si Stupía se abandonara a la irracionalidad de los movimientos, las intuiciones poéticas y los materiales. Así, la sabiduría artística progresa en el abandono de supuestas certezas hacia una autonomía de la práctica y la poética.
La obra de Stupía conserva los atributos esenciales de los comienzos, pero al mismo tiempo se vuelve cada vez más arriesgada. La relación entre el ojo y la mano del artista con la mirada del espectador sobrevive en la genética de las acciones, en la razón de la materia y en la potencia de su imagen poética.
Junto con la exposición, la galería La Ruche y Dan Galería, de San Pablo, editaron un excelente libro con la obra reciente del pintor y 19 poemas (bilingües) de Eugénio de Andrade (1923-2005). (Paraná 1133, hasta el 23 de junio.)
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