Mar 29.12.2009
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PLASTICA › EL LIBRO FONDO, SOBRE LA OBRA RECIENTE DE MARCIA SCHVARTZ

Una pintora hasta el hueso

El libro recorre la obra reciente, feroz e intransigente, de la gran pintora, y se sumerge especialmente en los trabajos donde aparece la figura femenina en el agua, como punto de partida para hablar de la amistad y la militancia.

› Por Eduardo Stupía *

“El estilo de un autor, como la gracia de cada criatura, depende [...] no tanto de su genio como de aquello que en él está privado de genio, es decir, de su carácter. Por eso, cuando amamos a alguien no amamos propiamente ni su genio, ni su carácter (y mucho menos su Yo), sino la manera especial que esa persona tiene de huir de ambos; su ágil, esbelto vaivén entre genio y carácter.”
Giorgio Agamben, Profanaciones

“A cielo abierto yaceré entre ciénagas.”
Jorge Luis Borges, Poema conjetural

A la salvaje, sanguínea, temperamental Marcia Schvartz, paradójicamente nunca la traiciona el temperamento. Ella es equilibrio cuando todo parece desborde. Hundida en su pintura, o atravesada por ella, allí donde aparenta coquetear con el exceso transgresor de todos los límites, y en primer lugar de los suyos propios, Schvartz revierte esa tentación terminal en el orden de un mundo que sabe acompasar en excéntrica, de-sesperada armonía, depurando a fuerza de intuición y categoría artística los raptos y arranques de su convulsionada sensibilidad. La de Schvartz es una pintura cuya nota dominante es la intransigencia de una estética, una programática ferocidad militante en los contenidos y en lo formal, que sin embargo se autorregula bajo una suerte de templanza objetiva, con la pintura integrada de una manera casi animista con cada uno de sus motivos y a la vez contemplándolos, ponderándolos ecuánimemente, en pleno dominio de su mirada crítica, quirúrgica, que ha hecho de su inconfundible estilo un canon perfectamente balanceado de pathos, ideología, expresión, gesto, experimentalidad y clasicismo, recorrido incesantemente por el nervio de la injuriada belleza.

Aun cuando en sus piezas más recientes, que la artista ha bautizado como “fondos”, las ha desplazado parcialmente, las figuras igualmente persisten; de repente son apenas esbozos cáusticos de fantasmagórica presencia paralizados en un relámpago de neón, flotando transparentes en cristales y babas de tóxicas coloraturas o debajo de ellos, como perfiles de calcos y fisonomías de medallas atávicas, sobreviviendo en un líquido rancio, embrional y mortuorio a la vez. Al dejar que esos fondos pasen al frente, al proscenio de su imponente teatro, Schvartz parece decidida a desatar en su obra una nueva marejada de turbias corrientes, cocinando en un caldero incandescente este aluvión de materiales extrapictóricos que irrumpen matreros para quebrar los estatutos del lenguaje y hablar por sí mismos, trémulos residuos de incierta naturaleza fatalmente gastados de acontecimientos, objetos de discursos raídos, restos de metáforas que, como desasosegados destellos, invocan algún último resquicio de conciencia. Schvartz una vez más no da respiro en su fantástico aquelarre, que desde luego incluye la gratuidad absoluta de la pura invención visual, y hace más visible que nunca su intervención manual directa, casi como si pudiéramos ver el momento mismo de ejecución física de cada pieza.

Schvartz pintó y pinta con lanas, con cardos, con púas y espinas. Y ahora son los huesos, huesos de verdad y no pintados, volcados al cuadro con toda su anónima muerte animal alusivamente contaminada de barbarie humana, individual y colectiva; ahora son las piedras, el barro, la brea, la paja, la arpillera, el cartón, las sogas, los hongos, las ramas, las hojas secas, sustancias alegóricas de la argamasa que la artista inyecta en el torrente de su poesía ponzoñosa, para exponerlas en su descarnada evidencia y extraerles un espíritu desconocido, llevándolas productivamente al grado cero de lo que son, para transfigurarlas ya incorpóreas en el rasposo tembladeral de estos monumentos analógicos. El audaz planteo compromete los ejes geométricos y la lógica espacial del plano, y consecuentemente el código de ingreso más previsible; ya no se trata aquí de una mera cuestión de representación sino de un exhaustivo manifiesto que va desde la descolocación temática y matérica hasta el descoyuntamiento de la plataforma bidimensional. Todo se ha descompuesto en un pantano de mala muerte, quemado de soles pobres y luz mala, como si nos enfrentáramos a una mutilación del terreno que antes se iluminaba de inmensidad. Se oxidan en pintura el lodazal y el humus ancestrales, los filosos pajonales que pisoteó el malón; Schvartz interpela a la Historia vernácula revolviendo el fondo de la lata de la tradición pictórica para arrojarse a una lírica cerril de escenarios primarios, en un amasijo de raíces y vísceras, de lobisones y mortajas, de sátiros barriales y putrefacción de anilina; cenagosos mosaicos de verdor enmohecido, de colores curados en vapores de vino y sangre tumefacta, parecen destilar una constelación estallada de caracoles y conchillas que nos miran, repentinamente siniestros, así como nos ciega la blancura intolerable de esos huesos que están allí con la cruda certeza de un recordatorio, elíptico pero ineludible, de tanta muerte impugnada.

Y ahí, como un degüello seco en la superficie atormentada de un suelo arquetípico rebatido en paredón, asfixiado de miserable aridez, la pieza maestra de esta muestra también magistral, la zanja que Schvartz cava haciendo un tajo incurable, una rasgadura violatoria, un antes y un después acuciante en el cuerpo crispado de la pintura argentina, un corte donde campo y suburbio, huella y charco, tierra y cielo, se funden en la cicatriz de lo excluido y lo negado, la instancia donde toda complacencia, toda complicidad con el olvido recula apaleada por este mausoleo inexorable, íncubo informe que desnuda la verdad del rostro más terrible que hayamos podido avizorar en el espejo.

Dibujante. Texto del libro de Marcia Schvartz, Fondo, 120 páginas; publicado por Capital Intelectual. También incluye textos de Fernando Bedoya, María Laura Carrascal y de la propia pintora.

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