Viernes, 20 de mayo de 2011 | Hoy
PLASTICA › LA MUESTRA UN TIEMPO CASI CERCANO, DE GABRIELA BETTINI
La artista fue tocada de cerca por el horror de la última dictadura, pero prefiere que el tema no termine imponiéndose por sobre las demás coordenadas artísticas que rigen la instalación que se presenta en el Centro Cultural Borges.
Por Facundo Gari
Siete miembros de la familia de la artista hispano-argentina Gabriela Bettini fueron secuestrados y desaparecidos por la última dictadura cívico-militar. Entre ellos, su abuelo paterno, Antonio, cuya casa de La Plata quedó vacía. Nacida en el exilio español, Gabriela visitó la vivienda el año pasado y sacó las fotos que utilizó como punto de partida para los dibujos que componen su primera muestra individual en la ciudad de Buenos Aires, llamada Un tiempo casi cercano y que puede visitarse en la sala 27 del Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). Sin embargo, ella aclara que aunque esta exposición “tiene algo que ver” con las historias privadas y públicas ocurridas durante la dictadura de 1976 a 1983, prefiere “desvincularla de ese tema”, porque no quiere que se reflexione su producción siempre atravesada por él. “Restringe mucho la lectura”, alerta en diálogo con Página/12.
Sobre una instalación que evoca a un patio en el que el pastito tierno comienza a colarse por las hendijas de las baldosas, esta serie de grafito y carbón sobre papel pintado aporta en rigor una mirada híbrida e íntima sobre las dimensiones de espacio y tiempo entre la Argentina y España; una materialidad que pretende enmendar los fragmentos entre un allá y un acá en un todo global, acaso anhelo de los migrantes del mundo. “Con este país tengo una relación de distancia y particular: la del tiempo de mi vida cotidiana en Madrid y las rupturas que hago para visitar la Argentina, realidad paralela que reconstruyo de a poquito, a través de historias, relaciones y amistades”, explica. Y en ese sentido añade: “No he vivido el proceso de exilio, entonces pensé en la distancia, en pertenecer a dos lugares y tener los afectos divididos. Por ejemplo, hice una muestra que se llamó La vida no vivida, que reflexiona sobre el ‘cómo hubiera sido si...’. Tengo una sensación de bipolaridad entre este país y España”.
A ello atribuye la alusión de los brotes verdes en el piso de la sala. “Son una idea plástica, pero también la noción del tiempo que pasa cuando uno está afuera.” Además, un lúdico detalle que dialoga con las flores y hojas verdes de papel decorativo que le dan movimiento a la parsimonia de las imágenes. Ella lo expresa en términos de rivalidad. “El dibujo debe vencer el protagonismo de las flores. Me parecía imposible cuando empecé; pero a base de negros y perspectivas, fue sucediendo. Ahora, con la obra terminada, creo que además fue una necesidad mía meter color, ser más optimista, más alegre”, concede.
La presentación del interior de la casa está fragmentada. Aparecen una habitación, luego otra, un estudio, un hall, espacios invadidos por la poca luz que se cuela por las persianas bajas (es una casa de muchas ventanas) y que rebota en alguno de los escasos muebles, un escritorio, una máquina de coser antigua y varios espejos desmontados. Los escenarios puestos a merced de los ojos están en principio deshabitados, ausentes, pero hay índices que permiten sospechar presencias, como una puerta entornada. “Nunca tuve vínculo con esa casa; representa más bien una especie de incógnita permanente, porque trato de imaginar cómo habrá sido la vida cotidiana de las personas allí”, cuenta. No son, empero, espacios que se perciban únicamente en sentido negativo, sino que consiguen la expectativa sobre quién los ocupará mañana.
A la fragmentación de los minuciosos dibujos la saldan las “sensaciones y emociones” que provocan en quien los observa: los brillos en el parquet, los rayos etéreos por la ventana y los marcos de los espejos trasuntan algo de todas las infancias, de todas las memorias, que liga el relato y trastrueca las nociones de lo real y lo escenificado. La memoria es, de hecho, otro de los temas que aparecen en los títulos de sus exposiciones en Madrid y en varios puntos de Europa, aunque ella lo banalice. “Sufro un poco a la hora de ponerles nombres a las muestras, porque siempre quiero que sean poéticos pero no cerrados.” Unas de sus muestras realizadas en España llevan por títulos Algunas de aquellas historias (2010), Increíble pero incierto (2009), Cuarto y mitad (2008) y Paisajes del tránsito (2006). En la Fundación Argentina en París, expuso en 2007 La mirada rota y ese mismo año en la Argentina se vieron Dislocar la memoria (La Plata) y La vida no vivida (Mar del Plata). “En los últimos años tengo motivos profesionales para venir, que me permiten estar aquí no sólo como turista sino para involucrarme con agentes culturales locales”, celebra, y desnuda otra perspectiva posible de abordaje sobre las distancias.
* Un tiempo casi cercano permanecerá abierta hasta el 5 de junio, de lunes a sábados de 10 a 21 y domingos de 12 a 21, con entrada libre.
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