DISCOS › SE REEDITAN LOS DOS VOLúMENES DE SANATA Y CLARIFICACIóN
Rodolfo Alchourron juntó lo mejor del jazz argentino de principio de los ’70 en un viaje musical que todavía hoy resulta visionario.
› Por Cristian Vitale
El imaginario, en general, suele centralizar la gesta musical de Rodolfo Alchourron en “Laura va”. Y es cierto, porque fue él quien, en el rol de orquestador, abrillantó aquel clásico de Almendra. El “She’s Leaving Home” argentino hubiese sido otro sin él, como director de orquesta, y sin el bandoneón de Rodolfo Mederos: fue la avanzada del tango en el rock. Pero eso sería cierto apenas en parte, porque este compositor, arreglador, director y guitarrista que murió en 1999, con apenas 65 años, fue incontablemente más.
No sólo porque también metió ideas en otras gemas (“El otro cambio, los que se fueron”, de Li-tto Nebbia, “Hoy seremos campesinos”, de Miguel Abuelo, Tango apasionado, de Astor Piazzolla), sino porque un ajetreado background lo ubica en un lugar interesante en el ancho mundo de la música argentina: un alumno de Ginastera que abrazó el jazz –con todos sus giros posibles– tanto como el tango y el folklore. Un buscador incansable que vivió once años en Nueva York al frente de un grupo prácticamente desconocido aquí (Southern Exposure) y regresó con la cabeza tan abierta como para formar agrupaciones heterodoxas, casi a la vanguardia de todo: Ventana al espacio, Mientras dure, Talismán. Un evolucionista, en el más claro sentido de la palabra.
De ahí que la idea de Melopea (reeditar los hasta hoy incunables dos volúmenes de Sanata y clarificación) devenga como un guiño feliz de atención al pasado. Ambos, uno de 1972 y el otro de 1974, sintetizan en minúsculo el carácter contumaz en lo revolucionario, que persiguió este guitarrista desde las jam sessions que, en la década del cincuenta, compartía con la flor y nata del género: Walter Malosetti, Santiago Giacobbe, Picho Britos, el Gato Barbieri, etc. ¡Sanata y clarificación!, nombre más que ilustrativo para presentar una etapa en cierto sentido madura como suma de un pasado cercano: sanata en tanto lenguaje nuevo, insólito e insolente, y clarificación en tanto confirmación de una realidad: todo eso era música estrictamente planificada. En especial el volumen I, donde Alchourron se adelanta claramente al aluvión del jazz-rock que llegaría al país al menos tres años después, y literalmente se zarpa en largas –y cambiantes– improvisaciones a tono, tal vez, con el Miles Davis de entonces (“Clarificación”, “Pájaros sueltos”). Jazz moderno y rock surcando polirritmias abrazadas.
El volumen II, en cambio, es una muestra cabal de que lo suyo no era la comodidad. La libertad cambia de signo porque Alchourron muta en algo que, para que se entienda y a riesgo de error, cruzaba a Blood, Sweet and Tears con los Alma y Vida. Cambio de estructura, un olor más a orquesta típica, incorporación de sintetizadores y una voz, la de Litto Nebbia (“No sé, no sé, preguntaré para saber”), cortando el vendaval de música pura que arrastraba la experiencia anterior. Dos discos en uno y ningún tema, claro, con impronta de gancho comercial. Sí, en cambio, la reconfirmación de un músico completo que se proyectó como un avanzado a su tiempo. Y también a los tiempos por venir.
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