En términos futboleros, la segunda (y definitiva) salida del plantel del guitarrista John Frusciante dejó a los Red Hot Chili Peppers en zona de promoción: son muchos los puntos que un grupo sin guitarras al frente deja de ganar en torneos de rock. Josh Klinghoffer, su reemplazante, es todavía un debutante, al que sus compañeros podrán darle su apoyo en el vestuario, pero le mezquinan la pelota en su décimo disco de estudio. El resto del plantel es el de siempre: el baterista Chad Smith como un sólido defensor del ritmo, el bajista Flea como un volante central que recupera aire y tiene manejo y pegada, y el vocalista Anthony Kiedis, que siempre puede ubicar un zapatazo en el ángulo, aunque más no sea por costumbre. Pero RHCP se muestra en I’m With You (lo presentan el 18 de este mes en River) como un plantel adelgazado. Sin el enganche de las guitarras, todo queda reducido a una base rítmica con capacidades pero vaga para pasar al ataque, y un goleador alejado de la línea de volantes debido a la disposición táctica elegida: Rick Rubin será un gran productor, pero aquí no logró negociar con los referentes Flea y Kiedis un mayor protagonismo para Klinghoffer.

En líneas generales, Kiedis, uno de esos futbolistas quejosos, le hace ademanes al árbitro de la Vida y la Muerte (según Flea, el eje de I’m With You) para alertarlo de las faltas de la Iglesia, la policía, la monarquía y otras instituciones. Pero es como si la sorpresa de aquellas veces en que se tiraba al vacío en la búsqueda de ganarle un penal a la ironía (de “Suck My Kiss” a Californication) se hubiese vuelto un vicio al recibir cada pelota. Sólo un par de reclamos está fuera del libreto: “Me gusta el sonido de tus articulaciones”, dibuja en “Did I Let You Know”, un funk de manierismos abolerados con cierto umbral de encanto. Sobre el final del disco, encara con destreza británica melodías clasicistas como “Happiness Loves Company”, habilitado por Flea y sus recientes estudios en música, composición y piano, en detrimento de su actuación como bajista, que no se destaca. Pero, en líneas generales, falta una mayor sustancia a su fútbol.

Los detalles que dan la pauta de este rendimiento pueden rastrearse en las catorce grabaciones del juego de este equipo: con un comienzo que intenta demasiadas variantes a la vez (“Monarchy of Roses” y “Factory of Faith”), partidos irregulares (la sutil “Brendan’s Death Song” choca con el juego distraído de “Ethiopia”) y un final que suena como el grito de orgullo de un equipo de mitad de tabla, con la forzadamente moderna “Dance, Dance, Dance”, una especie de chiste sin remate sobre la actualidad musical. Una novedad de interés es el ingreso de matices del ascendente juego africano: percusiones y arreglos en “Ethiopia” y el corte “The Adventures Of Rain Dance Maggie”, a veces un tanto genéricos. Ahora, explosión, jogo bonito y velocidad se conjugan apenas en “Goodbye Hooray”, promediando el torneo.

Los Peppers, eternos candidatos a la medalla del funk rabioso, parecen conformarse con poco en este regreso a las canchas luego de cinco años sin discos. No muestran un juego feo ni fallan, pero no brillan y tampoco son el plantel aguerrido que en sus irrupciones punks evocaba a uno de esos teams luchadores del rock alternativo. En resumen, si los partidos tomaran forma en canciones, habría aquí una serie agridulce de empates que (aunque mantiene el invicto en cuanto a sus discos, con un estándar de calidad en su sonido y ejecución) no les alcanzaría para sumar otro trofeo brillante.