PLASTICA › MURIó EL ESCULTOR DANILO DANZIGER (1956-2013)
En los años ’80, su obra en metal se exhibía en los mejores espacios de arte porteños. Durante la última década participó de varias exposiciones en el Sur con una obra realizada “sin prisa ni condicionamientos externos. Una década de piedra”.
› Por María José Herrera *
Para quienes teníamos veinte años en los ’80, la obra del escultor Danilo Danziger (1956-2013) era una presencia habitual en los espacios más reputados del arte de la ciudad. El Premio Braque, las exposiciones de la Joven Generación del CAyC (Centro de Arte y Comunicación), las de Giesso, las de la Fundación Banco Patricios, las de Harrod’s, y también una temprana muestra consagratoria en la Fundación San Telmo, a comienzos de los ’90.
En aquellos años del optimismo del retorno a la democracia, Danilo exponía lo que los propios artistas llamaban “objetos” pero que, en realidad, eran esculturas figurativas, que volvían, luego de una década de predominio de las abstractas y coincidiendo con el auge de la figuración en la pintura. Parte del “glorioso retorno a la pintura” del que hablaba la crítica. Hernán Dompé, ya joven maestro de esa tendencia por entonces, apoyaba la exposición desde el prólogo. Expresaba su alegría de encontrar en las obras de Danilo el color: “Pintura como pintura, mostrando el gesto, no como recubrimiento”. Efectivamente, esas obras de formas geométricas orgánicas inspiradas algunas veces en la arquitectura y la ornamentación, otras en objetos (instrumentos musicales, máquinas, etc.), mostraban un apego a la superficie que no negaba la importancia del volumen. Finas chapas soldadas o remachadas tenían la cualidad de papeles y hasta se fruncían como en una tela cosida. La pintura dibujaba con línea o mancha, acentuando el carácter objetual, la figuración. El título hacía el resto: ilustrativo o paradójico, sellaba la referencia conceptual, duchampiana si se quiere, el humor sutil que caracterizó toda la producción de Danziger.
Así pasaron los ’90, entre la creatividad, el éxito de sus obras y una tragedia que le cambió la vida para siempre: una de sus esculturas se desprendió y acabó con la vida de una chiquita. Si bien participó en muestras colectivas, desde 2002 hasta 2012, Danilo no hizo ninguna presentación individual. Invitado a exponer en Río Gallegos, viajó a Tierra del Fuego, adonde volvió “27 veces más”, como le gustaba contar. Allí descubrió, “a flor de tierra”, el pasado glorioso de la naturaleza y también de la cultura. De esta experiencia nació Paleobotánica Australis, su última muestra. Como él mismo señaló, comprendía “obras de una década, realizadas sin prisa, sin exigencias ni condicionamientos externos. Una década de piedra”. Década en la que, como eras geológicas, se sucedieron en la Argentina el default económico, los cacerolazos, la violencia, la lucha, las redes del trueque y la recuperación. Largas caminatas por los bosques australes, en la tradición del flâneur (“paseante”), que describen autores como Baudelaire y W.G. Sebald, fueron la metodología para preformar imágenes. Un fructífero andar donde el paso se coordina con el aliento y juntos conforman un “mantra” que difumina el paisaje y focaliza su energía en el interior del caminante. Así, los bosques fueguinos que Danziger disfrutó recorrer mostraron su “historia natural” a la que el artista no demoró en transmutar en “historia cultural”. El discurso de las ciencias lo introdujo en la poesía de las formas naturales. Luego de muchos años de trabajar con metal, la piedra pareció el material más apropiado para reproducir fielmente la sabiduría geométrica de la naturaleza. Los fósiles de un extenso conjunto de semillas, frutos y raíces conformaron el repertorio de su “enciclopedia”.
La prehistoria es algo más que un tema en la obra de Danziger: es el testigo inexorable del paso del tiempo y los procesos de la vida. Por eso, a sus ojos, los misteriosos fósiles eran esculturas naturales. Piedras “talladas” por el reemplazo mineral de una antiquísima vida orgánica, la transformación de esa energía. Danilo contaba que solía visitar los jardines botánicos y que uno de sus lugares predilectos eran los museos de ciencias naturales. Precisamente en un modelo reducido de museo transformó a la sala del Palais en 2012. Porque los anaqueles del museo funcionan como inventario y repertorio, fragmento del mundo, señuelo para la impostergable curiosidad que comparten el científico y el artista. Vitrinas de roble antiguo, tarjetas identificadoras escritas en pseudo latín, iluminación baja y puntual, fueron algunos de los recursos que imaginó para dar el contexto de su propia visión al público. Realidad y ficción se conjugaban en una puesta en escena en la que sonaba música, aunque no la había. El acabado terciopelo de la piedra se replicaba en los negros profundos y sedosos del crayón al óleo en los dibujos. A diferencia del trabajo minucioso y detallista de los mármoles y granitos, los dibujos eran sumarios, nada complacientes, hasta se diría espectrales. Tal vez revelaban otra faceta, el lado oscuro de pensar esos frutos como materia inerte. La exposición permitió ver desplegada su inagotable sensibilidad humana y artística, que en realidad es la misma.
Sus amigos de varias generaciones, aquellos que lo acompañaron para trazar ese orden, su enciclopedia, hace diez días nos enteramos de su muerte... Lo vamos a extrañar.
* Historiadora del Arte. Presidenta de la Asociación Argentina de Críticos de Arte.
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