Martes, 30 de julio de 2013 | Hoy
PLASTICA › RETROSPECTIVA DE MARIA MARTINS (1894-1973) EN EL MAM DE SAN PABLO
El Museo de Arte Moderno paulista presenta una antología retrospectiva de una de las grandes escultoras modernas de Brasil, amiga de los surrealistas y célebre amante de Marcel Duchamp, de quien fuera su musa.
Por Renata Martins *
Cuando uno entra al espacio de la sala mayor del Museo de Arte Moderno de San Pablo (Brasil), donde se exhibe la exposición Maria Martins: Metamorfosis, accede a un ambiente mítico, en un territorio que, de manera simultánea e inmediata, llena la mirada del visitante con figuras mitológicas y tortuosas que se ofrecen a su percepción (seguramente inadvertida), y agudiza sus oídos, por la combinación de sonidos del bosque con secuencias de óperas y otras músicas del repertorio clásico.
Tales detalles sensoriales proponen al visitante, de forma ligera y sintética, uno de los varios legados del trabajo de la escultora, grabadora, pintora y escritora Maria Martins (1894-1973); una brasileña cosmopolita: la transferencia de la cultura popular, híbrida y marginada del Brasil de los años cuarenta, para un escenario internacional igualmente conflictivo y a la sombra de la Segunda Guerra Mundial.
Con curaduría de Verónica Stigger, Maria Martins: Metamorfosis es una de las mayores muestras realizadas de la artistas en territorio brasileño. Más de treinta esculturas, la mayoría de bronce, fueron distribuidas en cinco núcleos temáticos no cronológicos: Trópicos, Lianas, Diosas y monstruos, Cantos y Esqueletos. Dentro de esos núcleos se encuentran también grabados, una joya en oro y diamantes, objetos cerámicos, dibujos y textos –tanto de la propia artista como de autores emblemáticos de la literatura brasileña moderna, como Mario de Andrade, Raúl Propp, Euclides da Cunha y Clarice Lispector, entre otros–. A través de ese mestizaje de formas y voces artísticas, la curadora pretende mostrar la sintonía de Maria Martins con la reflexión de intelectuales de su tiempo sobre la formación y la heterogeneidad cultural de este país. Stigger incluso añade: “(Maria Martins) es una artista que no se encuadra en ningún movimiento artístico: su trabajo es muy singular”.
La distribución de las obras en la sala mayor remite a la primera exposición nacional que Maria Martins tuvo en este mismo Museo de Arte Moderno de San Pablo, en el año 1950. Esa reconstrucción ambiental es confirmada por dos gigantescos registros fotográficos de aquella exposición, en escala uno a uno, dispuestas en la entrada y al final de la sala. Sin embargo, antes de 1950, Maria Martins ya se había consolidado en el ambiente artístico como una eximia escultora. Como esposa de un embajador brasileño en el exterior, comenzó sus estudios en técnicas escultóricas en los años treinta en Bélgica. En 1943 realizó su tercera muestra individual en la Valentine Gallery en Nueva York, con esculturas de formas sinuosas y monstruosos que evocaban figuras mitológicas populares de la Amazonia: Cobra Grande, Boiuna, Yara, Yemanjá, Aiokâ, Iacy y Boto. Aquí, esas piezas funden figura humana y naturaleza, al punto de que se mezclan y se metamorfosean armónica y herméticamente. Junto a esas esculturas, que dividían el espacio de la Valentine Gallery con las telas coloridas y fragmentadas de Mondrian (y su muestra Mondrian: New Paintings), Maria Martins preparó personalmente un catálogo en inglés cuya función didáctica era narrar sucintamente al visitante norteamericano el mito brasileño allí esculpido. Tanto esas esculturas cuanto el catálogo pueden ser apreciados actualmente y fueron incluidos en el primer núcleo de la muestra: Trópicos. “Maria consiguió capturar maravillosamente en su fuente primitiva no sólo la angustia, la tentación, la fiebre, sino también la aurora, la felicidad calma e incluso a veces el puro deleite”, escribe la curadora Verónica Stigger.
Vale recordar, además, que por esa época Maria Martins conoce a los franceses André Breton, autor del Manifiesto surrealista de 1924, y Marcel Duchamp, con quien mantuvo una relación amorosa y, según muchos críticos, del cual se volvió musa. “No diría que ella fue influenciada por el surrealismo –dice la curadora–. Lo que sucedió fue que los surrealistas como Breton y Péret hallaron en los trabajos de la artista aspectos afines a la propia estética surrealista, como el encuentro con la naturaleza.”
En el segundo núcleo temático de la exposición, Lianas, se observa que las formas enredadas que componen los cuerpos de los seres mitológicos del núcleo anterior, Trópicos, se vuelven protagonistas, formando objetos que descomponen y fragmentan la humanidad de aquellos, transformándose en vestigios de lo que habían sido anteriormente.
Ahora, en un período histórico atravesado por la Segunda Guerra, puede interpretarse ese conjunto escultórico como la visión de Maria Martins sobre el género humano: una mitología antropocéntrica desmitificada, reducida a escombros y a figuras informes.
En el tercer núcleo, Diosas y monstruos, el visitante puede ver una de las esculturas más conocidas de la artista, Imposible (1940), en donde dos cuerpos híbridos intentan encontrarse y entrelazarse, pero sus propias garras se los impide. “Sensuales y bárbaros”, según las palabras de Maria Martins en su poema “Explication” (1946), pueden ser los adjetivos designados para analizar esta obra. En ese poema, la artista busca definirse a sí misma y a su hacer artístico: “Sé que mis Diosas y sé que mis Monstruos/ siempre te parecerán sensuales y bárbaros./ Se que querías en mis manos ver reinar/ la medida inmutable de líneas eternas./ Olvidas/ que soy de los trópicos, que vengo de lejos”.
El cuarto núcleo, Cantos, está compuesto por objetos redondos cuyo interior hueco fue trabajado por líneas armónicas y abstractas, como si estuvieran cerrando un ciclo dentro de sí mismas. Estas esculturas fueron asociadas por la curadora a la influencia que el libro Así habló Zaratustra (1885) del filósofo alemán Freidrich Nietzsche tuvo sobre la escultora brasileña.
Finalmente, el último núcleo, Esqueletos, puede ser interpretado como la visión de Maria Martins sobre la última metamorfosis del ser humano, la más íntima, extrema y duradera condición corpórea.
Además de las obras presentadas, el visitante tiene la posibilidad de leer varios artículos escritos por Maria Martins para el diario Correio da Manha en la década de 1960 y una entrevista hecha a la escultora por Clarice Lispector, quien también había estado casada con un diplomático brasileño. En ese reportaje ambas mezclan papeles entre entrevistadora y entrevistada; concuerdan en que para haberse preservado de los protocolos y formalidades de la carrera de sus maridos diplomáticos tuvieron que refugiarse en el arte. Así se desahogan en una conversación de clima íntimo:
Maria: –Yo siempre dividí mi vida en dos partes: desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde vivía encerrada en mi atelier, entregada absolutamente a mis problemas de formas y colores y en un aislamiento que me permitía, después, la inmensa alegría de reencontrar muchos buenos amigos. Tanto vos como yo, aunque nadie lo crea, somos tímidas. ¿Por qué no aceptan nuestra timidez?
Clarice: –Del mismo modo que no aceptan la verdadera humildad. Para colmo, la mayoría de las personas está estereotipada y no consigue admitir con sinceridad el individualismo.
Maria: –Pero, Clarice, vos ya superaste esa fase, porque sos un monstruo sagrado.
Clarice: –Una de las cosas que me entristecen de esa historia del “monstruo sagrado” es que los demás me temen por nada y terminamos teniendo temor de nosotros mismos.
En un tono de conclusión más o menos confidencial, Clarice pregunta: “Maria, la vida es difícil, pero ¿vale la pena vivir?”. Y obtiene la siguiente respuesta: “Vale, Clarice. Porque la muerte, al final, es la última cosa de donde no podemos volver. A pesar de todo, creo que la vida es una belleza”.
La muestra sigue hasta el 15 de septiembre en el MAM de San Pablo, Parque Ibirapuera.
* Licenciada, profesora y master por la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Pablo (USP).
Traducción: Fabián Lebenglik.
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