Miércoles, 27 de mayo de 2009 | Hoy
DISCOS › BATEA
El rock, entre 1966 y 1969, se abrió hacia todas las músicas posibles. Parecía poder abarcarlo todo, desde el experimentalismo y la electrónica hasta los folklores más diversos y el jazz. Y no sólo se animó a abrazar otras músicas sino que, como parte del mismo proceso, fue abrazado por ellas. Miles Davis fue el primero en usar, primero, piano y bajo eléctricos y, más adelante, toda una concepción rítmica y temática, basada sobre todo en ostinatos, que fue mucho más allá de la mera cuestión tímbrica. Y varios de los músicos que participaron de ese proceso junto al trompetista, en las sesiones de discos como Jack Johnson o Bitches Brew, fueron los que le dieron un color definitivo a eso que se llamó jazz rock. Wayne Shorter y Joseph Zawinul fundaron Weather Report, John McLaughlin creó la Mahavishnu Orchestra y Chick Corea inventó la que tal vez haya sido la encarnación más perfecta y virtuosa: Return to Forever. El grupo tuvo varias formaciones y grabó varios álbumes notables, entre ellos Light as a Feather, donde aparecía el tema “500 Miles High”. Pero Romantic Warrior, en 1976, cambió para siempre el universo de lo posible. Rock progresivo con la técnica del jazz, más que jazz-rock, los parámetros de ese subgénero en que el valor tenía que ver con los cambios abruptos, con el ajuste prodigioso y las velocidades imposibles llegaba a un punto de inflexión con ese cuarteto en que, junto a la parafernalia de teclados –y la impactante creatividad– de Chick Corea, Al Di Meola, de apenas 21 años, tocaba la guitarra, Stanley Clarke, de 24, hacía lo que nunca antes nadie había hecho –pero luego haría Jaco Pastorius– en el bajo eléctrico y, también, en el contrabajo, y Lenny White sostenía desde una batería parecida a una topadora sin freno y en bajada. El disco, uno de los más influyentes de esa década (basta escuchar A 18’ del sol, de Spinetta y del año siguiente, por ejemplo), acaba de ser editado localmente en CD por Sony BMG. Para los que lo conocieron, vale la pena redescubrir todo aquello que el disco tiene y que trasciende la moda y el sonido de época. Para los que no, es una ocasión inmejorable para acercarse a ese momento irrepetible en que el jazz-rock llegó a su punto más alto.
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