PLASTICA › GYULA KOSICE, LA INQUIETUD CONVERTIDA EN BUSQUEDA
Todo comenzó con una propuesta de la galería Objeto A para premiar obras con temas vinculados al agua, el movimiento y la luz. Hoy, el artista de 86 años entregará premios a Christian Wloch, Matías Romero, Emiliano Causa y Martín Bonadeo.
› Por Facundo Gari
Gyula Kosice es de los que ponen un ojo de búho en la mirilla de las puertas impenetrables. A través de ese pequeño huequito que abre la imaginación en esa clausura que es el cruce de tiempo y espacio, puede ver lo que acaso vendrá. “Soy un visionario y hay muy pocos artistas que lo sean”, zanja el escultor y pintor, que hoy a las 19 en la galería Objeto A (Niceto Vega 5181) entregará el Premio Bienal Kosice al podio compuesto por Christian Wloch, Matías Romero y Emiliano Causa y Martín Bonadeo, a la vez que formalizará con la presentación de su Planetoide y un repaso por su vida y obra la tercera edición del ciclo de exposiciones sobre arte y tecnología, que ayer abrió sus puertas hasta el sábado 18. Por eso, aunque el encuentro entre el escultor de 86 años y Página/12 sucede hace tres días según el calendario terrestre, tiene un lugar en el futuro que él espía desde la vanguardia.
Su museo-taller en el barrio de Almagro está apagado al mediodía, pero basta que le pida a uno de sus asistentes –que visten, como él, guardapolvo azul– que su universo comience a rechinar para que los neones se enciendan, los espejos se abaniquen y las aguas burbujeen. Luz, movimiento y agua son en su obra una tríada dentro de otra: ciencia, tecnología y arte. Rodeado de esculturas futuristas y planetas luminosos, de a ratos el visitante se siente un poco Jodie Foster en su viaje interestelar de la película Contacto. Al atravesar ese parque hidrocinético se da con el reducto a cielo abierto que antecede al taller, y en el rectángulo el verde de las plantas que se amuchan acentúa el carácter orgánico del inmueble de Humahuaca 4662, donde conviven armónicamente más de 100 obras en exhibición permanente y gratuita. Entre ellas, el maestro posa enérgico frente a los flashes. “¡Whisky!”, contraataca con socarrona simpatía cuando la fotógrafa lo “ametralla”, dice él.
En un parpadeo, es principios de 2009. “Me vino a ver el director de Objeto a, Tomás Oulton, porque se interesó en hacer una exposición sobre ciencia, tecnología y arte. La idea era que los artistas jóvenes que quisieran participar del Premio Bienal Kosice pudieran hacerlo mientras en sus obras figuraran temas vinculados al agua, el movimiento y la luz, no necesariamente en interacción”, explica. La utilización del líquido y la recurrencia a las constelaciones en la obra de este argentino por elección tienen fundamento en una experiencia de su infancia. Otro parpadeo: 1928, mitad de camino marítimo entre su Checoslovaquia natal y la Argentina. Con cuatro años, Kosice se encuentra “suspendido en un viaje entre el cielo y el mar”, narra en su autobiografía, publicada en enero pasado. “La revelación de un mar inacabable bajo un cielo estrellado sedimentan en mí de un modo que sólo comprenderé mucho después.”
Circa 1965. Kosice es mentor de Arte Madí, movimiento ya “muy disperso”. El origen del nombre es archiconocido: en 1936, los republicanos españoles gritan: “¡Madrí, Madrí! ¡No pasarán!”, expresión que el artista contrajo para identificar al grupo (en el que se contaban además los uruguayos Carmelo Arden Quin, con quien polemizó durante muchos años acerca de la ideación del movimiento, y Rhod Rothfuss, creador del marco recortado). “Creíamos en un arte que fuera pura expresión objetiva de la mente del hombre en tanto sujeto creador”, convence. Antesala de esta corriente artística fue la publicación de la mítica revista y manifiesto epocal Arturo, primera divulgación en papel de arte abstracto en América latina. En la contratapa de su único número, Kosice escribe:
Ninguna expresión. Representación. Significación.
El hombre conquistará el espacio multidimensional.
Júbilo-Negación de toda melancolía.
Arturo fue a su vez prólogo enunciativo de su plasmación en objeto de arte. Eso fue la obra Röyi, icono del arte abstracto-concreto en Latinoamérica, aunque despreciado por Joaquín Torres García en un intento “por mantenerse a la cabecilla de una vanguardia que ya no ejercía”, según dice Kosice. Con el original en Portofino (Italia) y un ejemplar “traducido en un tamaño menor”, esa pieza “marcó el principio de una necesidad de movilizar a la cultura en todos los sentidos posibles y con todos los elementos al alcance”, asevera el escultor y poeta. Y continúa: “Buscaba la cinética, en el sentido en que la obra no debe ser estática sino móvil”.
–¿La cinética en la obra de arte está vinculada conceptualmente con la ruptura del marco pictórico?
–Eso fue Madí. Al hacer una pintura, todo el mundo recurre a la industria carpintera de los marcos, que son todos regulares: rectangulares, cuadrados o, muy lejanamente, circulares. La idea es que donde termina el color empieza la piel de la pintura, que es el marco. Madí buscaba vencer los noventa grados para irse a una superficie en relación directa con el contenido.
–¿Cómo incide esa obra en quien la lee?
–Lo transforma. Uno empieza a poetizar el mundo, se llena de poesía. No hace falta que lo aclare u oscurezca: las obras hablan por mí.
–¿Poetizar al mundo es la misión de su arte?
–El arte no tiene misión. No es una ideología estética. Es la moneda de lo absoluto.
–Y eso significa que...
–Que no representa nada de la realidad, no la copia. Para eso está la fotografía. No se interesa por la creencia de que está dentro de un expresionismo barato que no camina o del arte banal. Muchos agarran y venden un animal sumergido en formol. Hay una pintora que vende la grasa de su cuerpo para hacer jabones. ¡Eso es una estupidez total! En vez de representación, el arte debe ser presentación.
–No debe haber significación referencial, sino siempre inédita.
–Lo demás no es arte.
Kosice era un adolescente inquieto cuando descubrió a Leonardo Da Vinci, a quien desde entonces sintió próximo por hallar un correlato de su curiosidad inventiva. En 1953, en la Galería Bonino realizó una exhibición de su producción artística –que por entonces se había vuelto rentable y le había permitido abandonar definitivamente el oficio de marroquinero–, de la que un grupo de señoras salió murmurando: “Qué actual está Leonardo”. “Al lado, en la Galería Velázquez, se exponían maquetas y dibujos de Da Vinci. Se habían equivocado de galería”, ríe con un dejo de orgullo.
Claro que al polímata florentino no lo conoció, pero sí a muchos otros intelectuales de los ’60, con quienes se entrevistó mayoritariamente en Europa. El plan era comunicar su doctrina y exponerla al debate. Allí, para sobrevivir a bajo costo, comía un pomelo por día. Le Corbusier, André Malraux, Tristan Tzara y Julio Cortázar (con quien iba de compras en París) fueron algunos de sus interlocutores. Con Jean Paul Sartre tuvo ciertos entredichos. “Me peleé porque en ese momento andaba muy a la izquierda y él abandonaba. Se separó del Partido Comunista y yo seguía en el socialismo. La discusión no fue sobre su pensamiento ni su obra. Sus libros están maravillosamente escritos y tiene una gran claridad y clarividencia, pero a mí me afectó la parte política”, reseña acongojado.
–Lo desilusionó...
–Sí. El vivía con la madre en París cuando lo fui a ver. En un quinto piso sin ascensor, y en el pasillo me recibió un piano. La madre no estaba, me hizo pasar, fumaba como una bestia. Gauloises, cigarrillos negros. Y apestaba un poco. Yo fumaba por moda en pipa. Y me divertía con eso.
–A fines de los ’90 conoció a Ray Bradbury, que elogió su obra. ¿Qué recuerda de él?
–Me dijo: “No voy a viajar nunca más en avión”. ¡Estaba cagado! ¡En vez de hablarme de cosas extraterrestres, me hablaba del avión, una tecnología que le posibilitaba estar en ocho horas acá! ¡Y hablaba pestes de eso! Las contradicciones del ser humano...
–Usted suele nombrar a muchos novelistas y poetas (Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Balzac) que fueron decisivos en su vida, pero pocas veces menciona a referentes de la ciencia ficción...
–¡Yo leía a Julio Verne cuando tenía 11 años! ¡A Salgari, a los 12! No los nombro porque creo que se supone...
La invención es un “método” interno, superable, y la creación una totalidad intercambiable. Madí, por lo tanto, inventa y crea. (Manifiesto Madí, 1946)
–De vuelta sobre su concepción del arte: invariablemente, incluso la presentación tiene vínculos con la realidad...
–Por supuesto. Por ejemplo, el lenguaje del agua en la forma en la que lo trabajo es universal. Usted está hecho 75 por ciento de agua y el planetoide en que vivimos tiene la misma proporción de océanos. Nuestro origen de vida es el agua. Ese es un hecho concreto, real.
–Entonces, el límite entre presentación y representación es muy fino.
–La representación es lo que se parece a algo que usted puede asociar a un objeto, a una cosa expresionista, a una naturaleza muerta o a un surrealismo. Hay que borrar eso y empezar de cero a crear un arte, y lo hago a través de la filosofía porvenirista. Lo que está por venir. Soy un adelantado menor, vendrán mayores.
Es que “el poeta tiene que hacerse vidente”, cita Kosice a Arthur Rimbaud, que –afirma– se le impregnó en la piel y en la mente. “Sentí la necesidad no de diferenciarme per se, pero no parecerme a nadie. No soy el mejor artista del mundo, pero sin ninguna duda soy el más original.”
–¿Y quién es el mejor?
–No puedo decirlo. Todavía no apareció. Pero está por llegar.
Kosice asoma un ojo por la mirilla de la puerta. Esta vez, prudente, se guarda lo que observa.
–¿Será argentino?
–Sobre todo argentino. Pero vamos por partes.
Le gusta jugar, y el lúdico es uno de los aspectos que destaca de su metodología artística. “Leí a Johan Huizinga y hablaba del hombre que sabe jugar. Es lo más libre que hay en el mundo.”
–¿Se divierte con su obra?
–No, no me divierto. El juego me enaltece. Ultimamente estoy más lúcido porque estoy perdiendo la memoria, entonces tengo prohibido el retroceso.
–¿Por eso una autobiografía?
–No, eso es una etapa cumplida.
–¿Y ahora qué sigue?
–La revolución.
–¿La revolución social desde el arte?
–No, en el arte. Yo creo que ya hice esa revolución, pero como viene una tanda de gente nueva que está realizando obras de una gran categoría... Mi anhelo es que los artistas jóvenes me superen. Al superarme a mí, crearán el mito.
–“Yo no soy lo que soy, sino lo que pienso ser”, escribió hace tiempo.
–Está muy emparentado con la filosofía porvenirista. Yo pienso lo que voy a ser. Y mi pensamiento no está afincado en un presente sino en un mundo mejor, en mejores relaciones societarias, en un mejor planeta...
–La Ciudad Hidroespacial es su utopía...
–Está vigente. Mi ambición mayor es vivir en el espacio, a 1500 metros de altura. Le doy una primicia total: mi próximo libro se llamará Quinientos lugares para vivir. Todos referidos a la ciudad, que tiene un lugar para tener ganas, otro para no trabajar, otro para escuchar el latido del universo...
–¿Desde la Tierra no se puede escuchar?
–Sí se puede, desde el plano sentimental. Senti-mental. La gente que ve mi obra se conmueve como en la historia del Quijote: Sancho Panza quería ver el océano, pero no lo conocía. Dice: “Hemos caminado dos días y no vemos un corno”. Y cuando llegan, exclama: “¡Oh, cuánta agua!”.
–¿Y cuál es el océano que persigue usted? ¿Cuál es su búsqueda?
–Detrás de mí dejo una obra muy densa. La búsqueda significa que uno nunca encuentra. No es una felicidad. Encontrarse con una obra terminada es un júbilo, pero después tiene que venir otra porque si no, esa no vale.
–Entonces, ¿cuándo sabe el poeta que está frente a su última prosa?
–Cuando ya no dice “Tengo ganas de vivir para hacer otra”.
Y se advierte que no está ni cerca de ese paso. Kosice da por finalizada la entrevista porque el trabajo y el juego, la mirilla y el mito lo aguardan.
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