Martes, 28 de enero de 2014 | Hoy
PLASTICA › EXPOSICIóN DE FERNANDO FAZZOLARI EN LA BARRACA VORTICISTA
Después de la alta visibilidad y los premios que tuvo en los años ’80 y ’90, el pintor eligió colocarse en los márgenes del mundo del arte por “una necesidad de distancia”. Una entrevista con el artista.
Por Fabián Lebenglik
Fernado Fazzolari (Buenos Aires, 1949) tiene una notable carrera como pintor, con una alta visibilidad durante las décadas del ’80 y ’90. Hace varios años decidió dar un paso al costado y moverse fuera de los espacios más mundanos de las artes visuales. En estos días presenta una muestra en la Barraca Vorticista dedicada a la figura de Buda.
–Una necesidad de distancia. Un estar en soledad. Una manera de estar en uno mismo con “su obra”, buscar un estado de independencia que no te catapulte permanentemente a una búsqueda de espacio. Prefiero esta marginalidad, esta sonrisa agradecida de la obra, que en definitiva es lo único que te valida. Cuestiono aquello que se desvanece permanentemente. Me interesa el largo plazo, los proyectos consistentes y la persistencia. También confluyo en todo lo que dé lugar a proyectos comunitarios, por lo menos en el territorio de los diferentes campos del arte.
–La Barraca es un espacio de singularidad, y en esa singularidad hay libertad. Y esa libertad consiste en poder hacer en confianza y en consecuencia. Uno de los conflictos que veo permanentemente es la desidentificación permanente de los espacios, la dispersión y la fragilidad de los discursos. La volatilidad de las propuestas y una suerte de canibalismo que hace que mucha obra se consuma antes de constituirse. Mantengo una relación amorosa con la Barraca Vorticisa en cualquiera de sus formas, con la Tranca, con Palpalá y con cualquier lugar que se presente como alternativa un poco más lejos de la frecuencia lábil de los espacios que perdieron sentido de identidad.
–Uno de los espacios culturales en el ámbito privado que viene realizando una tarea muy seria, más allá de los hoy reconocidos como Malba o Proa, es la Fundación Osde, a la que debe valorársele la seriedad de sus propuestas.
–Políticas de Estado que contribuyan a la visibilidad, a la participación, a la inclusión de la comunidad en las actividades vinculadas a la cultura. Y particularmente a la gestión del patrimonio existente y potencial que hay en nuestro país. Tenemos artistas de todas las disciplinas, en calidad y cantidad contundentes. Siempre digo que en nuestro país al arte lo sostienen los artistas: por suerte el gobierno nacional ha sido el que más presupuesto ha otorgado a la actividad cultural y en particular al desarrollo de espacios para que dicha actividad se exponga y se desarrolle. Circulación de patrimonio y desarrollo de potencialidades parece ser el tema que se necesita profundizar.
–Se trata de un evento único, donde se premia la cercanía a los artistas y personas de la cultura que contribuyen al bienestar cultural.
–Todo nació frente al mar, como los primeros anfibios, en la costa, en un balneario que se nombraba Buddha y en sus mesas fui dibujando la gente, sus días, sus estados... y a eso se sumaron imágenes: el horizonte del mar, los cuerpos solemnes o reclinados, la carne que deja de serlo para constituirse en forma. Días en que el sol fluye en un bar de cualquier costa, bajo los rayos de la tinta disuelta en ron. Papas fritas. Y tres arco iris sobre el agua. Era pura pintura de transferencia. Y en cuanto a la muestra, creo que hay una cosa excesiva, de hecho sentía que la Barraca era más grande, así que me quedó obra para un segundo capítulo.
–Buda tiene una presencia inmensa, no puede uno hacerse el distraído y pensar en bibelots, me encantaba ese cuerpo desparramándose por la tela, como en un gran templo... de pronto surgieron algunas obras íntimas, pero que en su detalle volvemos a aquellos paradigmas de los años ’80 donde la inmensidad nos rodeaba, la inmensidad urgente de un mundo por reconstruir. También a Buda lo rodea la inmensidad en esos casos. Casi una manera de la melancolía. Los textos del Sutta Nipata llegaron más tarde a mis manos y rescato, brechtianamente, el Sutta V: La vida cruza entre las sombras misteriosos conjuntos de luz. De pronto se acerca la serpiente del Sutta Nipata, un texto de antigua poesía budista perteneciente a la secta de los Theravadins, una de las dos grandes ramas en que se dividió la comunidad budista un siglo después de la muerte de Buda. El Sutta V, “Cunda”, que prologa el catálogo, es el diálogo de Cunda el orfebre y Buda. Ya no es lo mismo Buda antes de Cunda que después de Cunda: no porque me haya convertido al budismo sino que ya la obra se había trasladado de una suerte de registro de ocasión a otro fenómeno.
–Nada nace de un repollo. Somos un continuo y en ese continuo de identidad encuentro restos, rastros y esencias de mi propio pasado. Nada más que con más tiempo de trabajo: como reincidir en las cosas que a uno lo atraviesan pero con un tiempo diferente. La obra es como un árbol, necesita tiempo para crecer.
–A veces me parece que hay producciones que se las traga el sistema, que me gustaría ver cómo evolucionan, cómo crecen, cómo dan nuevas formas dentro de su búsqueda. Finalmente se confirman sólo aquellos que persisten en una idea, en una obra y en la fidelidad a su proyecto. Elba Bairon en el Malba es un ejemplo de una convicción y un estado de arte que, aunque está hoy en una cima, se intuye que su obra se monta sobre un programa que aún tiene mucho más para dar, porque tiene un pasado que lo sostiene. Y eso me llena de alegría.
–En un ejercicio de registro casi íntimo, como son íntimos los textos que van acompañándome: esta vieja costumbre de escribir.
* En la Barraca Vorticisita, Estados Unidos 1614, hasta el viernes 31 de enero.
Fernando Fazzolari estudió pintura con Jorge Demirjián en 1969. En 1971 estudió dibujo con Julio Pagano. Hasta 1973 participó en diversas muestras colectivas y realizó algunas exposiciones individuales. Hacia fines de aquel año abandonó la actividad plástica para concluir sus estudios universitarios, retomando la pintura en 1983.
Entre los años setenta y noventa expuso en la galerías Lirolay, Carmen Waugh, Adriana Indik, Arte Nuevo y Alvaro Castagnino, en los centros culturales San Martín y Ciudad de Buenos Aires; en los museos de Arte Americano de Maldonado y Nacional de Bellas Artes, entre otros. Obtuvo varios premios como el del Artista del Año, Docente del Año (ambos por la Asociación Argentina de Críticos de Arte), Premio Günther; Premio al mejor envío extranjero de la Bienal de Valparaíso, Premio Universidad de Palermo y Premio Clamor Brzeska.
Desde el año 2000 edita la revista El surmenage de la muerta.
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