DISCOS › 4:13 DREAM, EL NUEVO DISCO DE THE CURE
La banda inglesa vuelve como cuarteto y sin teclados: tiene lo suficiente para convencer, aunque por momentos suene algo desvaída.
› Por Eduardo Fabregat
“¿Por qué nadie se hace cargo nunca de estos errores? ¿Cómo puede ser que no puedan corregirlo y enviar el disco con el arte de tapa? ¡No quiero una versión ‘con arte de tapa’ y una ‘sin arte de tapa’!” La queja hacia el sello Universal no es de un usuario insatisfecho sino del mismísimo Robert Smith, que en el sitio oficial thecure.com reproduce un mail en el que recuerda cuánto le rompe las pelotas “el kafkiano mundo en que ustedes se mueven” y protesta por el imperdonable error de las primeras ventas online de 4:13 Dream, que llegaron a los compradores como si fueran simples piratas, las canciones y nada más. Un detalle sobre los modos de la industria que calza justo con el estado de ánimo que el cantante y guitarrista exhibe en el nuevo disco de la veterana banda inglesa. Enojado, angustiado y capaz de cantar crudamente sobre el suicidio en “The Reasons why”, Smith vuelve a ponerse al frente de su única banda posible (“¿Para qué querría ser solista, si con Cure tengo todo lo que necesito?”, le dijo a este cronista años ha), que esta vez presenta varias mutaciones.
En primer lugar, el sonido: con la salida definitiva de Perry Bamonte y Roger O’Donnell y el reingreso del viejo camarada Porl Thompson, La Cura se reinventa esta vez como banda sin teclados. Y fija el tono con la densa apertura de “Underneath the Stars”, que lleva impreso el inconfundible ADN de los hombres de negro. Y plantea su buena paradoja, porque la banda planeaba un disco doble y terminó partiéndolo en dos, y supuestamente 4:13... es el lado alegre. Poco hay de luminosidad en ese arranque, aunque es cierto que el grupo que completan el baterista Jason Cooper y el bajista Simon Gallup levanta el clima inmediatamente con “The Only One” y hasta se permite el aire juguetón de “Freakshow” o la hiperkinesis final de “It’s over”.
¿Le alcanza a Smith tanta furia y angustia para sumar algo al ya rico legado del ahora cuarteto? Sí, y no. No caben dudas de que los seguidores de siempre encontrarán aquí todo lo necesario para regocijarse con una nueva obra para sumar a la generosa colección: esa conocida combinación de acústica y guitarra slide para la lograda “Sirensong”, la progresión épica de “The Real Snow White”, o la urgencia electrificada de “Switch”. Pero es igualmente cierto que hay algo indefinible que no termina de cuajar, la sensación de que el grupo podría haber ajustado más las tuercas del aparato-Cure, que por momentos se aprecia algo desvaído, estacionado en una única manera de hacer las cosas.
Eso no alcanza para desmerecer este primer disco en cuatro años, que no logra mejorar el The Cure de 2004, pero tampoco puede entenderse como signo de decadencia. Con la sapiencia que dan más de treinta años de carrera y la seguridad de una identidad bien afianzada, The Cure consigue que aún sus discos menos convincentes tengan lo necesario para continuar el mito. Aunque la misma industria les termine jugando en contra.
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