Miércoles, 6 de agosto de 2008 | Hoy
DISCOS › EL RESCATE DE LA OBRA GUITARRíSTICA DE ATAHUALPA YUPANQUI
Con conocimiento de los lenguajes populares, Carlos Martínez puso su técnica y su rigor investigativo al servicio de Don Ata.
Por Diego Fischerman
Héctor Roberto Chavero, nacido en Pergamino hace cien años, conocido con el nombre de Atahualpa Yupanqui, exiliado en Francia cuando fue prohibido en Argentina, poeta, cantor y guitarrista, dejó una obra vasta cuya memoria se encuentra, sobre todo, en los discos. Hay allí una paradoja difícil de resolver. Esa obra no estuvo en la partitura al comienzo. Está ligada, como toda la música de tradición popular, a las particulares señales de identidad que le entrega la interpretación. Y sin embargo, sus valores musicales le otorgan un grado de existencia independiente de su génesis. Un grado de existencia que, claro, necesita de la partitura.
Yupanqui fue un antropólogo musical. Recopiló, estudió estilos, los clasificó e imaginó, a partir de ellos, un mapa musical de la Argentina. Y Carlos Martínez, guitarrista de notable sonido y singular expresividad, dueño tanto de la técnica clásica como del aprendizaje popular, fue, a su vez, el antropólogo capaz de reunir esa obra genial y dispersa, escrita en discos la mayoría de las veces desaparecidos del mercado, y de reescribirla en una edición monumental y bella llevada adelante junto al sello Acqua Records. La obra guitarrística de Yupanqui, tanto sus propias piezas como sus versiones de las de otros –incluyendo desde ya el material tradicional–, aparece ahora, transcripta e interpretada por Martínez, en dos álbumes de tres cd cada uno. Está, desde ya, el respeto por las huellas del maestro. Pero está, sobre todo, aquello sin lo cual el proyecto no pasaría de ser una correcta reconstrucción de museo: la personalidad del intérprete.
Entre estas piezas a medias ajenas están las de quien fue casi el otro yo de Yupanqui, Pablo del Cerro, un seudónimo que ocultaba, en realidad, a quien fue su pareja durante años, Paule Antoinette Pepin Fitzpatrick. Además de haber compuesto la música para algunas de sus canciones más importantes –“El alazán” y “Chacarera de las piedras”, entre ellas–, Antoinette fue autora de piezas como “Zamba del ayer feliz”, “La del campo”, “Melodía del adiós” o “La zamba soñadora”. Y entre las composiciones propias hay joyas como “Zamba del grillo”, “Lloran las ramas del viento” o “La milonga perdida”. Pero resulta particularmente revelador escuchar las maneras en que Yupanqui se apropió de un repertorio creado por autores como el Cuchi Leguizamón, Ariel Ramírez o Andrés Chazarreta. Allí, en piezas como “La tristecita”, de Ramírez, en la bellísima “Zamba del pañuelo” de Leguizamón o en la “Milonga triste” de Piana, es precisamente donde las delicadas ornamentaciones de la melodía, el entretejido de las voces, en la forma de dibujar la línea del bajo, se destacan como una firma. Hay, además, algunas versiones de obras de la tradición europea y escrita, entre las que se destaca la de la Sarabande de la Suite Nº 2 de Bach.
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