PLASTICA › A LOS 92 AñOS, MURIó AYER EL POETA Y ESCULTOR GYULA KOSICE
Precursor del arte cinético, lumínico e hidrocinético, fue también cofundador del movimiento Madí. La Ciudad Hidroespacial es apenas una de las tantas genialidades de este artista que concibió todo un universo a través de maquetas, dibujos, proposiciones y manifiestos.
› Por María Daniela Yaccar
“El hombre no ha de terminar en la Tierra”: ayer murió un artista que, posiblemente, en el futuro, sea recordado por esta frase, por haberse adelantado y haber imaginado –y diseñado en maquetas, dibujos, proposiciones y manifiestos– una ciudad que ocupara el infinito. El siempre iba más allá: era un vanguardista, un visionario, pero no por eso era elitista. Y la Ciudad Hidroespacial es apenas una de las tantas genialidades que Gyula Kosice le entregó a este mundo. Poeta, escultor y teórico, precursor del arte cinético, lumínico e hidrocinético, quería que lo reconocieran como el Messi de su especialidad. Y efectivamente lo merece.
Cerca de cumplir 90 años, en 2014, un Kosice de traje azul marino recibió a Página/12 en su taller-museo de Almagro, una casa chorizo ubicada en la calle Humahuaca. Hablaba con orgullo de que una sala llevara su nombre en el Pompidou. De lunes a viernes, contaba, trabajaba en su taller, de 9 a 12. Lo rodeaban fotos de todos los tiempos, con gente célebre que había entrevistado, como Sartre, Bradbury y Borges; y un retrato suyo firmado por Berni. Llamaba la atención su archivo. Tenía registro exhaustivo de todo, cantidades de fotos, folletos y catálogos de todas las muestras del mundo por donde su obra había paseado (le faltaban únicamente Asia y Oceanía). “Es como si hubiera sabido desde el primer momento la importancia de todo lo que hizo”, subrayaba un colaborador. Tenía registros desde los tiempos de la fundación del Movimiento Madí (1946) pionero del arte abstracto en Latinoamérica.
Su museo-taller, un espacio de dos pisos, alucinante, es una nave espacial poblada de gases de neón, luces de colores y agua. Está abierto al público. Suelen recorrerlo estudiantes, incluso niños de jardines de infantes. “Un nene de cuatro años se paró enfrente de una obra mía, una gota, y me preguntó: ‘¿Y eso qué es?’ Yo le pregunté si le gustaba. Y me dijo que sí. Entonces le respondí que sabía apreciar una obra de arte”, comentaba Kosice. Toda una declaración de principios.
Nació en el seno de una familia húngara, el 26 de abril de 1924. Llegó a la Argentina a los cuatro años, en barco. A partir de esa travesía explicaba su obsesión con el agua. Fue uno de los precursores, además, del arte cinético y lumínico. Arte, ciencia y tecnología: esa tríada caracteriza y atraviesa toda su obra y es, también, la consigna de la Bienal Kosice, otro acontecimiento que le daba orgullo. Jóvenes artistas son invitados a crear en base a esa tríada y, de algún modo, rinden homenaje al maestro, que admiraba especialmente a Leonardo da Vinci, por sus dibujos.
Kosice estudió dibujo y modelado en academias libres. Cofundó la revista Arturo en 1944. Antes de la fundación del Movimiento Madí, creó Röyi, la primera escultura articulada y móvil (1944) y cofundó el movimiento Arte-Concreto-Invención (1945). En agosto de 1946 se realizó la primera muestra de arte Madí, en el Instituto Francés de Estudios Superiores de Buenos Aires. Aunque el eje de la propuesta del grupo fue la pintura de marco recortado, sus proposiciones se extendieron a todas las artes. Hasta su aparición, según ha escrito Fabián Lebenglik en un artículo publicado en este diario, en la Argentina “la práctica artística se parecía a una retórica tardoimpresionista, lejos de todo riesgo y más lejos aún de dar cuenta de la crisis de la modernidad y del mundo que se venía”.
En este contexto surgió este movimiento que abrazaba el abstraccionismo y que incluyó, entre otros, a Kosice, Arden Quin y Rhod Rothfuss. Kosice defendía la idea de la invención y la creación como una totalidad teórica y artística y proponía –según puntualiza Lebenglik– la idea de una zona artística abierta, que comprendiera el concepto, la poesía, la pintura, la escultura, el dibujo, el teatro, la música, la arquitectura, la danza. Gyula escribió un manifiesto en 1947, en el que caracterizó al arte anterior al Madi como “un historicismo escolástico, idealista. Una concepción irracional. Una técnica académica. Una composición unilateral, estática, falsa. Una obra carente de verdadera esencialidad. Una conciencia paralizada por sus contradicciones sin solución; impermeable a la renovación permanente de la técnica y del estilo”.
Y entonces, contra ello “se alzaba” el Madi, “confirmando el deseo fijo, absorbente del hombre de inventar y construir objetos dentro de los valores absolutos de lo eterno; junto a la humanidad en su lucha por la construcción de una nueva sociedad sin clases, que libere la energía y domine el espacio y el tiempo en todos sus sentidos y la materia hasta sus últimas consecuencias”. Da la sensación de que estos principios gobernaron su obra toda.
A partir de 1946 comenzó a crear estructuras lumínicas, con gas neón, utilizado por primera vez a nivel mundial. Luego creó la escultura hidráulica, con el agua como elemento esencial de sus trabajos (1949). Ha realizado esculturas monumentales, recorridos hidroespaciales e hidromurales. Como si fuera poco, publicó 15 libros, entre ellos ensayos y poesía. Entre sus publicaciones, una verdadera joya es su autobiografía. Fue distinguido con diversos reconocimientos; lo han nombrado en Francia caballero de las artes y las letras en 1989 y el Fondo Nacional de las Artes le otorgó el premio a la trayectoria en 1994. Otros premios fueron el Di Tella y el Konex (1997). Fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Un hito en su carrera fue que el Centro Pompidou le dedicó una sala.
El universo Kosice es gigante e inabarcable; es difícil hacerle justicia. La edad no le representaba un problema y vivía de creación en creación, superándose a sí mismo y descubriendo. No debía pensar en la edad, por recomendación de su médico. Su mayor utopía, La Ciudad Hidroespacial, lo obsesionaba: en algún momento el hombre tendría que poblar el espacio. Se trataba de una urbe suspendida a 1200 metros de altura sobre el nivel del mar, que fascinó a Bradbury y fue considerada factible por la NASA. En su paso por el mundo Kosice dejó una huella, por su arte innovador y por sus ideas tan locas como razonables.
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