Mar 02.02.2016
espectaculos

PLASTICA › EXPOSICIóN ANTOLóGICA DE LILIANA MARESCA (1951-1994) EN VALENCIA, ESPAñA

De una belleza extraña y reflexiva

El viernes se inauguró en la galería valenciana Espaivisor una muestra de la artista argentina, que incluye objetos, esculturas y documentación. Su obra brilló durante una década, hasta la muerte de la artista, en 1994, víctima del sida.

› Por Fabián Lebenglik

La obra de Liliana Maresca –que incluye esculturas, objetos, instalaciones, dibujos, pinturas, montajes gráficos– se desarrolló y brilló principalmente desde mediados de los años ochenta hasta la muerte de la artista, a fines de 1994, víctima del sida.

Su poética se alimentó y configuró a caballo de las décadas del ochenta y del noventa, entrelazándolas. Liliana también fue una influyente gestora de exposiciones que llevaron su sello personal, alrededor de las cuales supo articular a distintas generaciones de artistas, embarcados en estilos y tendencias que en aquellos años se veían como antitéticos y en tensión, pero que ella supo amalgamar.

Entre aquellas movidas puede citarse la muestra Lavarte –en octubre de 1985– en una lavandería automática en pleno centro de Buenos Aires: allí la artista cruzó artes visuales, teatro y música.

Un año después organizó “La Kermesse”, una suerte de feria artístico circense, en el Centro Cultural Recoleta (entonces denominado Ciudad de Buenos Aires) en la que tomaron parte artistas plásticos, actores, músicos, vestuaristas, sonidistas, escenógrafos, directores, etc. Arte, juego y participación popular, al modo de las ferias barriales, que incluyó, por ejemplo, una rueda de la fortuna, un túnel del amor y un tren fantasma.

Desde 1989, junto a un grupo de artistas –y junto, también, con quien firma estas líneas–, Liliana organizó “La Conquista”, una gran exposición que fue montada y exhibida entre fines de 1991 y los primeros meses de 1992, para dar puntos de vista artísticos contra el proceso del “Descubrimiento” de América del cual se conmemoraban cinco siglos y que, por esos años, comenzaba a adquirir el nombre políticamente correcto de “Encuentro de culturas”. El subtítulo de aquella gran exposición que ocupó la totalidad del Centro Cultural Recoleta fue “500 años, 40 artistas”.

Allí se reunió buena parte de lo más interesante de las artes visuales argentinas de aquellos años, entre artistas consagrados y nuevos. Había de todo: pintura, escultura, fotografía, video, dibujo, instalaciones, ambientaciones, teatro, danza y música.

Hacia fines de los ochenta su obra había comenzado a hacerse más política y a volverse anticipatoria respecto de ciertas consecuencias que se avecinaban, cuando la era menemista entregó el manejo del Estado a los intereses privados, la lógica bancaria, el capital concentrado, las corporaciones y a las “leyes” del mercado.

Entre muchas otras tensiones, materiales, formales, estéticas e ideológicas, Maresca supo ver las terribles consecuencias de exclusión social que traerían aquellas políticas. Sin embargo, la forma que la artista tenía de concebir el arte no era la denuncia (aunque la incluyera, sino la trascendencia. Maresca pensaba el arte excediendo su presente, más allá de toda rutina y por encima de la cotidianidad.

En 1990 presentó una muestra crucial en el Centro Cultural Recoleta, en la que la artista exhibió un verdadero carro de cartonero lleno de deshechos, y tres réplicas, una en tamaño real, pintada de blanco; y dos en pequeña escala, objetos de bronce, uno plateado y otro dorado, como si fueran joyas. Con aquella muestra la artista vislumbró antes que nadie uno de los oficios –el cartonerismo– que mayor cantidad de personas excluidas recultaría durante los años siguientes, La exposición, para la cual escribí el texto de presentación en el reverso del afiche/catálogo, llevó un título sugerido por mí: “Recolecta”, reuniendo en un mismo término la doble referencia a la recolección de residuos y al lugar donde la muestra sería exhibida.

La politización en la obra de Liliana también supuso al propio cuerpo, en una oscilación que iba del erotismo (sus desnudos fotográficos y sus piezas eróticas como los exhibidos en la exposición en espaivisor, dan cuenta de este aspecto), a la provocación ideológica, en obras conceptuales como aquella en la que la artista se ofreció al público “para todo destino”, relacionando cuerpo y mercado. Esto sucedió a fines de 1992, en la muestra que presentó en el Casal de Catalunya, ubicado en el porteño barrio de San Telmo.

En otro de los núcleos de la obra de Maresca se evoca la idea de juego, como sucede tanto en Patín, como en los múltiples No todo lo que brilla es oro y Caja chica, que se exponen en la presente muestra valenciana. Los elementos, en estos dos últimos casos, parecen invitar al espectador a un juego de esos que orientan los destinos o deciden la suerte de los participantes, a través de las posibilidades combinatorias, metafóricas y simbólicas.

Otro lugar posible de entrada a la obra de la artista lo constituye el carácter alquímico de varias de sus piezas y exposiciones. En principio pueden citarse dos, muy fuertes, relacionadas con el fuego. La primera fue una experiencia realizada en el Centro Cultural Recoleta en abril de 1991, Wotan-Vulcano (por los dioses de las mitologías celta y grecolatina, que representaban a la guerra y el fuego, respectivamente): allí la artista exhibió carcasas de metal que había rescatado como “sobrevivientes” del crematorio del cementerio vecino.

Otra de las muestras “alquímicas” de Maresca sucedió unos meses después, en octubre del mismo año, en el patio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí, la artista presentó una exposición que a muchos les resultó sumamente incómoda: “Ouroboros” (nombre tomado del alquimista Paracelso) que consistía en una inmensa serpiente que se mordía la cola, hecha de páginas arrancadas de libros. Liliana había desarmado, página por página, los libros leídos de su biblioteca y con aquellas hojas construyó una serpiente de veintiséis metros cuadrados. Típica representación del saber de pretensión infinita, que vela por el conocimiento cerrándose sobre sí mismo. Aquel infinito representado por hojas de libros, que se mordía la cola, tendría el mismo final que tuvieron los volúmenes académicos en manos de Paracelso: el fuego. Así explicaba el alquimista la transmutación hacia una ciencia nueva.

En 1993, nuevamente en el Centro Cultural Recoleta, que siempre le dio espacio, Liliana presentó la exposición Imagen pública - altas esferas. Era el apogeo del menemismo y la artista se sumergió en los archivos de Página/12. Maresca pasó semanas entre los estantes y archiveros de la antigua sede del periódico, en la Avenida Belgrano al 700, para seleccionar todo el material que incluiría en su muestra: una larga serie de primeras planas e imágenes que funcionaban como perfecta síntesis de aquellos años de la Argentina. Con tal selección Liliana hizo varias gigantografías que montó sobre paneles con los que revistió paredes y cielorraso de la sala 12 del Centro Cultural. Con un mecanismo simple la artista hizo que desde el techo goteara la tinta supuestamente desprendida de aquellas noticias e imágenes, para ir llenando un recipiente colocado sobre un pedestal.

En la tarjeta de difusión de la muestra, la artista posaba desnuda sobre los paneles de imágenes, en un gesto entre transgresor y farandulesco, para simbiotizarse con aquello que criticaba de la política de la época.

La última exposición que Liliana realizó en los instantes finales de su vida fue una retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta, en noviembre de 1994, a la que dedicó la energía que le quedaba. El título que eligió para la exposición resulta demostrativo de su actitud frente al arte y la vida: “Frenesí”.

Para aquella gran muestra, Página/12 auspició el video-catálogo Frenesí, de cuarenta minutos de duración. El video fue producido por Maresca y por la realizadora y fotógrafa Adriana Miranda, y allí también aparecen los testimonios de sus amigos y artistas León Ferrari, Jorge Gumier Maier, Marcia Schvartz y de quien firma estas líneas.

Toda categorización del trabajo de Liliana es sólo aproximada porque su obra siempre se resistió al disciplinamiento y especialmente a ser clásica, porque lo clásico muchas veces gusta pero no incomoda el presente de quien observa, como le gustaba a la artista.

Liliana Maresca, a través de una belleza extraña y reflexiva, muchas veces revulsiva, buscó tomar otra dirección, hacia un camino nuevo, propio.

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