Mar 15.07.2014
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PLASTICA › SAGRADA FAMILIA, DE BERCO, COLL Y LUJáN FUNES, EN ARTE X ARTE

La familia en escena y de memoria

La exposición recientemente inaugurada reúne nueva obra de tres artistas que ponen en escena –amorosamente, pero también en tensión– el tema de la familia, más allá de los mandatos, como matriz identitaria.

› Por Valeria González *

La muestra Sagrada familia reúne obra reciente de las artistas Viviana Berco, Cristina Coll y Luján Funes. Referente primario de nuestra identidad, sostén y cobijo afectivo, la familia es también la escena originaria donde cobran forma nuestras inhibiciones y nuestros miedos. La “sacralidad” de este modelo social, labrado durante siglos en Occidente, desde la moral ejemplar de la Iglesia cristiana hasta las conveniencias pragmáticas de las ciencias modernas, es sometida a la potencia profanadora del arte. Berco, Coll y Funes desanudan la compleja trama que subyace al imaginario familiar, develando sus ambigüedades y violencias.

Luján Funes pone en escena –y en acto– la doble cara, nutricia y devoradora, del deseo materno. Hace años, Ticio Escobar descubrió que, detrás de la diversidad de motivos, el eje de la obra de Funes consistía en la creación de un personaje destinado a sufrir y redimir el desamparo, y que era igual la cualidad de atención amorosa dispensada, por ejemplo, a un cúmulo de suelas anónimas que a una señora de clase alta encontrada en un mercado de pulgas. El personaje da un paso radical cuando comienza, en un taller de cerámica, a labrar decenas de cabezas de niños recién nacidos, trocando el rol reparador del recolector por el ambiguo poder del demiurgo. Por primera vez, una lúcida maldad se agazapa sobre la abnegación y otras virtudes atribuidas a las madres. Las cabezas de los niños se vuelven objeto de deseos narcisistas (La mantera) o presas de pacientes telarañas (Final abierto). Un cochecito de bebé recubierto herméticamente con fieltro evoca el gesto curativo y protector (Joseph Beuys), pero también la asfixia. A su lado, Funes reproduce una carta donde Lewis Carroll solicitaba a la Señora Aubrey Moore contactos especiales con sus niñas.

Las fotografías de familia se parecen mucho entre sí porque están destinadas a registrar los ritos repetidos y a organizar las singularidades de las vidas y los cuerpos según los roles consabidos. Viviana Berco vuelve a abrir el archivo de recuerdos familiares y, como en un extraño exorcismo, deja salir sus longevos fantasmas. Recortes arbitrarios, inesperados acercamientos y deformaciones cargan de misterios y sospechas aquellas fotografías tantas veces vistas.

Ya en sus primeras pinturas, Viviana Berco representaba a la infancia en escenarios enigmáticos. Después, fue incorporando diversos medios y lenguajes, la fotografía, el objeto y la instalación y, sobre todo, el video. En esta exposición, la artista confronta a la familia en el abismo que se abre entre los acontecimientos vividos y las distorsiones –idealizadas o traumáticas– del recuerdo. En Hortiguera 1520 contrapone el registro actual de su casa de la niñez, desgastada por el tiempo sucesivo, al instante detenido e incólume de la memoria. Memoria que soberanamente recorta su mundo relevante y reduce la amplia casa a la escalera que conducía a los relatos del abuelo. “De chica odiaba la hora de la siesta”, cuenta la artista. “Todos dormían menos yo. Pero sabía que mi abuelo era el que se iba a despertar primero. Iba y volvía, sigilosamente, por aquella escalera, esperando algún sonido que me indicara que podía subir a su cuarto. Ahí empezaba otro mundo. El era orador profesional: contaba siempre las mismas historias pero parecían diferentes. Todavía hoy, si veo alguna imagen de Buenos Aires de principios del 1900, me evoca ese mundo que él había creado desde su propia vida y que me transmitió.”

El espacio despojado y límpido de esa escalera, reproducida en pequeña escala y de memoria, se contrapone al espacio abarrotado de cosas en el video “Pulsera de Alpaca”. Allí, Berco indaga la ambigüedad de la memoria, en tanto vehículo y obstrucción. ¿Qué pasaría si, de pronto, los objetos de nuestra memoria cobraran cuerpo?

La obra de Cristina Coll adquirió primero visibilidad a través de acciones simbólicas de travestismo que registraba en videos o en fotografías. Después, el trabajo se volvió más complejo en sus formas y significaciones, al apartarse de una definición binaria de la sexualidad y comenzar a indagar los bordes ambiguos y solapados que constituyen las identidades. Sobre todo, incorporó el humor como arma definitiva. “El humor fue para mí un permiso, una oportunidad”, dice la artista. “Al principio estaba yo en las imágenes, de un modo demasiado cercano, demasiado literal. Me costaba mirarlas. El humor me permitió comenzar a construir mis propios personajes, tanto actoralmente, en las performances, como en los objetos y las pinturas. Fue liberador, pero también una nueva y apasionante dificultad: el humor es algo serio.”

En esta muestra, Coll ataca el imaginario idílico de la familia desde el doble discurso de la mascarada y la ironía. En sus pinturas y objetos recurre al estilo rococó, popularizado como un arte menor donde proliferan volados y amaneramientos, pero que en realidad surgió en el siglo XVIII como expresión de un orden social que se estaba derrumbando. También a La Familia Florero –ya el nombre lo dice todo– le espera un desenlace de derrumbamiento. En otro conjunto de pinturas, una regia pareja rococó es acompañada por El Hijo. “¿El hijo que no tuve? ¿El hijo que no fui?”, remata Cristina Coll en la performance que acompaña a la pieza.

Luján Funes agrega: “A mí la maternidad me resulta un misterio ina-barcable. Desde esa inquietud por las marcas propias, las que me dejaron y he dejado, me hago preguntas por los deseos de las madres. Soy consciente de que la palabra deseo puede aludir a la posibilidad de elegir y que no es lo mismo, en ese caso, hablar de niñez y maternidad en medio de la pobreza. Pero una película como Venuto al mondo, de Sergio Castellitto, muestra, en un contexto extremo, que el deseo no es un camino recto y que puede advenir en el más inimaginable de los accidentes”.

En el ingreso a la sala, allí donde esperamos algo para ver, nos topamos con unos ojos que nos miran. Súbitamente, devenimos objeto de una mirada, tan penetrante como neutra. Se trata de una videoinstalación de Viviana Berco. Las citas, por cierto, pueden multiplicarse, de Duchamp a Lacan y así siguiendo. De modo más simple, se quiso enmarcar o dar inicio a esta exposición aislando un significante que diera cuenta de algo que es, a la vez, constitutivo y vigilante, sostenedor y represivo.

La familia se revela, para el sujeto, como una encrucijada existencial: ¿qué hacer con lo que han hecho de mí mismo? En el video 5 años, 2 segundos, Luján Funes sirve una mesa donde el único alimento es la familia misma. De golpe, el ruido de un mazazo inunda la sala. Las cabezas de los niños han sido pulverizadas. Al lado, yace también hecha añicos la maceta del malvón de La Familia Florero. Lo que está roto habla de las heridas, pero también de una segunda oportunidad. (En Arte x Arte, Lavalleja 1062, hasta el 14 de agosto.)

Obras de Viviana Berco y Luján Funes.

* Curadora de la exposición. Docente de Arte Contemporáneo en la Universidad de Buenos Aires.

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