PLASTICA › EL CENTRO DE ARTE Y COMUNICACIóN (CAYC), EN EL ESPACIO DE LA FUNDACIóN OSDE
Una exposición presenta algunos de los aportes del CAYC de Jorge Glusberg al arte de los años ’60 y ’70, tanto en el medio argentino como en el regional y global. Los nuevos planteos críticos y artísticos.
› Por María José Herrera *
En el irreverente, crítico y politizado ambiente de fines de los años ’60 en la Argentina, la “utilidad del arte” y la “muerte de la pintura” fueron dos tópicos que desencadenaron reacciones diversas y hasta contrapuestas. Los entusiastas de un “nuevo humanismo” basado en la tecnología y el diseño apostaron al artista como agente social –destacado por su sensibilidad– necesario para producir el cambio que la crisis requería. Ellos no salieron del campo del arte, sino que lo ampliaron hacia otros ámbitos, como el del consumo. Otros, en las antípodas, impugnaron las prácticas artísticas y hasta se internaron en el “antiarte” como actividad estética que desbaratase un “sistema” que juzgaban agotado por haber apostado a su autonomía, a su especificidad (...). No obstante, estos debates artísticos apenas rozaban al público que, aunque ya más acostumbrado a los desenfados vanguardistas, continuaba preguntándose si esas actividades que las galerías, los museos y la televisión difundían y apañaban eran realmente “arte”. En tanto, los tiempos políticos se aceleraban. Luego del Cordobazo, el fin del gobierno de facto se aproximaba. Los aprestos para el retorno de Juan Domingo Perón y la legalidad del partido estaban avanzados. Una nueva faceta del peronismo conducida por jóvenes, antes de verse frustrada, fue una esperanza de contagioso nacionalismo. Pero la censura campeaba y la violencia iba en aumento. La “teoría de la dependencia” explicaba la situación de pobreza y falta de desarrollo en los países latinoamericanos. La crisis económica que había abierto camino a la sublevación obrera y estudiantil tenía su correlato en las agrupaciones armadas, que ya actuaban su intención revolucionaria. Así, los primeros años ’70 estuvieron signados por el impulso a la movilización colectiva. En las artes, muchos desconfiados del alcance de su prédica desde las instituciones salieron a la calle con una renovada intención de ampliar la audiencia. Junto a las exposiciones al aire libre que organizaba la Municipalidad de Buenos Aires, diversos grupos se propusieron acercar las obras al “hombre de la calle”, para enfrentarlo con el lenguaje artístico de la época. Las preguntas por cómo el arte sirve a la sociedad y de qué modo desdibujar los límites entre arte de elite, arte popular y arte de masas, resonaban en estos artistas que apostaron a seguir con su práctica en un ambiente tan cuestionador como estimulante. Cerrada la sede del Instituto Di Tella en la calle Florida, cierta orfandad sobrevolaba la ciudad de Buenos Aires. Aun aquellos que lo habían denostado se habían quedado sin la referencia insoslayable en la que el Di Tella se había convertido desde 1963 de la mano de Jorge Romero Brest. Dentro y fuera del instituto, la comunicación había sido un tema crucial para entender las últimas tendencias. Así lo vio Romero Brest quien, ante los problemas económicos y políticos que llevaron al cierre de la institución, intentó convertir los centros de arte en espacios de experimentación, utilizando el medio de comunicación del momento: la televisión. Efectivamente, el tiempo no había pasado en vano y muchos procesos sociales –entre ellos, el arte– se veían íntimamente afectados por las tecnologías de la comunicación. En este contexto, y proponiéndose portador de una perspectiva superadora, nació el CAYC, Centro de Arte y Comunicación, a fines de 1968. Capitalizando muchas de las tendencias incipientes en los últimos años del Di Tella, el centro señalaba a la comunicación como el paradigma del presente y el futuro. Liderado por el crítico y empresario Jorge Glusberg, se presentó como un espacio que favorecía la interdisciplinariedad no sólo entre las artes, sino también –y específicamente– entre el arte, la ciencia y los estudios sociales. En este programa se fundaba la instancia superadora ya que, a diferencia de lo que ocurría en el Di Tella, para el CAYC ideología y política no eran conceptos ajenos al arte y, sin duda, definían los marcos de la comunicación. (...)
En los primeros años de la década de los ’70, el CAYC organizó exposiciones, reuniones de intelectuales y formó un colectivo artístico propio: el Grupo de los 13, luego Grupo CAYC. Esta agrupación operó bajo las ideas de una categoría artística, el arte de sistemas, que acogió distintos significados a lo largo de su historia y en relación con lo que específicamente se proponían: trabajar sobre y en el espacio social. [...]
De la creatividad de la máquina a la exposición como “máquina de guerra”.
En 1969, con la primera exposición, el CAYC definió su perfil experimental. “Arte y Cibernética” reunió a artistas japoneses, británicos, norteamericanos y argentinos, quienes exploraban con sus dibujos las posibilidades creativas de las computadoras. Ocurrió sólo un año después de la paradigmática Cibernetic Serendipity, organizada por Jasia Reichardt en el Institute of Contemporary Arts (ICA) de Londres.
Los artistas fueron asistidos por ingenieros y analistas de sistemas de la UBA y las escuelas técnicas ORT. En el ecléctico grupo convocado, los argentinos que provenían del arte generativo-cinético fueron los más afines a la operatoria de la máquina, capaz de reproducir serialmente y con variantes controlables un pattern determinado. Antonio Berni, Ernesto Deira, Miguel Angel Vidal, Eduardo Mac Entyre, Luis F. Benedit y Osvaldo Romberg, entre otros, adaptaron sus ideas a las posibilidades que ofrecía el software de la IBM.
Con esta experiencia, Glusberg proponía “un arte nuevo, dinámico, comprometido con el contexto social al que pertenece, con la época interplanetaria, que va más allá de las técnicas institucionalizadas”. De este modo abonaba el pensamiento de la “muerte de la pintura” y su reemplazo por “luces y motores e información en lugar de pinceles”. [...]
Ese mismo año, el CAYC organizó una exposición al aire libre en la Plaza Rubén Darío, Escultura, follaje y ruidos. Pensada como un espectáculo musical y lúdico, aportó un cambio de rumbo respecto de las actividades realizadas hasta el momento. Prescindió de la tecnología y las instituciones (museo, galería) para sacar partido de lo gestual, lo espontáneo y efímero. Los artistas platenses Edgardo Vigo y Carlos Ginzburg realizaron “señalamientos”. Benedit, Vicente Marotta y Glusberg, un “recorrido” para niños. Otros artistas, experiencias musicales y escultóricas participativas. La muestra terminó con gran parte de las obras destruidas debido a los “ánimos caldeados” del público asistente. (Espacio Fundación OSDE, Suipacha 658, piso 1º; hasta el 5 de octubre).
* Historiadora del Arte. Presidenta de la Asociación Argentina de Críticos de Arte. Co-curadora de la muestra, junto con Mariana Marchesi. Fragmentos editados de su ensayo para la exposición.
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