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Martes, 8 de julio de 2014

PLASTICA › MURIó A LOS 74 AñOS EL GRAN ARTISTA ARGENTINO ROGELIO POLESELLO

Ver el mundo a través de su obra

El gran pintor y escultor, de un estilo inmediatamente reconocible, por sus pinturas y murales geométricos y sus piezas escultóricas y objetos de acrílico, fue un referente del arte geométrico.

 Por Fabián Lebenglik

Anteayer murió el gran artista argentino Rogelio Polesello, a causa de una complicación de una enfermedad bacteriana. Hacía poco había sido operado por un aneurisma de aorta.

Nacido en 1939, desde fines de los años ’50 hasta el presente, Polesello construyó un mundo personal, que logró hacer reconocible para todos, dentro y fuera del ambiente de las artes visuales. Desde entonces consiguió exhibir su obra en casi todo el mundo y ganó premios y becas nacionales e internacionales muy importantes, como el Salón Esso de Artistas Plásticos de Latinoamérica en 1965, el premio Braque en 1968, el Gran Premio de Honor del Salón Nacional en 1988, el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes en 2003, el premio Trabucco de la Academia Nacional de Bellas Artes en 2006 y dos veces el Konex, como pintor y escultor. También pasó por el Instituto Di Tella.

Sus cuadros, murales y esculturas impactan por su rigurosa perfección, asociada no sólo a la geometría, sino al diseño y hasta a la publicidad, en el sentido de lo notablemente persuasiva que resulta su obra. Ya sabemos que no persuade quien quiere, sino quien puede.

Los colores y formas yuxtapuestas surgieron en su obra desde que se inició en el Op-Art, en 1958, cuando, a los 19 años, recién egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, quedó deslumbrado por la exposición de Vasarely que se había presentado en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). El mismo MNBA le dedicó una gran retrospectiva a Polesello, 42 años después.

Cada obra del artista es una construcción visual llena de efectos formales, hallazgos técnicos, atributos de superficie y gran poder de seducción.

Su obra, de realización y terminación siempre rigurosa, fue elaborada en series, citas y autocitas. Desde sus comienzos, el artista fue plenamente consciente de lo que significa una estrategia pictórica, una carrera de pintor profesional.

La imagen de su trabajo revela que el artista ha tenido en mente los procesos de producción industrial, la idea de ir “perfeccionando” los modelos visuales de sus pinturas a lo largo del tiempo. Como los objetos industriales, sus cuadros están perfectamente terminados, son ex profeso decorativos y superficiales. Pero, como es obvio, sólo se trata una ilusión creada por el artista a fuerza de artesanía, destreza y efectismo. La pintura como un refugio de habilidades manuales. La consigna de sus cuadros es la de todo juego: que con reglas propias se genere un mundo paralelo, engañosamente instalado en este otro mundo, que llamamos “real”. Su trabajo artístico ha venido desarrollándose por el camino de la autonomía. Cuadro tras cuadro, serie tras serie, todo ese cuerpo de obra avanzó sobre sí misma y amplió la capacidad de autodescribirse, en un gesto que terminó haciendo conocer a todos.

La pintura de Polesello no genera intimidad con el espectador, sino que da la impresión de producir una sensación pública, es decir, dada a publicidad.

Y así como no se genera intimidad, en esta línea de razonamiento, sería absurdo buscar en sus obras la autoconfesión o el gesto autobiográfico. Hay, en cambio, obsesivas descripciones de sí mismas. Así, su obra puede pensarse como químicamente objetiva, ya que omite ex profeso al sujeto que las produjo.

Los cuadros, impenetrables en su efectismo visual, bien podrían ser tomados como evocaciones de escudos de familia. En los escudos medievales se contaba en clave una historia de lazos de familia y territorio. El funcionamiento social era un asunto de linaje: los cuadros de Polesello se proponen como escudos, con genealogías ficticias y linajes fabricados. Genealogías que hay que rastrear en la historia de la pintura del artista. Hay que hacer un viaje al interior de su obra: allí están sus lazos de sangre y su geografía; en alguien que se hizo a sí mismo.

En varias de sus telas se abren ventanas dentro de las cuales se repite, a escala menor, el diseño del mismo cuadro en que están inscriptas o de otro cuadro de la serie. Esas ventanas, en la heráldica, se denominan técnicamente “contraabismos” y consisten en inclusiones que remiten a la noción de infinito. Se trata de otro efecto que busca crear la sensación de meterse dentro de la obra, reforzando la imagen de encierro.

Toda esta obra simultáneamente distante y familiar es un símbolo de sofisticación y de lucha contra el vacío. Cada obra está trabajada al milímetro, plena de falsos espacios, falsos volúmenes, geometrías, colores y sombras virtuosas. El artista explicaba que desde chico la realidad lo dejaba perplejo y que esa perplejidad permanente lo llevó a pensar la realidad como una maquinaria. Por lo tanto, en un gesto de temprano reconocimiento, Polesello captó que la realidad es una construcción y que, en consecuencia, podía ser modificable.

Sus cuadros y esculturas son parte de esa realidad construida a fuerza de pintar y pintar con destreza superficies pulidas, coloridas, brillantes y persuasivas.

Al mismo tiempo, como pocos consagrados, Polesello siempre estuvo atento a lo que hacían los artistas más jóvenes, que a su vez, en varios casos, lo consideran una fuente de inspiración.

En cierto modo, la técnica es el tema privilegiado, recurrente y obsesivo de toda su obra. Los cuadros de Polesello hacen que los espectadores nos preguntemos por cómo están hechos, por su composición y grado de dificultad en la ejecución.

Ese mundo cerrado y exacto, que tiene certeza de sí mismo, al punto que deja afuera el paso del tiempo o el lugar de la duda, se hace impermeable al desgaste; es una marca imborrable.

A partir de las esculturas de acrílico de fines de la década del ’60, Polesello trabajó con la idea de que los espectadores vieran el mundo a través de su obra. En 1969 invitaba al visitante a poner el ojo entre las concavidades de cada acrílico. Los acrílicos, como enormes lentes múltiples y distorsionantes, recomponen en otra dimensión las formas, patrones y colores del mundo.

En este punto, si pensamos retrospectivamente su obra, no sólo funciona como propuesta conceptual en la que pasado y presente aportan mutuos sentido complementarios, sino que es posible concatenar la producción temprana a la luz de la actual y viceversa. Una que puede verse, literalmente, a la luz (y a través) de otra (por ejemplo, sus cuadros vistos a través de sus acrílicos, cosa que sucedió en varias exposiciones). Esta cualidad óptica y conceptual resulta crucial para entender el mecanismo que rige la libertad de su producción. A partir de sus placas/lentes de acrílico de la década del ’60, Polesello fue trabajando la idea de que los espectadores vieran a través de su obra. El artista tenía claro que uno de los efectos más interesantes del arte es lograr que los demás vean el mundo a través de la mirada del artista.

Desde entonces, la obra de Polesello forma parte de la mirada de todos.

Los restos del artistas fueron velados ayer en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires.

Polesello en público

Entre la obra pública de Rogelio Polesello se cuenta el mural en el Aeropuerto de Ezeiza, el mural del subte y, recientemente, el monumento en San Pedro en homenaje a los caídos por la batalla de la Vuelta de Obligado, que está emplazado en el sitio donde tuvo lugar el histórico combate. En la edición de 2011 de la feria arteBA, este diario convocó a Polesello, junto con otros ocho artistas –Rep, Stupía, Broullon, Noé, Daniel Santoro, León Ferrari, Renata Schussheim y Adolfo Nigro–, para jugar con la posibilidad del aporte individual en una obra colectiva. Cada uno de los maestros convocados “intervino” artísticamente, desde sus propias poéticas y estéticas, cada uno de los signos que componen el logo de Página/12.

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Polesello en 1961, retratado por Pedro Roth.
 
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