Mié 16.08.2006
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DISCOS › LA PASION POR TENERLO TODO

“Pirata” no siempre es una mala palabra

Más allá de la clonación ilegal de CDs oficiales, el mercado de grabaciones alternativas sigue siendo un oasis para coleccionistas obsesivos.

› Por Roque Casciero

En el principio fue un vinilo doble en un sobre blanco sin identificación, salvo un número de matriz (gwa 1A version 1), del que se imprimieron 2300 copias en julio de 1969. Los disqueros empezaron a llamarlo The Great White Wonder (“La gran maravilla blanca”). Fue el primer disco pirata de la era del rock y, claro, correspondía a un pionero: Bob Dylan. Seis años después, el cantante “oficializó” algunos de esos tracks en The Basement Tapes, pero para entonces los bootlegs (grabaciones de conciertos, demos y rarezas no aprobadas por compañías y/o artistas) ya era práctica corriente. Desde aquellos vinilos para entendidos hasta el presente de bajadas online, los bootlegs llenaron los vacíos que desesperaban a los fanáticos más recalcitrantes, conformando una suerte de discografía paralela para artistas relevantes. Hoy, con una banda ancha respetable, es posible bajar el DVD de un concierto al día siguiente de su realización, y las capturas digitales de transmisiones de TV o radios satelitales son las vedettes. Los enfermos completistas, agradecidos.

Una aclaración: no hay que confundir a los bootlegs con los piratas que clonan un CD editado por un sello y lo venden a 5 pesos en la calle. Es obvio que los bootlegs nunca le causaron demasiada gracia a las discográficas y hay artistas que los detestan, pero otros siempre alentaron a sus fans a grabar los conciertos: Grateful Dead es uno de los ejemplos más conocidos. Aquí, en los ’80, el Indio Solari solía anunciar algún tema nuevo de los Redondos con la frase “preparen los grabadores”. Así, gracias a un seguidor anónimo hoy es posible rememorar un histórico show con Luca Prodan como invitado en “Criminal mambo”.

También sobran los ejemplos de registros “piratas” que terminaron como oficiales. Uno de los primeros fue At Max’s Kansas City, el disco con el que The Velvet Underground cerró su contrato con Atlantic: una cinta tomada desde el público por una integrante del entorno de Andy Warhol, en la cual puede escucharse a alguien preguntándole si tiene drogas. En la Argentina también hay ejemplos: el show de Almendra en el Teatro del Globo en 1969 circuló como pirata hasta que Página/12 lo editó oficialmente el año pasado; este diario editó también un disco de León Gieco con grabaciones de sus seguidores, y el disco de El Otro Yo EOY Pirata también fue ensamblado con grabaciones de los fans.

Los viejos bootlegs de vinilo, siempre más caros que los discos oficiales, hoy son artículos de colección a precios exorbitantes. En los ’80 comenzaron a circular casetes pirata, muchas veces sin arte de tapa y poco aprecio por el sonido. En esos años comenzó a tejerse una suerte de red internacional de intercambio a través del correo: si un alemán lograba filtrar su grabador en un concierto de los Stones y un inglés capturaba en video algún programa especial de la BBC, podían canjearlos entre sí y engrosar sus colecciones.

La aparición del CD revitalizó el mercado paralelo, en especial porque los italianos descubrieron una ley de la época de Mussolini que decía que era legal publicar una obra si se le entregaba una parte de la ganancia al artista. A principios de los ’90, sellos pirata como Oxygen, Kiss This Stone o Swinging Pig eran sinónimo de calidad: sus grabaciones siempre tenían el mejor sonido, tomadas de la radio o la TV. Los bootlegs en CD solían costar el doble que un disco corriente, pero hasta ahora no se han convertido en fetiches para coleccionistas.

Cuando las PC con grabadoras de CD empezaron a tener precios accesibles, la red de intercambios mutó al CD-R, con la obvia ventaja de que las reproducciones no perdían calidad. Y la web se convirtió en la mejor herramienta para los canjes. Para evitarlos, algunos países endurecieron sus controles aduaneros, pero las compañías estaban mucho más interesadas en parar a Napster: aunque los bootlegs puedan tener algún impacto en la caída de las ventas de discos, nunca provocarán el nivel de pérdidas que generó el intercambio de archivos en MP3. Además, es lógico pensar que un fan de Ramones que ya tiene toda la discografía oficial seguramente no saldrá corriendo a comprar un CD de Britney Spears, por más que le impidan bajarse un concierto de los su banda favorita.

La banda ancha cambió una vez más el panorama. Primero fue a través del MP3, que aún goza de buena salud. Pero ese formato de compresión resta calidad a las grabaciones y le agrega, al principio y al final del tema, una fracción de segundo de silencio. Esto es particularmente molesto cuando se escucha un concierto: por eso, ahora que las velocidades de descarga son mayores, los conocedores prefieren un formato llamado flac (http://flac.sourceforge.net), que genera archivos más grandes pero sin ninguno de los inconvenientes del MP3.

También mutaron los sitios de donde bajarse conciertos. Antes, las opciones eran el Soulseek (www.slsknet.org), Emule (www.emule-project.net) o programas similares, pero la nueva (o no tanto) estrella es el Bittorrent (www.bittorrent.com), que permite optimizar al máximo la velocidad de descarga. Hoy, por ejemplo, es posible bajar los 4.5 gigas que puede almacenar un DVD grabable en menos de un día. Por eso es que han florecido sitios que utilizan Bittorrent para distribuir conciertos en audio o video, aunque también los piratas de películas y discos los utilizan. Comunidades de fans de la música como Dimeadozen (www.dimeadozen.org), Pure Live Gigs (www.purelivegigs.com), Etree (http://bt.etree.org) o The Traders Den (www.thetradersden.org) no permiten contenido oficial en sus torrents (así se llaman los archivos). Y sus políticas son muy estrictas con el material oficial: un documental vuela si tiene como música de fondo editada por un sello; lo mismo sucede si una banda anuncia que grabó un concierto con intención de publicarlo. Fue por eso que el show de U2 en Buenos Aires sólo apareció en sitios piratas, de los que ofrecen software, películas y MP3. Estas comunidades de intercambio suelen reaccionar denunciando a quienes venden bootlegs en sitios como Ebay, porque sostienen que no hay que pagar por esta clase de grabaciones, y también alientan a los fans a comprar los discos oficiales.

Muchos artistas encontraron en sus archivos la forma de calmar la ansiedad de los fans y venden on-line grabaciones de sus shows. Por ejemplo, es posible comprar CDs con shows de Fugazi en www.fugaziliveseries.com o, por una suma en dólares, descargar conciertos de King Crimson en www.dgmlive.com. En los últimos años, además, se impuso una modalidad novedosa: se puede bajar el registro de un recital apenas un rato después de que terminó. Eso hicieron los Pixies (www.disclive.com) con su gira 2004 y hace poco Depeche Mode (www.depechemodelive.com). Otros músicos, por lo general menos conocidos, permiten que sus seguidores carguen en ciertas páginas lo que graban en los conciertos (los más generosos hasta dejan que enchufen los dats o minidiscs a la consola). En Live Music Archive (www.archive.org/details/audio) pueden encontrarse en forma gratuita shows completos de artistas como Ryan Adams o Animal Collective, y la descarga es directa. Basta con par de clicks en el mouse y un buen ancho de banda para tener esa porción de historia de la música en el disco rígido. ¿Qué más puede pedir un fanático?

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