Miércoles, 8 de agosto de 2012 | Hoy
DISCOS › LA LUNA GRANDE, EL úLTIMO LEGADO DE CHAVELA VARGAS
El CD incluye 16 poemas del poeta granadino, más dos canciones concebidas por Chavela, a modo de homenaje: “Angel que no vela” y “¿Qué hicieron con tu muerte?”. A diferencia de otros discos tormentosos, este es un trabajo sutil y sosegado.
Por Cristian Vitale
No hubo manera de torcer su voluntad. Chavela sabía que se moría, pero desoyó cualquier sugerencia que no tuviera que ver con los deseos indómitos de su alma. Chavela tenía que viajar a Madrid. Tenía que despedirse de Federico García Lorca. Debía ofrendarle los últimos jirones de su voz. Llevaba un disco, el último entre los casi 80 que poblaron su pasado. Se llamaba La luna grande y constaba de 16 poemas del vate de Granada asesinado por el franquismo en 1936, moldeados por su ríspida voz, más dos concebidos por ella, en homenaje: “Angel que no vela” y “¿Qué hicieron con tu muerte?”. Uno que le hablaba a la bella Granada con música de Agustín Lara y otro que ascendía a aquel poeta a pedestal de estrella. No del business, obvio, sino como efecto de un clavel “reventado” que abre una brecha para llegar a él, en su propio cielo. “Extiende la mano / y enséñame algo de tu vida / y de tu muerte / que nadie sabe qué hicieron con ella”, implora la hechicera, buscando exorcizar, tal vez, la última pena de su vida.
Y Chavela viajó, claro. Y expuso tales poemas en su último recital hace días, en la Residencia de los estudiantes de Madrid, poco antes de que un cansancio terrible la obligara a internarse y anticipar su retorno a México para morir, un triste domingo de agosto. Había dicho, pese o a propósito de los 45 mil tequilas que aseguró haberse tomado durante veinte años de alcohol, que la vida era bellísima, pero que la muerte también era hermosa y que iría a su propio velorio para burlarse de ella. Nadie pudo constatarlo, pero al menos la vieron sonreír, casi ciega, sin aire y sumergida en el eterno poncho rojo, mientras daba los últimos suspiros. Mientras tomaba forma tangible “Os doy mi corazón”, poema que Lorca había concebido para su Romance popular en tres estampas mediando la década del veinte, y que ella grabó, lúcida e indolente, para esta obra casi póstuma: “¡Os doy mi corazón! Dadme un ramo de flores / en mis últimas horas / yo quiero engalanarme”, cantó impregnada por la melodía de “Somos”, de Mario Clavell.
No es este disco, recientemente publicado en Argentina a través de Aqcua Records, el áspero torrente de emociones que significaron otros en el largo viaje de Chavela a sus entrañas. No representa el grito primal en forma de rancheras y boleros que pintan las épocas de Macorina. Es, más bien, un trabajo sutil y sosegado. Un remanso de guitarras suaves, apenas cortado por su decir profundo, vital y arrastrado, que acompaña en las alturas las honduras de Lorca. Una finísima obra que expresa la libertad y rebeldía de la cantora nacida en Costa Rica, sí, pero en forma de paz mansa. De sutiles muecas que derriban las fronteras entre la vida y la muerte, precisamente cuando se enfrentan con ellas. Cualquier pieza que se escuche (“Noche del amor insomne”, “Las manos de mi cariño”, “El cielo tiene jardines” o “Romance de la pena negra”) dirá de esos existencialismos que, tratándose de Lorca y la Chavela, parecen fluir de la misma fuente. Y ahora, del mismo lugar.
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