Mar 07.07.2015
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PLASTICA › HUGO ECHARRI HABLA DE SU MUESTRA VIGILAR Y CASTIGAR, QUE SE PUEDE VER EN EL BORGES

Un grito desesperado de comunicación

El artista plástico, que también es abogado y juez, se basó en el texto de Michael Foucault, en el 40º aniversario de su publicación, pero con una mirada para pensar estos tiempos. “Todos los días se ven cosas de la Edad Media”, afirma.

› Por María Daniela Yaccar

“Hubo gente que se tuvo que retirar de la muestra: no pudo soportarla. Soy consciente de que estas obras no se pueden poner en un living”, advierte Hugo Echarri, en alusión a una nueva exposición suya que se puede ver en el Centro Cultural Borges. Se llama Vigilar y castigar y está inspirada, obviamente, en el texto de Michael Foucault, en el 40º aniversario de su publicación. Aunque, claro, la muestra tiene una vuelta de tuerca para pensar estos tiempos. La hipótesis que une estas pinturas, dibujos, videos, instalaciones y sonidos es la siguiente: “Le di a la obra de Foucault una interpretación libre, que tiene que ver con la violencia irracional, inconcebible para el estado de civilización en el que estamos. Todos los días se ven cosas de la Edad Media”, sentencia ante Página/12 el artista, que también es abogado y juez.

Cuenta Echarri que hubo personas que se retiraron de la muestra porque, fundamentalmente, no toleraron los ruidos: de fondo se oyen gritos y gemidos, que bajó de Internet y que combinó con sonidos creados por él (también es músico). En los cuadros de distintas dimensiones, la mayoría muy coloridos y elaborados con óleos y acrílicos, el artista recorre distintos episodios ligados a la violencia, todos actuales o cercanos en el tiempo y todos igual de escalofriantes. El Estado Islámico aparece en varias de las imágenes: “Con el ISIS volvemos a retroceder, porque busca el escarnio físico y también mostrarlo: es el castigo monárquico analizado por Foucault. Empecé a ver cosas que pensé que eran del año 1: crucifixiones, hogueras y ejecuciones por asfixia”, dice Echarri.

Trabaja mucho con fotografías, algunas famosas. Las torturas que hacen que la Policía Bonaerense sea noticia con frecuencia se reflejan en una obra inspirada en aquella foto de Clarín que mostraba a Maximiliano Kosteki agonizando en el suelo y en un video que hay que escuchar con auriculares puestos. Hay, también, alusiones a las dictaduras chilena y argentina. Por otro lado, una instalación en un rincón de la sala pone en primer plano a la mujer. Echarri trabaja con fotos pero las resignifica. Hay un rostro que se reitera en varias de las obras (la obra “madre” se llama “El grito”); se lo ve multiplicado en un video que se proyecta en una pared: la cara está inspirada en un fotograma de La pasión de Cristo. Echarri cuenta que pintó esa cara varias veces hasta que dejó de parecerse a la de Jesús, para dar la impresión de que era la de un ser anónimo que en cualquier lugar del mundo podía ser víctima de algún tipo de violencia física.

“Un rostro en primer plano ocupa el centro de la composición. Los ojos cerrados para no ver qué lo hiere y la boca abierta para expulsar el grito de dolor”, ha escrito el curador, Julio Sapolnik. La muestra se completa, en parte, con cuadros del Che Guevara y Kennedy, que “muestran la violencia en un sistema que, cuando hay una persona que molesta, la elimina”. Hubo temas que a Echarri le quedaron afuera: Guantánamo y el Holocausto, por ejemplo. Los trabajó, pero la selección quedó en manos del curador. “Siempre recuerdo una frase de San Agustín: ‘Si amas la paz, lucha por la justicia’. Esto está en agenda. Hago un repaso de momentos de violencia que hemos vivido, cerca o más o menos próximos”, define.

“Como artista, trabajo a la usanza del filósofo: registro. No tengo la solución, no soy un político. Empecé hace cuatro años. El grueso de estos trabajos lo hice durante un año y medio. Fue muy doloroso. Fue un trabajo de mucha reflexión, realizado con pasión y angustia. No fue fácil. En mis anteriores muestras aparecían temas más livianos. Este es un grito desesperado de comunicación sobre un tema que me angustia y que directa o indirectamente nos afecta a todos. No sólo en lo institucional y lo parainstitucional, sino también en lo privado”, desliza Echarri. A principios del año pasado montó una exposición que no tenía absolutamente nada que ver con ésta. Queremos tanto a Woody, se llamaba, y homenajeaba la obra del cineasta neoyorquino Woody Allen. En ese entonces, la muestra se volvió noticia a nivel mundial, porque coincidía con el momento en que Dylan Farrow reiteraba públicamente –a través de una carta en The New York Times– la denuncia de abuso sexual en contra de Allen.

Nada que ver, entonces, la atmósfera de aquella propuesta con la que plantea Vigilar y castigar, que está más enlazada con lo que Echarri hace cada día de su vida, incluyendo sábados y domingos: revisar sentencias. “Lo que me hizo juez es lo mismo que me hizo artista: el deseo de Justicia”, se define. Creció en una familia “muy humilde”, de obreros textiles. El se desempeñó durante un buen tiempo como metalúrgico. Luego se recibió de abogado, ejerció más de veinte años, y hace once trabaja como juez en lo contencioso administrativo en la provincia de Buenos Aires. “Siempre me guió el afán de Justicia, poner ese granito de arena. En la adolescencia desarrollé mi vocación artística, en el campo musical y en el plástico, que en los últimos veinte años viene ganando”.

“Los diarios suelen levantar noticias de cómo algunos sectores de la Justicia ponen palos en la rueda. Ni hablar de su rol en los procesos militares. Obviamente, la Justicia integra una sociedad y tiene el perfil medio de esa sociedad. El poder político, muchas veces, no busca un Poder Judicial de hombres consustanciados con los derechos humanos, honestos; sino que busca gente flexible, que está con un gobierno y luego con otro. Es parte de una realidad de valores sociales”, analiza.

El paralelismo evidente entre esta muestra y Queremos tanto a Woody es el color. En este caso, da la sensación de que los tonos fuertes (mucho rojo, mucho amarillo) y cierta estética pop alivianan la tensión que produce un tópico tan álgido. “Una de mis características es el color. Otra, lo conceptual. En este caso trabajé mucho con óleo. Aunque hay obras más apagadas que otras, no he podido frenar mi deseo de color. Es mi sello. Es cierto que a lo mejor, inconscientemente, aliviané un tema tan álgido con este costado mío”, reflexiona el artista.

* Vigilar y castigar se puede visitar hasta el 12 de julio en Viamonte 525, de lunes a sábados de 9 a 21 y los domingos de 12 a 21.

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