PLASTICA › RETROSPECTIVA DE ANA GALLARDO EN EL MAMBA
La artista argentina, invitada a la última Bienal de Venecia,
presenta una antología retrospectiva en el Museo de Arte
Moderno de Buenos Aires. Cómo ponerle el cuerpo al arte.
› Por Fabián Lebenglik
El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires presenta en esto días una antología retrospectiva de Ana Gallardo (1958) que lleva el título “Un lugar para vivir cuando seamos viejos”.
La obra de Gallardo atraviesa diversas técnicas y materiales variadísimos, siempre alrededor de sus tristezas, angustias, alegrías y temores. Su máxima curiosidad y temor: la vejez y la muerte.
Es una artista que siempre le ha puesto el cuerpo a su trabajo, especialmente para reflexionar junto a otros acerca de aquellos temas en relación con los cuales aparecen también la vulnerabilidad, el deterioro físico y mental, el abandono, la marginación. Todas estas cuestiones, tratadas siempre con gran delicadeza, respeto y compromiso, van y vienen una y otra vez. Sus obras se muestran siempre como parte de un relato mayor, salido de historias ajenas de las que se apropia o de historias directamente propias.
En La hiedra (de 2006), por ejemplo, la artista decidió contar historias de amor, para lo cual se encontró con varias mujeres, en sus propias casas, quienes le contaron sus vidas a lo largo de una serie de encuentros y prolongadas conversaciones. La composición y formato de cada obra sería la consecuencia de aquellas entrevistas.
Esta apropiación de relatos ajenos conforma obras tributarias (cuando no parasitarias) pero al mismo tiempo revelan a través de los otros las inquietudes y preguntas que se hace la propia artista.
En las obras de Gallardo, lo que siempre aparece descarnadamente es la intimidad, que de un trabajo a otro se desplaza como un continuo, pero al mismo tiempo pareciera que se cuenta siempre la misma historia, el mismo deseo, las mismas tensiones, con sus respectivas variaciones, a lo largo del tiempo.
Cada una de las obras (y de las historias que hay detrás de las obras) revelan de a poco relatos conmovedores, fijados, en el caso de esta obra en particular, en el primer amor; los desengaños, las rupturas, la melancolía, la imaginación y también la ficción. En este caso, los relatos avanzan retrospectivamente hasta un momento del pasado.
Junto con las reflexiones dolorosas y conmovedoras sobre el amor, el paso del tiempo, el deterioro del cuerpo, la melancolía por el tiempo irrecuperable y por el cuerpo de juventud; la mezcla de admiración y envidia por los cuerpos jóvenes; la reflexión sobre el proceso de enamoramiento y, más tarde, sobre la crueldad con que la sociedad juzga especialmente el cuerpo de las mujeres...
En conjunto, la obra de Ana Gallardo tiene fuertes vínculos con el arte relacional, cuyo punto de partida es el conjunto de las relaciones humanas y su contexto social,
Desde esta perspectiva, el arte tomaría como tema aquello que el mercado expulsa porque no cabe dentro de la lógica del intercambio entre cliente y proveedor. Como los lazos sociales se han estandarizado, mercantilizado y transformado en alimento para las redes sociales, el arte debe ser un laboratorio para llamar la atención y torcer tales “mandatos” con la intención de escapar del imperio de lo previsible.
El territorio artístico sería un lugar privilegiado para imaginar y proponer nuevos modos de relacionarse, nuevos contactos, formas alternativas de participación, de amistad, de intercambio.
Gallardo fue invitada a participar de la última Bienal de Venecia donde presentó un centenar de pequeñas esculturas realizadas por las reclusas de la cárcel local de Giudecca. La artista se inspiró en un ritual de origen mexicano que ofrece pequeños objetos a la Virgen, hechos con barro del lugar, con la finalidad de que cada pedido resulte concedido. Gallardo les propuso a las reclusas que imaginaran su vejez y que realizaran un objeto en relación con aquello que necesitarían como mujeres mayores.
Ana Gallardo tantea los interrogantes más profundos, en la búsqueda de darles forma y comprenderlos a través de su obra.
En el Mamba, San Juan 350, hasta el 3 de abril.
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