Martes, 20 de marzo de 2007 | Hoy
PLASTICA › EXPOSICION DEL GRAN PINTOR BRASILEÑO VOLPI (1896-1988) EN BUENOS AIRES
Organizada por el Museo de Arte Moderno de San Pablo, se presenta una muestra antológica de Volpi en el Malba. Vida y obra de uno de los grandes de la pintura brasileña.
Por Olivio Tavares de Araujo *
La exposición recién inaugurada en el Malba de Buenos Aires es hija de la que se realizó en abril de 2006 en el Museo de Arte Moderno de San Pablo; de hecho, cerca del noventa por ciento de las obras son las mismas. Pero no es un juego de palabras asegurar que “no es la misma”, a partir del simple hecho de que cambian la sala y el público. Toda obra de arte presupone su fruición, no tiene existencia aislada del momento en que se la contempla, sólo lo es en acto, no en potencia. Y por supuesto que la puesta en acto de cada pintura de Volpi en el Malba ya no es la misma que en otros escenarios o situaciones.
Me gusta pensar una exposición como una constelación dentro de la cual todo es interactivo. Un solo cambio en la posición de una de las variables –del cuadro que sea– modifica necesariamente la lectura del conjunto. El símil del campo magnético también es adecuado. Se perturba todo, cuando se le toca una de las partes.
Para hacer justicia sobre lo que para nosotros, en Brasil, ha sido Volpi, es imprescindible insistir en las condiciones absolutamente peculiares en que se desarrolló su creación.
De hecho, no se lo puede etiquetar ni meterlo dentro de cualquier tendencia o escuela. Creo que él fue el más original pintor brasileño del siglo XX. Tuvo –es exactamente ése el verbo– que crearse un lenguaje personal, una síntesis que abarca al mismo tiempo figuración y abstracción, fuentes legítimamente populares y espíritu extremadamente refinado, sin duda hasta erudito; nacionalidad e internacionalidad, sin haberse propuesto nada de eso como proyecto o programa. Volpi fue un intuitivo, no un intelectual, mucho menos un racionalista o un cerebral.
¿Y por qué digo tuvo? Porque en Brasil el modernismo, digamos, “oficial” –el que todos conocen, estrenado en la Semana de 1992, hecho por Di Cavalcanti, Tarsila, Mário de Andrade y Oswald de Andrade (que no tenían ningún parentesco)– fue un producto de elites intelectuales y sociales. Nada tengo en contra de eso, es sólo un dato histórico. Esa gente sí tenía acceso a la información más avanzada de su época, a la vanguardia europea, y de ésta partió para sus aventuras personales. Volpi, no. Era un inmigrante italiano completamente aislado de los modernistas y de sus ambiciones ideológico-estéticas. No conoció modelos de modernidad en qué anclarse. No quemó etapas, las recorrió todas. No pudo ser un epígono. Tuvo que ser un inventor.
Muchas veces hay quienes se molestan con mi énfasis en el carácter fundamentalmente intuitivo del quehacer de Volpi. Como si yo le estuviera negando profundidad o grandeza, o como si éstas dos sólo pudiesen resultar del trabajo intelectual. Pero... ¡la intuición es una dimensión del intelecto!, tan noble como cualquier otra. El conocimiento intuitivo no es menos verdadero que el racional. Es otro, es de otra naturaleza.
De hecho se habla mucho de la poesía en la pintura de Volpi. Creo que “poético” es el adjetivo que reservamos para un tipo de arte más bien intimista, que habla en sordina, de naturaleza fundamentalmente lírica. Chopin es el músico-poeta por excelencia, ¿no?, Morandi es seguramente más poeta que Picasso, Klee mucho más que Mondrian. Pero lo que hay de específico y singular en la “poesía” de Volpi es que, sin perder el lirismo ni la intimidad, es esencialmente ordenada y jamás hace confesiones personales. No pierde su contención ni su dignidad.
En términos de mercado, Volpi pertenece hoy a un Olimpo de seis a ocho nombres, como Tarsila, Di Cavalcanti, Portinari, Segall, etc. Un cuadro que estuvo en la exposición del MAM, hace menos de un año, fue vendido en seguida por un millón doscientos mil dólares. Los “volpianos” forman un grupo muy definido y muy dedicado al culto del artista. Son grandes estudiosos de su obra, discuten apasionadamente cada detalle de su producción. Algunos tienen más de 50 trabajos y casi no coleccionan otros artistas. Muchos fueron asiduos visitantes de la casita en que Volpi vivió hasta sus 92 años, sin jamás inquietarse por el éxito ni las ventajas materiales que él les podría traer. (Figueroa Alcorta 3415, hasta el 14 de mayo.)
* Curador de la exposición. Especial para Página/12.
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