Miércoles, 8 de agosto de 2012 | Hoy
CINE › FAR FROM AFGHANISTAN Y CAPTAIN THOMAS SANKARA FUERON ESTRENADOS EN LOCARNO
El proyecto colectivo conducido por John Gianvito obra como nueva invectiva contra la intervención militar estadounidense fuera de sus fronteras, mientras que el film de Christophe Coupelin pone en valor al revolucionario refundador de Burkina Faso.
Por Luciano Monteagudo
Desde Locarno
Después de un par de días de lluvia, que arruinaron el placer del gran cine al aire libre en la pantalla de la Piazza Grande, el sol volvió a brillar sobre el Festival de Locarno, que está celebrando su edición del 65 aniversario. La Piazza volvió a colmarse para un merecido homenaje a Harry Belafonte, que llegó a Locarno para acompañar la proyección de la revolucionaria Carmen Jones (1954), en el marco de la retrospectiva dedicada al cine de Otto Preminger. Y también para recibir el Pardo d’Oro a la carrera, “por su labor como actor, como cantante, como compositor, pero sobre todo como ciudadano, por su compromiso contra la discriminación racial y por los derechos civiles”, en palabras del director artístico del festival, Olivier Père. Mientras tanto, en las secciones paralelas a la competencia oficial, Locarno también se vuelve político, desde los más distintos ángulos.
“Fuori concorso”, otro activista estadounidense, el cineasta, educador y ex programador del Harvard Film Archive John Gianvito, presentó en estreno mundial Far from Afghanistan. Este largometraje colectivo está inspirado en el hoy legendario Loin du Vietnam (1967), “un film que lamentablemente no ha perdido nada de su relevancia”, como señaló el propio Gianvito, impulsor del proyecto, en la presentación de la película. Que no es solamente suya, por cierto. Como aquel grito de alerta que lanzó Chris Marker con la ayuda de Jean-Luc Godard, Alain Resnais y Agnès Varda, entre otros, Far from Afghanistan es una nueva invectiva contra la intervención militar estadounidense fuera de sus fronteras. Para llevarla a cabo, Gianvito contó con el compromiso y la complicidad de otros colegas como él, que trabajan por afuera de Hollywood y que se mueven en el campo del cine experimental y de ensayo: Jon Jost, Minda Martin, Soon-Mi Yoo y Travis Wilkerson.
El resultado no podría ser más contundente. A diferencia de la película anterior de Gianvito, la más reflexiva Profit Motive and the Whispering Wind (2007), Lejos de Afganistán nace de un sentimiento de indignación y es, a todas luces, un film de agitprop, en el más clásico de los sentidos. Pero tiene la virtud de moverse en distintas aguas al mismo tiempo, lo que le permite ser tanto un documental de contrainformación como un ensayo, con estéticas y procedimientos provenientes del cine experimental y del videoarte. No hay segmentos definidos ni identificación de la firma de sus directores y esa suerte de collage adquiere a pesar de la heterogeneidad de los materiales –o precisamente gracias a ella– una rara fuerza, no sólo política, sino también poética.
Los recursos son los más variados. Sobre un audio que registra una declaración de Noam Chomsky acerca de la impunidad del imperio (de la cual “sus ciudadanos son los últimos en enterarse”), Far from Afghanistan pone en diálogo material rodado especialmente en Kabul y Kandahar por camarógrafos afganos comprometidos con el proyecto. Los padecimientos de ese pueblo son infinitos e intolerables, y el film no duda en culpar no sólo a los bombardeos estadounidenses, sino también a la corrupción del gobierno títere de Hamid Karzai, suerte de virrey local del imperio.
Uno de los tramos más impactantes del film también pone en conversación materiales en principio ajenos entre sí, pero que van cobrando relevancia. Eso sucede con los videos tomados de los satélites que hoy monitorean toda acción militar (y en los que se ve la ejecución, literalmente, de supuestos enemigos, que son ametrallados y bombardeados desde un comando a distancia) mientras, en pantalla dividida, se suceden fragmentos de los discursos de Dwight Eisenhower en los que denuncia, ya en los años ’50, el cada vez más peligroso crecimiento del “complejo industrial-militar”, capaz de torcer el rumbo político del país. Tan simple como eficaz es el hallazgo de utilizar frases de su famoso discurso de 1953 como consignas políticas que sacuden la pantalla: “El costo de un bombardero equivale a la construcción de treinta escuelas, a dos plantas eléctricas capaces de abastecer a sendas ciudades de 60.000 habitantes, a dos hospitales completamente equipados...”.
Más de medio siglo después, las consecuencias de haber desoído esas palabras están a la vista. En su tramo final, titulado “Back Home”, Far from Afghanistan encuentra “fragmentos de disolución” en el cuerpo social estadounidense. Y no sólo en los casos cada vez más crecientes de suicidios entre los ex soldados (acusados, a su vez, de “cobardes”), sino también en Detroit, otrora orgullosa capital de la industria automovilística y hoy casi una ciudad fantasma. Allí, Gianvito y sus compañeros de ruta sólo encuentran pobreza y desamparo, expuestos un poco a la manera de La jetée de Chris Marker, con un montaje de fotos fijas en blanco y negro que parecen expresar un holocausto post nuclear.
En la sección “Appelations suisse”, a su vez, el documental Captain Thomas Sankara, de Christophe Coupelin, pone en valor la figura olvidada de ese revolucionario africano que en apenas cinco años, entre 1983 y 1987, no sólo refundó su país, Burkina Faso, desde las bases mismas de su cultura, sino también sacudió las relaciones entre el continente africano y las potencias occidentales. Crónica de una muerte anunciada, la de Sankara resulta particularmente trágica y dolorosa, primero porque fue traicionado por su mejor amigo y lugarteniente, Blaise Compaoré, todavía hoy en el poder, y luego porque todas las potencialidades de su revolución quedaron inconclusas. Marxista no ortodoxo, capaz de hacerles frente a los líderes de la Unión Soviética y de China, Sankara empezó cambiándole el nombre a su país, que pasó de llamarse Alto Volta, en la vieja denominación colonial, a ser Burkina Faso, que en la lengua local quiere decir “Tierra de la gente honesta”.
La lucha contra la corrupción fue el primer motor de su gobierno, que llevó a juicio a sus gobernantes y funcionarios anteriores, enriquecidos a costa del hambre del pueblo, diezmado a su vez por las sequías de una naturaleza hostil. Formado como militar pero con una fuerte conciencia humanista, Sankara llegó al poder cuando tenía apenas 33 años y esa juventud la expresó en el dinamismo que impuso a su visión de gobierno: se propuso alfabetizar el país, evitar la desertificación plantando miles de árboles, imponer una conciencia ecológica, trabajar por la cultura (creó el festival de cine de Ouagadougou, el más importante de Africa) y luchar por los derechos de la mujeres, a las que asignó por lo menos tres ministerios. Guitarrista él mismo, se preocupó por devolverle la alegría a su pueblo, con bailes populares y orquestas callejeras.
El documental de Coupelin saca excelente provecho de esta figura fascinante, carismática, porque no apela a los recursos del reportaje meramente televisivo, sino que hace “hablar” a los archivos: entreteje imágenes y audios de distinta procedencia, los solidariza incluso cuando la calidad exige una intervención del material, que va del agitprop al pop art, como si ésa fuera la mejor manera de dar cuenta de la audacia del proyecto de Sankara, aún hoy más revolucionario que nunca.
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