PLASTICA › LUIS FELIPE NOé EXPONE LAS MONUMENTALES NOS ESTAMOS ENTENDIENDO Y LA ESTáTICA VELOCIDAD EN EL MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES
El pintor de 76 años alumbró recientemente las dos obras para que representaran a la Argentina en la 53ª Bienal Internacional de Venecia y ahora pueden verse aquí con entrada gratuita. “Mi tema es el de siempre, el caos”, dice él.
En la casona que hospeda a Luis Felipe Noé, en pleno barrio de San Telmo, hay cuadros por todas partes. Cuadros de todas las épocas, que traspasan los muros del tiempo para conversar entre ellos. Hay, también, un envolvente aroma a pintura y un hombre con muchos años en el arte (haciéndolo y pensándolo). Exactamente medio siglo pasó ya de su primera exposición, de aquella inmersión inicial en el extraño universo del caos. Y así y todo, Noé no ha perdido las mañas. Ejemplo de ello es que sus 76 años lo encontraron alumbrando La estática velocidad y Nos estamos entendiendo, sus obras más inmensas, recién llegadas al Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Antes, entre junio y noviembre, representaron a la Argentina en la 53ª Bienal Internacional de Venecia.
A modo de reconocimiento por su trayectoria, Noé fue elegido por el curador oficial del envío argentino, Fabián Lebenglik, a través de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería. Ya de regreso a su “tierra natal”, las obras fueron acogidas por un enorme pabellón del MNBA especialmente acondicionado para su recibimiento. Al ingresar a la sala, el espectador se topa sorpresivamente con un montaje que remite al pasado de los cuadros en cuestión: embalajes por el piso, materiales varios y fotografías tomadas durante la realización. A la izquierda, una pantalla transmite de manera permanente el documental que Ana Ruvira, Juan Chiesa y Fermín Labaqui filmaron en Buenos Aires y en Venecia. Y a la derecha, están “Ellas”, las últimas dos criaturas que dio el gran artista.
Enfrentadas, abrazan e increpan a cuanta persona se cruce por delante.
Hoy, como siempre, Noé y sus obras irradian vitalidad. Si no, cómo explicar que sus últimos trabajos –realizados especialmente para la Bienal– le hayan tomado apenas dos meses, que distribuyó entre San Telmo y Barracas. “Cuando supe que no iba a ir con una obra de los años ’60 me dio una gran alegría, porque eso me hubiese hecho sentir como viuda de mí mismo”, bromea en la charla con Página/12. Por su monumentalidad, ambos cuadros son un viaje y cada paso, el descubrimiento de algo nuevo. Lo que prevalece es la invitación, por la multiplicidad de focos de sentido dispersos en el lienzo que, a su vez, conforman un todo. La estática velocidad, de once metros de largo por tres de altura, es una obra continua, un rejunte explosivo de retazos que deriva en diferencias abismales entre el vistazo rápido y el ojo curioso. “Este es un collage de mí mismo y un diálogo entre dibujo y pintura. Y también entre lo abstracto y lo figurativo: de lejos parece abstracto, pero de cerca está lleno de pequeños personajes. Hay colegios de monjas. Van marchando las chicas, se arma todo un despelote”, describe Noé.
También elaborada en base a papeles recortados y aplicados a un lienzo gigante, Nos estamos entendiendo es pura ironía. De unos quince metros de ancho por tres de altura, la conforman quince piezas con sentido autónomo que se complementan con el resto de un modo lúdico. Noé explica que esto se debe a “su forma irregular y al hecho de que no hay un dato anterior y algo se rompe, sino que son rupturas que dialogan”. Con todo, el final del viaje tiene un único destino posible: el deslumbramiento ante lo que emana una maduración de cincuenta años de carrera profesional y la inquebrantable permanencia de una esencia.
–¿Cuál es la idea que gira en torno de estas obras?
–Está presente lo que siempre digo que es mi tema: el caos. Con eso digo mucho y a la vez nada. La gente no sabe bien qué diablos es, lo asocia con el despelote, con el desorden. Pero para mí no es eso. Es la vida misma, lo indeterminable, la permanente transformación, lo imprecisable, lo inesperado. Es un concepto que no tiene opuesto. O sí: la muerte, la no vida. No hubo en el mundo un orden que fuera perdurable. Cuando los militares hablan de poner orden al caos, lo único que consiguen es poner más caos en el caos.
–El conjunto de lo que pintó se llamó Red, ¿por qué?
–Tiene que ver con una pregunta. Si uno dice arte griego, tiene una visión más o menos general de lo que es. Lo mismo si piensa en el Renacimiento, en el Barroco, en el Romanticismo. Si uno dice arte hoy, ¿cuál es la idea? Entre el Romanticismo y el arte conceptual hubo un strip-tease de la pintura en tanto arte de la imagen. Lo fue haciendo para entender sus propias características lingüísticas. Se empezó a interrelacionar con la música, por ejemplo. Después empezó un agujero, una crisis aguda, en la que abundó la estupidez. Aparecieron críticos y teóricos diciendo “yo le voy a decir al artista lo que tiene que hacer”. Y en este nuevo siglo creo que las cosas están cambiando. El núcleo central es la red. Está empezando a formularse algo nuevo que todavía no sé qué es. Sí sé que tiene que ver con una especie de cóctel de todas las experiencias históricas y de todas las vivencias de presentación de imagen. Mucha gente usa la computadora como si fuese pintura. Y como centro de su filosofía, está el collage. Además, tiene eso que se llama red, que es dispersa y múltiple, con una lógica abstracta de por sí.
“Lo silencioso de la imagen siempre me fascinó más que el ruido y los límites de las palabras”, analiza Noé. Fue un amor que le despertaron de chico las figuritas de todo tipo. En 1951 ingresó a la Facultad de Derecho y simultáneamente al taller de Horacio Buttler, en el que se formó durante un año y medio. Al poco tiempo abandonó sus estudios, se dedicó al periodismo de arte e incubó la pintura del “despelote” –palabra que le encanta repetir–, con la presencia de una atmósfera particular que se resume como invitación filosófica. “Venía de una familia de intelectuales, del mundo de la literatura. Mi padre me transmitió el amor por la historia argentina, que es un poco lo que después plasmé en la Serie Federal (1961)”, reflexiona.
Muchas etapas pasaron desde aquellos primeros pasos: una ruptural, que comenzó en consonancia con la corriente de la Otra Figuración –el legendario grupo que integró junto a Ernesto Deira, Rómulo Macció y José de la Vega– y finalizó en 1965, con la creación de grandes instalaciones. Luego vino una etapa de vacío y de mucha escritura. Y también la crisis, en la que Noé dejó la pintura y experimentó con espejos plano-cóncavos. “Hay un mito que dice que tiré mis obras al río Hudson. Eso es parcialmente cierto. En ese momento vivía en Nueva York, a orillas del río, pero no las tiré ahí. Fue una manera de decir”, se ríe.
En 1968 volvió a la Argentina. “Empecé a hacer psicoanálisis y en terapia dibujaba. Fue como una introducción. Y también enseñaba: era como pintar a través de otros. La gente me preguntaba cómo pintar un paisaje y nunca lo había hecho. Tenía una casa en el Tigre, empecé a encontrarme con la naturaleza y con mis cosas privadas y me animé a volver a la pintura. Ahí se inició otra etapa, muy simbólica”, concluye, y agrega que, detrás vino la nostalgia respecto de “los rompimientos que hacía”, entre el exilio en París durante la época de la dictadura y el regreso, en 1987. Y, a partir de 1998, una síntesis de lo transcurrido.
–¿Y hoy? ¿Cómo se define?
–En este siglo he comenzado a darle mayor importancia al dibujo, trato de no hacer diferencias entre dibujo y pintura. Y en cuanto a mi obra, ha ido evolucionando. Creo que un artista realmente comprometido con una idea siempre está en el mismo tren, lo que cambia es el paisaje. Uno decide tomar el tren de joven. Y yo ya estoy casi al final del viaje. Pero lo que siento es que no voy en línea recta sino en círculo, y uno vuelve al punto de origen, que es entender por qué tomó ese camino.
–Si en un momento sus musas fueron las manifestaciones peronistas, ¿dónde encuentra la inspiración hoy?
–Lo que siempre me influyó es el mundo de contrastes, de rupturas. Cuando me preguntan qué pintor me inspiró, contesto que fue Perón, porque sé lo que encierra esa pregunta: “¿De dónde sacó una idea?”. Es una respuesta para dar un golpe a los burgueses, a los lugares comunes, a los preconceptos. Yo venía de una familia antiperonista y sentía que se estaban formulando dos cosas al mismo tiempo: mi mundo interno y lo que pasaba en la calle. Me fascinaban las manifestaciones en tanto espectáculos estéticos, no lo que hay ahora, la cosa repetitiva, sistemática, académica del peronismo. Cuando pinté Introducción a la esperanza (1963), vi que la gente que se movía sólo en el mundo de la historia de la pintura decía: “¡Ah, sí! Tiene influencias de La entrada de Cristo en Bruselas”. ¡Erson habrá visto una manifestación en su vida! La verdad es que no hay algo que hoy me inspire más que la brutal rapidez de cambios que vive el mundo. Me interesa eso, lo cambiante.
–¿Puede el artista desligarse del contexto en el que vive?
–El artista siempre está en relación con su contexto. Ahora, el contexto puede ser interpretado como realidad inmediata, tangible o de manera abstracta. Está el contexto como punto de partida y la realidad es algo que naturalmente se va expresando. Después de todo, no hay otra cosa que la realidad. Pero la realidad es irreal. No es objetual.
–¿Y cuál es la relación entre el arte y la política?
–Es un tema escabroso. El arte tiene una función política, aunque el artista más que una actuación da un testimonio. Tampoco quiere decir que el testimonio no sea una forma de actuar. En realidad, registra y revoluciona el concepto de la conciencia del entorno. El individuo tiene que comprometerse con la sociedad, no el artista, o el artista pero en tanto individuo. Soy un militante de mi consciencia, nunca he podido formar parte de ningún partido, si no en causas que me han enchufado circunstancialmente. Aun así, tengo un corazón militante. Y no es una función del arte meterse en temas políticos, sino que es una función del hombre vivir su tiempo.
Entrevista: María Daniela Yaccar.
* La exposición de Noé puede visitarse de martes a viernes de 12.30 a 20.30 y sábados y domingos de 9.30 a 20.30 en el MNBA, Av. del Libertador 1473, hasta fines de enero de 2010. La entrada es gratuita.
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