Martes, 24 de marzo de 2015 | Hoy
PLASTICA › LA MUESTRA DE NICOLA COSTANTINO SOBRE EVA PERóN EN LA COLECCIóN FORTABAT
Se inauguró en Buenos Aires la muestra de instalaciones que Nicola Costantino presentó en la Bienal de Venecia en 2013. Una buena oportunidad para recorrer esta Rapsodia inconclusa.
Por Fabián Lebenglik
La Colección Fortabat está exhibiendo la gran instalación Rapsodia inconclusa, de Nicola Costantino, una interpretación de la vida pública y privada de Eva Perón, en cuatro capítulos, que constituyó el envío oficial argentino a la 55ª Bienal de Venecia en 2013. La curaduría, entonces y ahora, correspondió a Fernando Farina.
Aquella muestra fue la primera en ocupar el pabellón argentino de la Bienal, aunque el año anterior había sido inaugurado en ocasión de la Bienal de Arquitectura, cuya importancia es mucho menor que la dedicada al arte, entre otras cosas porque ésta tiene 120 años desde su 1ª edición.
El pabellón argentino fue un logro obtenido para el país en 2011. Y la instalación de Costantino fue un acierto, pero a pesar de la calidad y el despliegue de la compleja obra presentada, una serie de cortocircuitos entre la artista y las autoridades argentinas, ampliamente difundidos en aquel momento, hizo que la muestra quedara algo eclipsada.
De modo que la presente es una muy buena oportunidad para ver la Rapsodia inconclusa.
Las cuatro partes en que se divide la muestra remiten a distintas esferas de la vida de Eva Perón, para lo cual Costantino se documentó y luego se comprometió, artística y personalmente con el “personaje”. “También pensé en términos de un personaje romántico –acota Costantino–, construido en varios movimientos: de ahí lo de la ‘rapsodia’.”
La artista eligió una figura de la historia muy presente, de la que casi todos tienen alguna imagen, conocimiento u opinión. Eva Perón es también una figura fuertemente simbólica, interpretada y sobreinterpretada. Y el trabajo de Costantino evoca tanto su vida pública como privada. El modo que la líder política y social se construyó y se invistió a sí misma, al calor del apoyo masivo y de las tensiones y disputas con sectores políticos y económicos.
La artista ha venido construyendo una obra que desde comienzos de la década del ’90, a través de distintos medios y técnicas, muchas veces asociados al símil industrial, fue atravesada por los ejes de la ruptura, la politización y la conceptualización. Junto con estos componentes, la moda (pasada por el particular tamiz de la artista) también ha formado parte de su repertorio. Otro elemento que fue tomando fuerza en su obra es la teatralidad. Y el despliegue, la multiplicidad de técnicas y la obsesión por una terminación rigurosa fueron transformando la idea del taller del artista en una factoría con complejos y costosos niveles de producción. Todo esto resulta notorio en Rapsodia inconclusa, donde también está en primer plano una dramaturgia en la que Costantino se pone, como actriz/performer, en la piel de Eva Perón, en su intimidad y en el modo que una mujer política, joven y combativa, se transfigura en una líder de masas.
Durante estos últimos años, como explica el curador Fernando Farina, la artista “asumió su particular interés por la alteridad. Se apoderó de imágenes, actuó y se duplicó en operaciones de pregunta sobre ella y sobre el otro, llegando al límite de lo siniestro. No lo hizo desde un planteo de heterónimos, de personalidades independientes, sino de una serie de posibilidades de ser el otro y en ese ser reafirmar su condición. En su avance eligió representaciones y personajes instalados en el inconsciente colectivo. La propuesta era trabajar sabiendo que la gente conoce o cree que conoce distintos aspectos acerca de las cosas y las personas que ella toma como referentes. Y su propuesta nunca fue tranquilizadora: por el contrario, ofreció una visión diferente, aun a riesgo de los posibles cuestionamientos por la apropiación desaforada”.
La exposición de Costantino está dividida en cuatro escenas o capítulos. En el primero (“Los sueños”), una videoinstalación proyectada a escala uno a uno, sobre una pared curva, muestra a Costantino transformada en Eva, en distintas situaciones, momentos y funciones que van desde la gestión hiperactiva y las tareas de escritorio, pasando por los rituales cotidianos e íntimos a la exposición a las masas desde el balcón, hasta estar postrada por la enfermedad. Cada una de las distintas Evas interpretadas por Costantino aparece por instantes de un modo fantasmal. Y cada todas se cruzan entre sí hasta confluir, al mismo tiempo, cinco Evas en un sillón.
La artista trabaja con mucho cuidado aquella etapa del peronismo que tenía muy clara la estetización de la política. Por lo que el juego de espejos se vuelve la puesta en escena de una puesta en escena.
El capítulo siguiente (“El espejo”) es una obra escenográfica que luce más íntima en esta versión que en la que se montó en Venecia: un dormitorio de época, tenuemente iluminado, en el que un espejo de cuerpo entero y otro situado en un boudoir reflejan a Costantino/Eva arreglándose en el tocador. Es una imagen que luce como un espectro porque sólo está en los espejos (que ofician de pantallas), que a su vez interactúan mostrando cada uno la trama y el revés de la imagen. Lo que se ve sólo sucede en los espejos. “Esta situación tiene algo de La invención de Morel –explica Costantino–, la novela de Bioy en que una máquina proyecta personajes y reproduce el pasado... Y a la vez trabajé mucho sobre la imagen de la identidad y la feminidad de aquella época, sobre la ‘mascarada’ y la relación entre el personaje y su investidura. Cuando me vestí al modo de Eva era como ponerse un traje de reina.” “El tema del hábito y el monje”, aclara Farina.
El tercer capítulo (“La fuerza”) consiste en un espacio cerrado de cristal, donde un vestido mecánico a escala natural, como un corset móvil de hierro, recorre el recinto y deambula chocando una y otra vez contra (aparentemente) las paredes transparentes. Este “vestido” evoca la leyenda de que Eva, en su última aparición pública, muy débil y enferma, era sostenida por un arnés que la mantenía erguida. “Un objeto/máquina –dice Costantino– que choca y se agita incesantemente, poseído por la desesperación de Eva ante un destino trágico que ni toda su fuerza ni toda su obstinación podrán ya evitar.”
Esta tercera parte, que podría adscribirse al universo maquínico salido de la película Metrópolis, de Fritz Lang, lucía mejor instalada en el contexto del pabellón de la Bie-nal, porque allí lucía asfixiante, en sintonía con el sentido de este capítulo. En cambio, en su actual emplazamiento, en el gigantesco y sobreiluminado espacio de la sala de la Colección Fortabat, “La fuerza” pierde potencia simbólica.
“Rapsodia inconclusa –escribe María Laura Rosa en el catálogo– reflexiona sobre la problemática de la representación en el arte contemporáneo. Esta cuestión está ligada a los medios con los que cuenta el arte para narrar la identidad como algo múltiple, inestable, complejo.”
El cuarto capítulo (“La lluvia”) es completamente abstracto: la imagen de Eva ya no está. En la pequeña sala hay reflectores para cirugía –es también un modo de hacer presentes los elementos quirúrgicos de mi papá, dice la artista–, iluminan una mesa/camilla de metal, repleta de lágrimas de hielo que al derretirse (y ser reemplazadas continuamente) se escurren por un orificio central, lo que produce un goteo sonoro, regular e inquietante... ¿inconcluso? (En la Colección Fortabat, Olga Cosse-ttini 141, Dique 4, Puerto Madero, de martes a domingo, de 12 a 20, hasta el 3 de mayo.)
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