Martes, 30 de agosto de 2011 | Hoy
PLASTICA › MUESTRA DE CLAUDIA FONTES EN LA GALERíA IGNACIO LIPRANDI
Luego de varios años de ausencia, puede verse en Buenos Aires una muestra de instalaciones, objetos y video de una artista que vive hace una década en Brighton, Inglaterra, y cuya obra forma parte del Parque de la Memoria.
Por Fabián Lebenglik
En la Galería Ignacio Liprandi se puede ver, luego de varios años de ausencia del país, una muestra de Claudia Fontes (Buenos Aires, 1964), quien vive y trabaja en Brighton, Inglaterra, desde hace una década.
La obra de Fontes está ligada a Buenos Aires y a la memoria, porque es una de las artistas ganadoras del concurso del Parque de la Memoria en 1999. De modo que su pieza Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez, una escultura de acero inoxidable –pulida a espejo– flota, boyando y anclada, de manera permanente, en las aguas del Río de la Plata, reflejándolo, en la Costanera Norte, frente al Parque de la Memoria. La obra, conmovedora, evoca en tamaño real al adolescente Pablo Míguez, secuestrado a los 14 años por el terrorismo de Estado.
Fontes, que se formó en Historia del Arte en la UBA, luego estudió e hizo un posgrado en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, continuó sus estudios en Amsterdam (Holanda), en la Rijksakademie van beeldende Kunsten, y recibió varios premios, becas y subsidios, nacionales e internacionales, comenzó a exponer su trabajo en 1990, en muestras individuales, grupales y colectivas, dentro y fuera de la Argentina.
Entre otras iniciativas, la artista fue impulsora, organizadora y coordinadora de Trama, entre los años 2000 y 2005, un programa internacional de cooperación entre artistas radicados en Argentina, que ha llevado a cabo talleres e intercambios entre artistas en los ejes sur-sur y surnorte, apoyado por instituciones públicas y privadas de Holanda y por la Fundación Espigas y Fundación Antorchas, de Buenos Aires (www.proyectotrama.org). Entre 2003 y 2005 fue organizadora de Colectiva, un proyecto de arte, instalado en las afueras de Buenos Aires, con una pequeña comunidad de niños trabajadores, sus familias y la escuela local. El proyecto se desa-rrolló en cuatro etapas: taller de arte, fiesta, exhibición y construcción de una biblioteca pública comunitaria en el Barrio Sarmiento, José C. Paz, provincia de Buenos Aires.
En 2002, Fontes se fue a vivir a Brighton –una ciudad costera a una hora de tren (al sur) de Londres–, indisolublemente ligada al cine, adonde entre fines del siglo XIX y comienzos del XX surgió un grupo de fotógrafos, técnicos y realizadores de cine que inventaron las bases del lenguaje y la sintaxis cinematográficos y fueron pioneros del cine de ficción. Luego de que los hermanos Lumière habían lanzado al mundo su invento en 1895, los cineastas de Brighton avanzaron sobre el cine documental y en paralelo (aunque un poco anticipadamente) dieron los primeros pasos del cine de ficción y del relato cinematográfico moderno, entre 1896 y los primeros años del novecientos. A partir de la división fundacional entre cine “de prosa” y cine “de poesía”, la escuela de Brighton se inclinó por el segundo.
La poética de la obra reciente de Claudia Fontes está fuertemente asociada al lugar en que vive: hay toda una transfiguración de lo local, que de algún modo remite y evoca –en su video, instalaciones y objetos– la sutil caza de imágenes de aquellos pioneros: de lo familiar a lo ficcional y de allí a lo fantasmagórico.
En la primera sala, al pie de un enorme árbol caído que está dibujado directamente sobre la pared, hay una serie de pequeños objetos recubiertos con hilo negro de algodón, comunicados delicadamente. Resultan reconocibles algunas de las formas recubiertas: astas de ciervo, conejo, insectos, ramas, que al conectarse generan (literal y metafóricamente) una trama, un relato, en donde la tensión pasa de lo narrativo a lo físico; de la idea (o el sueño) al objeto.
Según escribe la curadora Gabriela Salgado en el texto de presentación de la muestra, “el árbol derrama su alma vegetal en variadas ramificaciones orgánicas e inorgánicas en el suelo, muestrario surreal de un repertorio animal parcialmente reconocible”.
En la segunda sala hay una deslumbrante montaña rusa hecha de delgadísimas varillas de madera. La obra, dividida en tres partes, mide en total unos dos metros y medio de ancho por un metro y medio de alto y está iluminada de tal modo que toda la estructura se proyecta sobre la pared. Coronando la estructura, como si se tratara de los carritos de la montaña rusa, hay palabras que componen una frase: “El momento del derrumbe revela puntos clave de la construcción”. Una afirmación entre técnica e ideológica, que a través de una construcción compleja –a su vez, un juego– resulta reveladora de un modo posible de lectura de las sucesivas y contagiosas crisis globales y locales. La construcción luce endeble y su precariedad se acentúa por la iluminación teatral y expresionista: el derrumbe parece inminente.
La tercera sala muestra el video Entrenamiento, en el que se ve una secuencia de paseo con un galgo, entre otros dos protagonistas silenciosos: la llanura brumosa y el bosque. En esa misma sala, una delicada y pequeña pieza de porcelana colocada en un rincón muestra a un niño y un perro abrazados, durmiendo juntos. “Como en una reverie de Rousseau –dice Salgado–, la extática disolución de la conciencia individual en la de ser parte de un todo se insinúa en el merodear de la cámara, que registra tanto la visión humana y la del perro, como la de la naturaleza circundante.”
Galería Ignacio Liprandi –Av. de Mayo 1480, 3ºizq.–, de lunes a viernes, de 11 a 20, hasta el 22 de septiembre.
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