DISCOS › BATEA
Con la flamante publicación de ¡Tre! se completa la trilogía que el grupo estadounidense Green Day había anunciado para el cierre de 2012. Primero fue ¡Uno!, por supuesto, que en septiembre anticipó los ejes temáticos de esta trilogía. Todavía no estaba muy claro si se trataría o no de una serie de actos en torno de una ópera rock, modelo que el trío comandado por el canijo Billie Joe Armstrong ya había aplicado en American Idiot y 21st Century Breakdown. La aparición de ¡Dos!, en noviembre, aclaró sobre este punto: los temas eran un poco más dispersos, los sonidos lo mismo y, en definitiva, no había demasiado siendo retomado del primer tercio. Hasta que salió ¡Tre!, recientemente, y se entendió la cosa: lo que Green Day presentó fue una galería de canciones que comparten poco más que el haber sido creadas y producidas prácticamente en simultáneo. Hay baladas al piano, el instrumento desde el cual se generó la mayoría del material, a la vez que intervenciones furiosas; muchísimo pop de power chords en tres tonos y un repaso circular por los grandes temas de conversación del cantante. Léase política, iglesia, educación y otros sistemas de poder; chicas, vicios, rocanrol y otros conjuntos de placer, siempre según queda sobre el tapete cuando se recogen las migas de esta tríada. A esta altura, doce años luego de Warning, Green Day lleva entonces una década instando a la rebelión. A su modo, claro. Por eso no sorprenden piezas como “99 revolutions”, sobre el movimiento Occupy. Ni raptos de pretendida épica espiritual como “The Forgotten”, el desesperado intento de Billy Joe por parecerse a John Lennon. Esa balada cierra ¡Tre! y, por lo tanto, la trilogía, y es otra señal de la disgregación de esta obra. Desde el soul estándar pero distorsionado de “Brutal Love” al power pop de “Missing You” y hasta “Sex, Drugs and Violence” y otros contenidos en torno de los narcóticos (problema por el que Armstrong fue internado recientemente), la trilogía se diluye a medida que pasa cada obra, quedando esta última parte en evidencia como lo que, en otras condiciones, serían descartes de un único y más parejo disco. Es algo que Green Day podría haber realizado: hay una docena de canciones que en un volumen sencillo contentarían a sus fans: “X-Kid”, “Little Boy Named Train”. A veces, la grandilocuencia y el convencerse de ser una de las bandas más grandes del mundo juega tan en contra como aquí, en esta obra en tres actos que tuvo su introducción, pero no llegó a mostrar un conflicto relevante, y menos a ser concluyente.
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