PLASTICA › A LOS 68 AñOS, MURIó EL NOTABLE ARTISTA PLáSTICO EDUARDO IGLESIAS BRICKLES
Sus xilopinturas, maderas talladas y luego pintadas, son una notable síntesis de su ideario estético y artístico. Reciente ganador del Konex de Platino, realizó más de veinte exposiciones individuales. Fue, también, responsable de Diagramación de Página/12.
› Por Fabián Lebenglik
Ayer a la mañana murió el gran pintor, dibujante y grabador Eduardo Iglesias Brickles, a los 68 años, como consecuencia de un cáncer. Había nacido en la ciudad correntina de Curuzú Cuatiá, en 1944. La última vez que se lo vio en público, siempre sobrio y juvenil, fue hace tres semanas, cuando recibió el Premio Konex de Platino 2012 en la categoría Grabado (compartido con Alfredo Benavídez Bedoya). Cuando subió al escenario a recibir el trofeo, dijo que valoraba especialmente este tipo de premios “porque llegan sin que uno se postule; vienen a tocar la puerta del estudio, y nos sorprenden en medio del trabajo incansable y solitario”. Lo consideró un modo de reconocimiento a su trayectoria. Un reconocimiento que no fue el único: algunas de las distinciones que recibió en su carrera fueron el Premio de Grabado del Salón Manuel Belgrano (1997) y el Gran Premio de Honor del Salón Nacional (2000).
Iglesias Brickles realizó más de veinte exposiciones individuales y el año 2005 fue clave en su carrera, porque presentó una gran antología retrospectiva en el Museo Sívori, un libro que recopilaba casi toda su trayectoria artística y una muestra individual en una galería. Aunque desde chico tenía talento natural para el dibujo, la historieta y las caricaturas, se lanzó de lleno al arte a los 22 años, luego de la muerte de sus padres, que lo habían persuadido (especialmente su padre, militar) de dedicarse a estudiar una carrera artística.
Se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, fue discípulo de Aída Carballo y también docente y ayudante en su taller. Entre toda su producción se destacan sus xilopinturas, maderas talladas y luego pintadas, en las que el acento está puesto tanto en la imagen como en la realización y la técnica. Este género personal funcionó también como un modo de hacer visible la “cocina” del grabador, porque era como mostrar los tacos desbastados a fuerza de gubia: relieves, pinturas, estampas... sus xilopinturas fueron inicialmente incomprendidas por los puristas del grabado, porque eran obras que atravesaban varias técnicas.
Así, contra el avance de la tecnología en el arte que en muchos casos fue licuando y neutralizando las obras, y contra el recetario ortodoxo y académico, Iglesias Brickles reivindicó, además del valor de la imagen, lo manual y la materialidad significativa del trabajo artístico, en un gesto de hibridación técnica que podría pensarse como felizmente anacrónico. También fue diseñador gráfico y trabajó, entre otros medios, en Página/12 hasta mediados de la década del noventa. Pero además de su trayectoria y su práctica artística, Iglesias Brickles tenía opiniones fuertes, personales y fundamentadas sobre el arte, el contexto, las políticas artísticas y los artistas. Puso en juego sus puntos de vista en varios artículos y notas a lo largo de su carrera y en los últimos años en su blog Testigo ocular, arte, artistas y epifenómenos del arte.
En los trabajos de Iglesias Brickles el espectador se asoma a atmósferas inquietantes, enrarecidas, tensas, a veces metafísicas, pintadas con fuertes colores y contrastes. En sus obras, casi siempre (pictóricamente) narrativas, las escenas de aspecto teatral ofrecen retratos, sucesos del mundo (del mundo real y del mundo del arte) y citas que vienen de la historia y la cultura. Los relieves de sus trabajos generan juegos de sombras que forman parte del lenguaje del artista. Son visibles los trazos de la gubia sobre la madera, los surcos que abren canales como si se tratara de dibujos tallados a mano alzada. Para evitar que otros clasificaran sus influencias, el propio artista definía su obra en relación con la historieta y el arte pop, el expresionismo alemán y los afiches soviéticos de la década del veinte.
En los retratos, el grabador y pintor presenta rostros angulosos, de facciones recias, arrugas que son incisiones, ojos que miran frontalmente, miradas altaneras que a su vez buscan sostener la mirada del espectador. En relación con los retratos, en un reportaje que este cronista le hizo hace muchos años en estas mismas páginas, el artista dijo que “me atrae la conformación que da el tiempo en cada persona. El tiempo real y el tiempo emocional. La edad y las cosas que le han pasado. Eso marca cada cara de una manera o de otra. Uno tiene esa frase, oída de chico, que dice que todos son responsables de su cara después de los treinta años. Al mismo tiempo cada cara arrastra una historia y una tipología que la excede, así como una geografía. Uno siempre encuentra parentescos entre diferentes caras de distintos lugares del mundo. En este país de inmigrantes el tema de los rostros se vuelve especialmente interesante. Esa relación entre la historia personal y la Historia general, entre la tipología y la antropología, me fascina... Por momentos soy un poco lombrosiano y la mía es casi una fascinación malsana, aunque nunca llegué a pensar en una clasificación estatal de los distintos tipos de caras. Además me atraen los gestos, las miradas”.
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