Mar 25.09.2007
espectaculos

PLASTICA › RETROSPECTIVA DE MARIE ORENSANZ EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO

Pensamientos y materiales

Una retrospectiva que reúne 45 años de obra de una artista que demuestra, a través de gran variedad de materiales y modos de expresión, una línea coherente de pensamiento.

› Por Fabián Lebenglik

En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba) se inauguró una retrospectiva de la artista argentina Marie Orensanz (1936) con obra que abarca el período 1963-2007. Buena parte de la gigantesca segunda planta del Palacio de Correos, sede provisoria del Museo (ver recuadro), está ocupada por las pinturas, instalaciones, libros de artista, dibujos, estructuras primarias, fotografías, esculturas y videos de Orensanz.

Como explica la directora del Mamba, Laura Buccellato, la trayectoria artística de esta artista –que vive en Francia desde mediados de los años ’70 y en los últimos tiempos decidió vivir parte del año en Buenos Aires– “cubre un arco histórico que abarca desde la segunda vanguardia del siglo XX, con toda su carga de utopismo esperanzado y regenerador, hasta el desencanto posmoderno y el no-tiempo de la contemporaneidad”.

Orensanz se formó con Emilio Pettoruti y Antonio Seguí, actuó alrededor del Instituto Di Tella y luego del CayC. La crítica suele situarla entre el conceptualismo y el minimalismo, pero la artista prefiere escaparse de tales definiciones y en todo caso se autodefine como “nómade”, mientras pasa revista a sus ciudades de residencia: Mar del Plata, Roma, Milán, Buenos Aires, París...

Para Orensanz, su obra constituye “una forma de mostrar a través de distintos elementos, de distintos materiales y formas de expresión, la continuidad de una línea de pensamiento”.

A principios de los años ’70, Orensanz ganó una beca para viajar a Italia y se instala en Milán. Cerca de Carrara, el mármol pasó a ser parte de su lenguaje y de esa variedad de materiales a través de los cuales expresa su pensamiento. En esos mármoles, a través de formas buscadas o encontradas, la artista realiza una obra de gran delicadeza, que contrasta con la frialdad y dureza del material.

En 1975 se muda a París y propone el Fragmentismo: “Lo incompleto es una constante de mi trabajo, porque pienso que somos fragmentos de un todo: a la vez fragmento de un pasado y de un futuro”.

Poco antes había escrito el manifiesto Eros 12 (1974), donde el texto se abría con esta frase: “El pensar es un hecho revolucionario”. Esta oración, casi sin modificaciones –salvo por la supresión del artículo inicial–, es la misma que está inscripta en la obra que resultó una de las ganadoras del concurso internacional –entre casi 700 obras de 44 países– organizado para emplazar esculturas monumentales el Parque de la Memoria. Las palabras que conforman la oración “Pensar es un hecho revolucionario” están caladas en una estructura que configura una suerte de monolito imponente y transparente al mismo tiempo, cortado verticalmente a la mitad. A su vez, cada mitad está levemente corrida de la otra, de modo que la forma debe ser recompuesta por la mirada, de acuerdo con el lugar y el punto de vista. Como sucede en todas las frases caladas de Orensanz –varias de las cuales se exhiben en esta retrospectiva–, la sintaxis debe ser reconstruida mentalmente por el espectador, porque las secuencias de letras no conforman palabras, ya que se cortan en unidades diferentes de las indicadas por la división silábica y en consecuencia lleva unos segundos armar cada frase y acceder al sentido. Todas estas frases, casi sentencias de Orensanz, afirman, al menos, otro enunciado simultáneo: por su estructura, por su materialidad, por su composición sintáctica y morfológica, el sentido de cada frase es el resultado de una construcción material, mental, gramatical, política, cultural, filosófica, estética, y así siguiendo.

Algo parecido sucede en la instalación ¿Para quién suenan las campanas?, que consiste en una serie de campanas blancas colgadas, muy delicadas, que el espectador debe recorrer para leer los badajos, que están hechos con pequeñas placas metálicas en las que la artista ha calado frases que responden a la pregunta inicial: “Para los que callan”, “para los que esperan”, “para los que llegan”, “para los que crean”, “para los que luchan”, “para los que sueñan”...

La pregunta que da título a la instalación alude a la célebre sentencia del poeta metafísico John Donne (1572-1631). Una de las Meditaciones de Donne responde a la pregunta que hoy repite Orensanz: “Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Otra de las obras más notorias (y sonoras) de la retrospectiva es la video-instalación Esperando una nueva primavera, donde se combina la proyección de video con una especie de móvil, hecho con una serie de taladros manuales. A su vez, la proyección aparece como la sombra proyectada de ese extraño móvil hecho de herramientas antiguas. En el video, los instrumentos se ven como marionetas que se mueven al son de una canción infantil presentada como una letanía, en la que los niños, en francés y castellano, recitan frases felices... “El campo es verde / el cielo es azul / los niños juegan / el mundo es feliz... La vida moderna / no hay nada mejor / cantamos, reímos y todo es confort.”

El choque entre lo que se ve y lo que se oye genera el primer contraste fuerte. La felicidad enunciada no sería tal. Hay una nostalgia que podría pensarse como feroz, dado que el lugar de las marionetas la artista colocó agudos taladros usados. Dos de esos taladros manuales lucen una palabra: “Vaciado”, que evocan la función específica de esa herramienta y una crítica sobre el vaciado de sentido de aquello que se enuncia en la canción. Lo que la artista rescata particularmente es el mundo del trabajo obrero y de los oficios en extinción. Hay un mundo laboral agónico, claramente citado en la obra, y por otra parte se establece al mismo tiempo tanto una arqueología como una reivindicación melancólica del trabajo manual.

A través de la muestra es posible recorrer en clave la vida y los pensamientos de la artista a través del tiempo. Esto recuerda el video A través del tiempo, que Orensanz realizó hace siete años, donde condensa dramáticamente toda su vida en pocos minutos. Pero no sólo el efecto de condensación resulta dramático allí, sino también la aceleración y la fragmentación que se incrementan en el tramo final del video.

La sensación relativa de que con el paso de los años se suele tener la percepción de que el tiempo se contrae y acelera está evocada como efecto de composición y montaje en ese trabajo de Orensanz.

La ilusión es que –producto de tal efecto de percepción acentuado en A través del tiempo– toda la vida de alguien cabe en un breve racconto: los padres, la infancia, los estudios, la adolescencia, la vida de relación, la formación, los viajes, la pareja, los hijos, los amigos, la vida adulta, el trabajo, los gustos... todo está reducido a un instante. Aquel video, fugaz, así como la totalidad de la retrospectiva del Mamba –que reúne 45 años de obra recorribles en un lapso que podría resultar relativamente breve– permiten descubrir el contraste entre, por una parte, la consistencia y duración de las ideas –la libertad, la justicia, el azar, etc.– y, por la otra, la fugacidad de lo vivido.

(Mamba, Palacio de Correos, Corrientes 172, hasta el 20 de octubre.)

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