PLASTICA › ANTOLOGíA RETROSPECTIVA DE JAMES LEE BYARS EN EL NUEVO MUSEO JUMEX
El imponente nuevo museo inaugurado en la capital mexicana abrió sus puertas con una exposición del inclasificable artista norteamericano (muerto en 1997), cuya vida y obra están en un proceso de revaloración en los últimos años.
› Por Fabián Lebenglik
Desde México D.F.
El imponente Museo Jumex, situado en la zona más nueva de la colonia Polanco, se inauguró hace menos de un mes en esta ciudad con una muestra antológica y sorprendente –producida en conjunto con el Moma Ps1 de Nueva York– del inclasificable y relativamente poco conocido artista norteamericano James Lee Byars (1932-1997, en la foto, abajo), que comenzó a ser rescatado en los últimos años por grandes instituciones, colecciones y museos del mundo, incluida (muy apropiadamente) la reciente Bienal de Venecia, que tuvo lugar entre junio y noviembre del presente año.
Para muchos críticos e historiadores, Byars fue una extraña mezcla entre Andy Warhol –por su manejo de los medios– y Joseph Beuys –por la profundidad filosófica de su obra– que hizo de su propia vida una obra de arte; para sus detractores, fue un vagabundo y un charlatán. Pero ambos polos no son contradictorios.
La exposición, curada por Magalí Arriola y Peter Eleey, lleva el título de Media autobiografía porque Byars, a fines de los años sesenta, cuando las estadísticas marcaban que el promedio de vida rondaba los setenta y cinco años, escribió, a los treinta y siete, su “1/2 autobiografía”.
Según dicen los curadores de la muestra, “Byars construyó un mito alrededor de su persona, tejiéndose a sí mismo dentro una performance continua que lo convirtió en una figura mítica y provocativa del arte de la segunda mitad del siglo XX”.
La exposición incluye pinturas, esculturas, telas y ropas de vestuarios, obras en papel, videos, cartas, documentos y una gran instalación escenográfica.
El propio Byars se autoproclamaba como un místico y por los videos y documentos que aquí se exhiben sus actitudes eran notoriamente actorales, en la búsqueda por construir un personaje.
El artista vivió en varios países y ciudades; pasó casi una década en Japón, estudiando teatro Noh, caligrafía y budismo zen. Su obra, muy influida por estos estudios y por cierta religiosidad, es de una enorme variedad de registros y a cada momento anota que su mayor énfasis está puesto en el carácter interrogativo y cuestionador.
Lo que aquí se ve es que el ego del artista no se vuelve abrumador e insoportable, como sucede con tantos otros artistas, sino que en cada intervención que protagoniza revela dulzura y honestidad.
Influido por el zen –que privilegia lo no permanente y da valor al instante presente– buena parte de su trabajo está atravesado por la marca de lo efímero o por restos de acciones.
En varios de los documentos y obras exhibidos, el artista resume su vida en pocas líneas, en distintas épocas. Por ejemplo, hay una obra en la que se lee “James Lee Byars y una docena de hechos: nacido en abril de 1932. Educado en la escuela pública. Interesado en la Filosofía. Vive en Kioto, Los Angeles, San Francisco y Nueva York. Su obra está en las colecciones del Moma, el Guggenheim, la Carnegie, etcétera. Oración preferida: como un sueño como una visión como una burbuja como una sombra como humedad como iluminación. Vista preferida: agua. Sonido favorito: O. Aroma favorito: alga. Gusto favorito: semillas de amapola. Textura favorita: seda”.
En otro resumen de pocas líneas cuenta que es un típico y natural norteamericano medio, que está haciendo un doctorado ficticio en la Universidad de California, que su cabeza pesa 25 libras y que su primera exposición fue en las escaleras de incendio del Moma en 1958.
Siguiendo con la vertiente documental y epistolar, hay una serie de telegramas que con motivo de su participación en la Documenta de Kassel de 1972, envía a una serie de presidentes, directores de museos y críticos de arte, a modo de invitación: textos breves y candorosos –y con mucho humor, que dirige a Georges Pompidou, Mao Tse-tung, Richard Nixon o la reina de Inglaterra...
Por otra parte, los cuadros, tintas y objetos tienen una contundencia, un rigor compostivo y una síntesis formal más allá de cualquier veleidad.
Entre el material audiovisual, Byars entrevista a una serie de artistas e intelectuales como, por ejemplo, a John Cage. Sus preguntas, básicas, obligan a su interlocutor a definirse y se advierte allí que su interés no está puesto tanto en las respuestas como en la naturaleza de la pregunta. “La pregunta –decía Byars, que hablaba de una filosofía interrogativa– es la mejor declaración de realidad que conozco.”
Según escriben los curadores, Arriola y Eleey, “Byars vivió y trabajó alternando entre Nueva York, Venecia, Kioto, los Alpes Suizos, Los Angeles y el sudeste de los Estados Unidos, y eventualmente eligió El Cairo como lugar de su muerte. Al ubicar su obra entre contradicciones aparentes y desconcertantes –lo monumental y lo minúsculo, lo universal y lo personal, lo lujoso y lo mínimo, la reliquia y el evento, lo espectacular y lo invisible–, Byars enaltece la experiencia contemplativa. Dentro de la interrogante estética que promulga, sugiere que la perfección no ocurre sólo en los bordes más evanescentes de la forma, sino también en los tenues momentos de atención durante los cuales intentamos discernirla”.
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