Miércoles, 6 de julio de 2016 | Hoy
DISCOS › BATEA
El gran negocio sería, parafraseando un viejo chiste, comprar a Rufus Wainwright por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Y no porque no sea un excelente compositor de canciones y un cantante e intérprete notable sino porque apunta a lenguajes donde le falta solvencia. En su proyecto de musicalizar sonetos de Shakespeare, bautizado Take All My Loves y publicado por Universal en la Argentina, nada está del todo mal salvo la tapa, que, con su retrato del artista devenido una suerte de Elizabeth I, es de las cosas más feas que alguien pudo haber imaginado. Algunas canciones se acercan a lo que Elton John hizo en su mejor época, a comienzos de los 70, y Wainwright las canta de manera irreprochable. Los arreglos son muy buenos cuando no caen en lo rimbombante y ultrapretencioso, lo que sucede con asiduidad. Y, finalmente, el aura de trascendencia invocada pasa a años luz de distancia de la realidad. La paradoja es que, si en el formato estrictamente pop Wainwright demuestra una gran originalidad, en estos terrenos que coquetean con el “arte alto” –y que él crea en esas jerarquías y aspire a ser legitimado por el mundo “clásico” ya es un error considerable– se empantana en un fangal donde abunda el convencionalismo.
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