Miércoles, 16 de marzo de 2011 | Hoy
DISCOS › EL DEBUT DE BEADY EYE, LA NUEVA BANDA DE LIAM GALLAGHER
Además del ex cantante de Oasis, forman parte del cuarteto sus viejos compañeros Andy Bell, Gem Archer y Chris Sharrock. Pero el disco resulta un compendio de fórmulas sin sustancia, frases sin sentido y música sin dinamismo ni ángulos punzantes.
Por Luis Paz
Lo único que separa al disco debut de Beady Eye de los de Los Beatles son los álbumes de los Beastie Boys en las bateas. Por lo demás, el debut de la banda de los ex Oasis, con Liam Gallagher a la cabeza, es el trabajo más claro en sus influencias que estos músicos hayan hecho jamás. Pero incluso así es un disco que está lejísimos de la calidad de los álbumes de Los Beatles: Different Gear, Still Speeding (que puede leerse como una alegoría para “sí, se nos fue Noel, el motor compositivo de Oasis, pero seguimos en ésta”) es un disco bastante simpático, pero no incluye historias, innovación ni épica. Este formato de Oasis sin el mayor de los Gallagher muestra a las claras qué pasa con una banda que tiene buenos músicos pero ningún esteta y en la que su (ahora único) líder es más un rockstar al modelo ’90 que un buen iconoclasta para 2011. El resultado es un compendio de fórmulas sin sustancia, frases sin sentido y música sin dinamismo ni ángulos punzantes.
La diferencia más clara con Oasis es fundamentalmente anímica: todo el álbum está teñido de un optimismo y una luminosidad que el cuarteto que completan los guitarristas Gem Archer y Andy Bell, y el baterista Chris Sharrock no había mostrado en sus últimos trabajos junto a Noel. Pero lo achata que la atención se pierda en discernir a qué suena eso tan familiar que hay en cada canción, sobre todo porque no hay relatos a los que ceñirse ni alguna disrupción musical. Different Gear, Still Speeding suena al registro de una noche de karaoke para un Liam que tiene toda la música que ama detrás, pero nada astuto o interesante que decir. La mayor parte del tiempo pasea por caminos líricos que no llevan a ningún lugar: “Lo único cierto es que todo es real”, “Traeré la luz, vos traé el amor”, “Todo lo que tenemos es ayer”, “Quiero ver lo que no está a la vista”, “Nunca sabrás hasta que pruebes”. Y aburre, claro.
Musicalmente, el disco está en una línea de soft rock que, a decir verdad, los salva del papelón y les alarga la vida útil como actos para festivales, porque hace uso de “todo eso que a la gente le gusta”: el mid-tempo en plan “sobreviviremos”, las melodías con pegatina y momentos lo suficientemente breves de psicodelia y de ruidismo. Pero, ¿y su intrigante grandilocuencia? A un nivel más científico, parece el disco de un Lennon solista sin picardía, abúlico y apurado por terminarlo. “The Roller” es “Instant Karma” modelo ’11 (con igual sonido y menos swing); “Wind Up Dream” suena a relectura de “I’m Only Sleeping” con una armónica que hace el juego a “Dear Prudence”; “Three Ring Circus” es “Nobody Told Me” con el espíritu del Oasis vendible. Lennon es una fuente rica, pero Liam no tiene su versatilidad ni su astucia.
Asustarse de un Gallagher al filo del plagio es lo mismo que asustarse de un perro que ladra, pero los airecitos a The Who (en “Beatles and Stones”, título ya usado por la gran banda under y sensible del brit pop, The House of Love), U2 (el cierre de “Wigman”) y al McCartney de “Live and Let Die” (de la apertura “Four Letter World”) terminan por generar picazón. En la última, Liam canta: “Nada dura para siempre”. El crédito de este cuarteto tampoco.
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