Martes, 27 de marzo de 2007 | Hoy
PLASTICA › “EL ESPEJO Y LA MASCARA”: GRAN MUESTRA EN MADRID SOBRE EL RETRATO MODERNO
La exposición, en la que se reúnen exquisitos retratos de Van Gogh, Picasso, Klimt, Matisse, Kahlo, Bacon y Warhol, entre muchos otros, toma su título de un cuento de Borges.
Por Fabian Lebenglik
Desde Madrid
El retrato fue a lo largo de toda la historia del género un cruce de subjetividades entre artista y retratado. Así, la evocación de un rostro, un cuerpo, un personaje y su contexto se transforman en un campo de interpretaciones. En cada época, según los cambios y quiebres de todo tipo en la relación entre sociedad, cultura y arte, así como en el modo de comprender, mirar y expresar el mundo, fue creciendo el umbral de subjetividades admitido y expresado por el artista a través de la imagen de su obra.
Retratar al otro o autorretratarse fue siempre una interpretación del otro o de sí mismo: la explicitación de este carácter quedó clara en plena modernidad, a fines del siglo XIX. A partir de entonces y en sentido divergente al de la fotografía, se rompe con la idea de que el retrato pictórico (y el arte en general) debía ser una copia del modelo y se impone una cada vez mayor carga interpretativa del artista: se apunta a captar la verdad del retratado, un tipo de verdad más compleja, no siempre perceptible a primera vista.
En estos días, y hasta el 20 de mayo, se presenta en Madrid la gran exposición El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso.
La muestra se exhibe en el Museo Thyssen-Bornemisza y en la Fundación Caja Madrid. A través de sus doce capítulos (siete en el museo y cinco en la fundación), la exposición incluye 166 obras (entre pinturas y esculturas, retratos y autorretratos) de 60 artistas de primera magnitud, como Van Gogh, Gauguin, Munch, Picasso, Lucian Freud, Klimt, Egon Schiele, Matisse, Miró, Cézanne, Modigliani, Braque, Rivera, Dalí, Frida Kahlo, Otto Dix, Balthus, Beckmann, Käte Kollwitz, De Chirico, Dubuffet, Giacometti, Saura, Bacon, Antonio López, Kitaj, Hockney y Warhol, entre muchos otros.
El recorrido cronológico abarca desde un autorretrato de Gauguin fechado en 1885, hasta una perturbadora pintura de Lucian Freud, El pintor sorprendido por una admiradora desnuda, realizada entre 2004 y 2005.
La selección de obras es tan exquisita que resulta fuertemente impactante ver tales obras reunidas en una misma exposición. No sólo es una sobredosis de gran pintura de los siglos XIX y XX, sino que al mismo tiempo logra ser reveladora más allá del eje temático. En este sentido, la muestra también traza a su modo una antología de la pintura moderna y contemporánea.
El título de la muestra –y en parte su concepción estética– fue tomado del cuento de Borges, “El espejo y la máscara”, incluido en El libro de arena, que se publicó en 1975. En aquel relato, que sitúa la acción en el Medioevo irlandés, el Alto Rey le pide al Poeta de la corte que componga durante un año un poema sobre la victoria en la batalla de Clontarf. El poeta escribe una loa perfecta, ajustada a la tradición y descriptiva de la batalla. El rey lo premia con un espejo de plata, pero no está completamente satisfecho y le encarga un nuevo poema, concediéndole el mismo plazo. Al año el Poeta presenta una obra muy potente, pero poco afín a las reglas poéticas vigentes: “De tu primera loa –le dice el rey– pude afirmar que era un feliz resumen de cuanto se ha cantado en Irlanda. Esta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra”. Entonces el rey lo premia con una máscara de oro, pero le hace un tercer encargo que supere a los anteriores. Y un año después el poeta vuelve exhausto y le susurra al rey una frase poética de una línea, tras lo cual recibe como premio una daga. El poeta se suicida y el rey deja de serlo para convertirse en un vagabundo que nunca más repetirá aquella línea susurrada a su oído por el poeta.
El de Borges puede leerse como un relato sobre el lenguaje del arte, sobre las precisiones o desajustes de ese lenguaje en relación con el objeto del que trate; sobre la posibilidad o imposibilidad de lo absoluto y sobre la obsesión por encontrar la forma más apropiada. Se trata del mismo debate implícito que se plantea en la exposición sobre el retrato.
“El principal objetivo de la muestra –dicen los organizadores– es estudiar y dar a conocer las transformaciones del género del retrato a lo largo de la mayor parte del siglo pasado, en un marco cronológico en torno de los años de actividad del gran retratista del siglo XX: Pablo Picasso.”
La muestra se divide en doce capítulos y se inicia con la sección “Ante el espejo”, donde se exhiben autorretratos de Gauguin y Van Gogh, Picasso y Munch, en los que se ve la combinación entre tradición y experimentación. El segundo capítulo es “Gesto y expresión”, donde se pone en juego fuertemente la subjetividad del retratado con la potencia artística del pintor. Aquí se presentan obras de Oskar Kokoschka, Gustav Klimt, Egon Schiele.
La tercera sección, “Colores modernos”, se introduce en las aventuras colorísticas del fauvismo: Kirchner, Jawelensky, Matisse, Vlamnick y Miró. Allí se ven potentes rostros pintados con verdes, amarillos, rojos y anaranjados furiosos.
En el cuarto capítulo, “Máscaras de los primitivos”, los modelos se van transformando en figuras pétreas, con facciones abstractas, despojados de mirada, casi esculpidos en una actitud: este camino pasa por Cézanne, Matisse, Derain, Picasso y Modigliani, entre otros. Le sigue “El espejo roto”, una sección de fragmentados retratos cubistas de Picasso, Braque, Gris, Severini, Rivera y Dalí.
En “Retrato de la sociedad” hay un retorno a la figuración por parte de varios artistas de las vanguardias. Se trata en su mayoría de obras pintadas en el período de entreguerras por Picasso, Otto Dix, George Grosz, Dalí, Christian Shad, Balthus, Soutine, Beckmann y otros. En estas obras pesa tanto la figura del retratado como el tratamiento del contexto.
El segmento dedicado a los retratos simbólicos, que en algunos casos llegan al límite de la disolución, se titula “Sueño y pesadilla”, y allí se muestran obras de Miró, Dalí, De Chirico, Frida Kahlo, Käthe Kollwitz y Felix Nussbaum, cuyo “Autorretrato con documento de identidad judío”, de 1943, es uno de los más inquietantes y siniestros de la exposición.
Para ver el siguiente capítulo hay que caminar desde el Paseo del Prado –donde queda la sede del Thy-ssen– y pasar por la Puerta del Sol, hasta llegar a la sala de exposiciones de la Fundación Caja Madrid.
Allí la muestra se abre con “Identidades metafóricas”, donde se juega la progresiva distorsión de las figuras, en telas de Picasso, Dubuffet, Giacometti y Antonio Saura, hasta llegar a tres trípticos de Francis Bacon. En el capítulo “Gestos”, el título remite a la materialidad de la pintura pero también al gesto del retratado. Se trata de obras de Saura, Frank Auerbach y León Kossoff que aumentan en la carga de óleo sobre la tela hasta llevar el retrato a una densidad material en que la pintura toma cuerpo y solidez y otorga una violencia poética y una indeterminación gracias a las cuales la mirada del visitante recompone figuras, cuerpos y rostros a medida que entra en la maraña de pinceladas, en las modulaciones de las formas de un modo notable.
En la sección “Arcilla humana”, de la segunda planta, los retratados aparecen en toda su desnudez, no sólo física. Es una desnudez no especialmente erótica –salvo por el óleo “Ensueño” (1993), de Avigdor Arikha–, sino despojada y por momentos agobiada por el peso del mundo. Aquí hay telas de Lucian Freud, Stanley Spencer, Egon Schiele, Otto Dix, Antonio López y el mencionado Arikha.
Los dos últimos capítulos, “Instantáneas” y “Sombras”, constituyen un recorrido por obras de Hockney y Kitaj, para finalizar con los sugerentes autorretratos con “sombras” de Warhol. Los tres artistas retoman aspectos del género del retrato ya digeridos por la historia del arte. A modo de recapitulación y avance, estos artistas al mismo tiempo que ironizan sobre el retrato le rinden homenaje, aggiornando las técnicas que la historia de la pintura y las tecnologías les ofrecen.
La exposición está curada por Paloma Alarcó (del Museo Thyssen-Bornemisza) y por Malcolm Warner, del Kimbell Art Museum (en Fort Worth, Texas), institución coorganizadora, que recibirá la muestra en junio.
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