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Sábado, 27 de febrero de 2010

PLASTICA › CERCA DE CUMPLIR 90 AñOS, LEóN FERRARI FUE PREMIADO EN ESPAñA

“Intentar definir al arte es ponerlo en una jaula”

El artista recibió el Gran Premio de la Asociación Española de Críticos de Arte por “obras inofensivas”, según él mismo, diferentes de las que causan revuelo por su virulento modo de desenmascarar a la Iglesia y el imperialismo.

Las primeras asociaciones que surgen de la palabra “león” son rugido, rey, garra. Entonces, uno piensa que quizá nunca un nombre estuvo mejor puesto, ya que, durante sus más de cincuenta años de carrera, León Ferrari puede jactarse de haber pisado bien fuerte la selva: lo suyo no fue nunca el cómodo paraíso de la inocencia. Por el contrario, él prefirió la peligrosidad que comporta entremezclar esferas que muchos no toman en serio y que otros respetan hasta la ceguera. A punto de cumplir nueve décadas, el artista recibe a Página/12 en su taller de San Cristóbal, con habano y lápiz en mano, y en pleno arrebato poético: se ve que no tiene intenciones de dejar la selva. “Menos mal que aguanté hasta acá, porque si aguanto acumulo premios. Hoy tengo esa satisfacción”, reflexiona, a días de haber obtenido el gran premio de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), por Mejor Obra o Conjunto presentado por un artista vivo.

Ferrari obtuvo el reconocimiento por una serie de dibujos de los ’70 hechos con tinta china y acrílico que presentó en la edición número 29 de ARCO, la feria de arte contemporáneo de Madrid. “Son obras inofensivas”, describe. En su glosario, ese adjetivo remite a los trabajos que no tienen el peso ideológico tan marcado como otros. Por eso cuenta, con sorpresa y entre risas, que el premio suscitó reacciones negativas en los sectores conservadores que le guardan rencor por aquella emblemática retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta.

En España, Ferrari ya había conseguido atraer miradas con la muestra Alfabetos enredados, que comparte con obras de Mira Schendel (brasileña de origen suizo, 1919–1988), en el Museo Reina Sofía. Son 200 trabajos en total, que ya pasaron por el MoMA de Nueva York y que pronto desembarcarán en Porto Alegre. En ellos, la estética se roza con el lenguaje, atracción común de Ferrari y Schendel, quizá por sendas aproximaciones a la poesía. La del argentino es una importante retrospectiva con cerámicas, esculturas y collages que, pese a que presenta obras de fuerte contenido político, no incluye las que despertaron mayores tensiones por aquí. Tal vez esto se deba a su primer destino, Estados Unidos, el blanco mismo de la crítica del artista. “La selección estuvo a cargo de un curador. La verdad es que no pensé por qué pidieron esas obras. Pero el Cristo arriba del avión va a llegar a Washington dentro de poco”, adelanta Ferrari.

Con el premio quedó demostrado que la proyección internacional de Ferrari va en aumento y que su figura cobra más relieve con el tiempo. Tres años atrás, la presentación de obras potentes y menos “inofensivas” le valió el León de Oro, el máximo reconocimiento en la Bienal de Venecia, que consideró tanto calidad como postura ética. Los países vecinos también valoran mucho su trabajo: hace apenas un mes y medio, la Fundación Cultural de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) lo premió por su trayectoria. Mientras sus obras viajan por el mundo, Ferrari también juega de local: continúa abierta la muestra Fosforescencia en el Zavaleta Lab de Palermo, donde pueden verse creaciones de los últimos años, en las que también adquiere preponderancia la escritura.

–¿Cómo recibió la noticia del premio?

–Me llamó el galerista que tiene mis obras, Jorge Mara. No sabía que era un premio importante... Ahora me siento más importante (risas). A diferencia de los premios ALBA, éstos son honores, no son para comer. Pero la verdad es que no lo esperaba.

–En estos últimos años lo han premiado mucho.

–Por suerte aguanto, si no, imagínese... Pero me contó un amigo que vio en la web a mucha gente que me ataca a raíz de este premio. Volvieron a atacarme los católicos, diciendo que el premio no valía nada, como cuando hice la muestra en Recoleta diciendo lo que pienso respecto del infierno. Si los católicos piensan que a uno lo van a quemar las llamas espantosas durante la eternidad, ¿para qué me atacan ahora? Estoy satisfecho con estos premios por la rabia que le da a esta gente intolerante. Y pensar que las cosas que mandé a España eran inofensivas...

–Bueno, cuando ganó el León de Oro dijo que el mayor premio de su vida era lo que había pasado con la muestra en el Recoleta...

–Claro, en cierto modo sí, porque nunca he tenido una muestra tan concurrida. La Iglesia me hizo tal propaganda... Recuerdo que estaba lleno y con policías, porque había amenazas de bombas. Al final la cerré, iba a durar uno o dos meses más. Tanto me atacan que cuando hice esa muestra me rompieron las cosas. Después el Gobierno les hizo un pleito y los condenaron a pagar 10 mil pesos, y los doné a la Comunidad Homosexual. Imagínese: la plata de esos tipos, ahí. Tenía miedo de que de repente explotara una bomba y el culpable fuera yo. Ellos tienen escuelas e iglesias que estoy pagando con mis impuestos, y no me quejo. Y ellos se metieron ahí a romperme cosas. “Gracias, cardenal (Jorge) Bergoglio” se llama esa muestra, porque eso me dio la medida de la intolerancia que yo estaba denunciando.

–¿Cree que sus premios pueden abrirle puertas al arte latinoamericano en general? Para The New York Times usted está entre los cinco artistas más provocadores e importantes del mundo.

–Supongo que debe haber algún amigo mío ahí adentro (risas). El premio de Venecia sí, es un reconocimiento al arte latinoamericano. Creo que está llegando a Nueva York. Se considera más, posiblemente, porque hay más revistas de arte. El problema del arte latinoamericano es más que nada publicitario. Por otro lado, si bien no hay una tendencia general de unión entre arte y política, veo que hay algunos artistas en Chile, Brasil y Colombia que la emplean. Y en la Argentina, un fenómeno nuevo es que hay mucha gente fuera del mercado que uno no conoce. Pasó con el grupo Etcétera: ellos trabajaban con H.I.J.O.S. e iban a los escraches, y terminaron en las galerías. Tengo un avión con un Cristo, crítico de la guerra de Vietnam, Estados Unidos y la Iglesia. Cada vez que me preguntan, prefiero no explicar las obras, pero eso es la crueldad de la Iglesia y del Imperio. Estaba en el Malba cuando pasó lo de las torres.

Claramente, Ferrari alude a La civilización occidental y cristiana (1965), la obra que le valió la etiqueta de blasfemo por parte del sector católico. En ese espacio en el que trabaja diariamente, acompañado por un tinto que dice disfrutar más ahora que ya no fuma cigarrillos, el arte es un viajero que no reconoce fronteras. Está en alambres, cerámica, maniquíes desnudos y en el poliuretano del acordeonista de Los músicos (2007). Está en un cuadro incompleto de líneas rectas. “Esas rayitas son nuevas, son inspiración. Creo que se pueden seguir haciendo cosas”, afirma. El arte está, también, en las abundantes estatuillas de santería similares a aquel Cristo crucificado en un bombardero norteamericano que, por su potencia visual, repercusiones y carga del autor, son omnipresentes. En la charla, en su obra, en su vida.

El, que hizo el secundario en un colegio religioso, alguna vez creyó en el infierno. “Eran antisemitas, en la época de crecimiento del nazismo, del ’33 al ’38”, recuerda. Pese a los cincuenta años de arte que lleva recorridos, la religión no ha dejado de ser su gran preocupación, el terreno del que le nacen más interrogantes. No la religión en sí. Con el budismo, por ejemplo, simpatiza más. “Me parece una creencia mucho mejor. De todos modos, creo que se termina esto y chau”, suelta. Admite que lo suyo con el catolicismo roza la obsesión. De hecho, en el plano literario –otra de sus facetas– ya le inspiró una nueva idea: “Creo que voy a escribir algo. La religión católica es antisemita, Jesús dijo cosas terribles de los judíos, San Pedro dio el principal argumento al decir que mataron a Jesús. Están contra la mujer: la mujer tiene que pedirle permiso al marido para hablar. Y también están contra los gays. Y hay gays que son católicos, no entiendo cómo puede ser”.

También se entretiene pensando en “un retrato de Bergoglio con un monito abajo que se mueva, cante y baile”. Duda en exponerlo, pero Ferrari es así: pareciera que abraza ideas todo el tiempo. “Busco cosas nuevas”, dice de su actualidad como artista, en la que se entrecruzan lo figurativo y lo abstracto, estilos bien definidos en su obra. “Intenté hacer modelo vivo en Brasil, pero no le encontré nada nuevo. Me gusta cambiar de materiales. Quiero trabajar con botellas de vidrio, hacer cosas colgadas. ”

–Hay obras suyas en las que pareciera que el arte es simplemente una excusa para decir algo.

–El arte es indefinible. Si se lo define, se lo pone en una jaula. Puede ser crítico o no. Los nazis tenían unas cosas muy buenas. Un tipo muy malvado puede hacer arte. A nadie se le ocurrió pintar un campo de concentración. Bueno, los campos de concentración de Miguel Angel son peores que los de Hitler, porque son eternos. Siempre que se analizan las pinturas de esta gente no se analiza el motivo. Y las pinturas son extraordinarias. En mi caso, divido mi arte entre lo que es inofensivo y lo que no, entre las cosas que hago porque me gusta hacer y en las que pongo una opinión.

–Más allá de la religión, abordó otros temas en su carrera. ¿No tuvo miedo de que se lo asociara sólo con eso?

–La que tenía miedo de esa asociación era mi mujer, por lo que pudiera pasar. Cuando yo salía del Recoleta, me acompañaban dos señoras, muy flaquitas (risas), para evitar que pasara algo. Andaba medio disfrazado, con anteojos negros y un sombrero que me había comprado. Pero es cierto que abordé otros temas, entre ellos la dictadura, como con los 300 collages que hice para Página/12, que ilustraron los fascículos del Nunca Más. Otro de mis temas es el sexo. Hay un maniquí que está en la Casa del Bicentenario, que tiene pegado un Adán. Me preguntaron qué significa, y les conté que alude a la condena de Dios a la cópula de Adán y Eva. Nos condenó a todos a perder la inmortalidad pero nos dejó la cópula. El punto es que meterse con el sexo es atacar a la Iglesia.

–¿Y qué lugar ocupa el humor al meterse con temas tan intocables?

–Cuando las cosas son demasiado serias, el tipo que mira siente un rechazo, en parte. La gente rechaza la cosa seria porque es como si le estuvieran enseñando. En cambio, cuando tiene el escape del humor, lo prefiere.

–¿Y recuerda algún cambio bien concreto?

–Una persona que se me acercó, luego de una charla que di en Rosario, para decirme que dejó la religión por mi obra. Fue reconfortante.

–¿Cuál es su opinión sobre la actualidad política argentina?

–No es perfecta, pero es lo mejor que hemos tenido. El Gobierno está separado de la Iglesia. Activó los derechos humanos, dio un subsidio para los que tienen hijos. Están trabajando. La dictadura, (Carlos) Menem y (Fernando) De la Rúa estaban con la Iglesia.

Puede ser que a Ferrari el reconocimiento le haya llegado tardíamente, pero él halla la razón en el hecho de haberse encontrado con el arte a los 35 años. Fue cuando estaba en Italia y se entusiasmó con la cerámica. Durante su exilio en Brasil, desde el ’76, comenzó a dedicarse por completo. “Mi padre me decía que era difícil mantener una familia con el arte. El era arquitecto y también pintó la iglesia San Miguel. Estudié Ingeniería por eso. La verdad es que me alegra haber aguantado hasta acá.”

–¿Se trata realmente de aguantar?

–Lo digo por una nieta que siempre me preguntaba cómo mi papá aguantó tanto... ¿Usted dibuja? Es fácil, cualquiera puede. Yo soy autodidacta. Hágame caso, inténtelo. No importa no saber, es lo bueno que tiene este momento.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

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“Una persona se me acercó para decirme que dejó la religión por mi obra. Fue reconfortante”, señala Ferrari.
Imagen: Rafael Yohai
 
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