DISCOS › EL FORMATO GOZA DE BUENA SALUD, PERO PRODUCE RARAS DISTORSIONES
Rápidas de reflejos, las grandes compañías se aprovechan del reverdecer del viejo formato para cobrar precios que van de lo abusivo al escándalo. Y algunos señalan que por no desaprovechar la ola, los empresarios quizá dejen pasar una oportunidad histórica.
› Por Nick Hasted *
El actual incremento de ventas de discos en vinilo, a la vez que las cifras del CD colapsan, es un signo alentador para aquellos que aún valorizan el cálido sonido analógico y el encantador packaging. Pero eso está siendo acompañando por un signo familiar, bastante menos encantador, el de las grandes compañías aprovechando para hacer buen dinero. Otra vez, con el equivocado concepto de avaricia a corto plazo que tuvo mucho que ver en el lamentable estado actual del negocio. El disco más reciente de Paul Weller, Sonik Kicks, llegó a las disquerías al doloroso precio de entre 47 y 56 dólares, dibujando una suerte de nueva línea para los enojados consumidores. Los últimos discos de Paul McCartney y Bob Dylan llegaron con precios similares. Americana, de Neil Young, le corta la cabeza al usuario a 63 dólares; la edición limitada de singles de Florence + The Machine, diseñada por Karl Lagerfeld, apareció a 78 dólares.
La idea de que el pop es una forma democrática y los icónicos formatos del LP y el 45, son insultados por esta política de precios. “¿Weller va a retirarse?”, fue una de las asombradas reacciones en las disquerías inglesas, que ya tienen varios problemas para sobrevivir. Sean Bidder, director creativo de Vinyl Factory, la empresa que imprimió y lanzó los discos de Weller y Florence + the Machine (entre muchos otros), se sorprende por las críticas. “No creo que los discos sean un medio popular”, dice. “Ahora que podés conseguir música gratis online, no hay modo de que el vinilo pueda competir en precio y conveniencia. No debería ni siquiera intentarlo. Nuestros discos son más caros que los de otros sellos, sobre todo porque gastamos más dinero para hacerlos increíblemente hermosos. Están la calidad y lo artesanal, y está lo digital.”
La charla es en Vinyl Factory, en la elegante galería South Kensington, mientras el dueño prepara una exhibición de estropeadas tapas originales de singles punk. Bidder muestra una copia de Sonik Kicks y explica su intrincada impresión de alto brillo, y el ensayo especialmente escrito para el disco por Michael Horowitz, tras una larga negociación con Weller. Chris Bailey, cantante de The Saints –una de las bandas punk en las paredes–, comenta sobre este rarificado nuevo mundo rock: “Estás haciendo copias en vinilo de tipos regulares”, dice. “¿Cómo justificás cobrar 55 dólares por un disco de Paul Weller cuando el producto en sí, la música, está lejos de valer eso? A menos que estés imprimiendo en oro...”
“En estos momentos el vinilo es un producto especializado que vende un par de miles, ya no podés cobrarlo 5 dólares”, dice Joe Foster, ex socio de Alan McGee en Creation Records y hoy jefe de PoppyDisc. “El precio es algo aleatorio, porque es un artefacto que el público especializado busca y algunas personas sienten que pueden cobrar cualquier cosa.” La pregunta de qué y para quién es el vinilo en el siglo XXI, y cuánto debería costar, provoca tensiones. El revival es genuino: Vinyl Factory vendió 13 mil copias del último de Massive Attack, y a Radiohead y Black Keys les fue de manera similar. Domino vendió más de 5 mil unidades de Merriweather Post Pavilion de Animal Collective; en EE. UU., Bon Iver vendió el año pasado 50 mil LP. “En EE.UU. hay un revivir del vinilo, se consiguen discos nuevos por 6 u 8 dólares”, dice Bidder. “Pero se ven y sienten baratos: ésa es una cultura descartable, la nuestra no. Nos encantaría vender a 8 dólares, pero lo nuestro es hacer algo hermoso, y no es barato.”
Sellos independientes como Touch and Go, Drag City y Domino, de todos modos, suelen cobrar entre 23 y 28 dólares por LP, la mitad de lo que se le pide al fan de Weller. Domino imprime muchos de sus discos con Vinyl Factory y no escatima gastos. “La ética de Domino fue siempre hacer que nuestros discos puedan conseguirse fácilmente por cualquiera que quiera escuchar, en cualquier formato”, dice Paul Briggs, director de producción del sello. “Si tenemos una versión deluxe en vinilo, también tendremos una estándar igualmente bien hecha.” El amor y artesanía que pone en juego Vinyl Factory, una independiente que colabora con majors como Universal, no está en duda. Pero las majors a menudo cobran un precio muchísimo más alto que el de costo. Es difícil encontrar alguna razón por la que el último de Paul McCartney cuesta el doble que el de Jack White.
El fetichismo por los “vinilos de 180 gramos” no hace “una diferencia tangible” en el sonido, dice Briggs. “Las excepciones que ameritarían un precio así de alto, a menos que haya un packaging realmente loco, es que haya un mastering muy especial. Pero eso se aplica a audiófilos clásicos o sellos de reediciones”, apunta Foster. “Un disco doble no debería tener un efecto dramático en el precio: unos 30 dólares hacen posible un beneficio con un buen producto y la gente compraría más. Las grandes compañías podrían vender incluso a menos.” Bev Nipps, veterano manager de disquerías en Reading, cree que la agenda de las multinacionales es más predecible: “Desafortunadamente, a medida que caen las ventas de CD, la táctica lógica de las compañías es exprimir a esa gente que compra vinilos, presionar su lealtad a ver hasta dónde se puede llegar. SI mantuvieran bajos los precios podrían conseguir un público joven que quedara enganchado, potenciales compradores de vinilo para toda la vida. En el largo plazo habrían hecho más dinero. Pero ellos no piensan así”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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