Miércoles, 6 de febrero de 2008 | Hoy
DISCOS › TRES REEDICIONES IMPERDIBLES DEL SELLO IMPULSE
Out of the Cool, de Gil Evans; The Blues and the Abstract Truth, de Oliver Nelson, y Quintessence, de Quincy Jones: un festín.
Por Diego Fischerman
Gil Evans, Oliver Nelson y Quincy Jones son tres de los más importantes orquestadores de la historia. Y “orquestador”, en el caso del jazz, quiere decir mucho más que distribuir las distintas voces entre los diferentes instrumentos de una banda. Si en todas las músicas de tradición popular la interpretación es inseparable de la composición (¿quién es el autor de “My Funny Valentine” tocada por Chet Baker o de “Nada” por la orquesta de Caló?, en estos tres casos, el grado de esencialidad de la escritura y la manera en que ésta determina la propia concepción de las obras, excede con creces cualquier idea de mero “arreglo” de algo preexistente.
El azar, más que el cálculo, hizo que tres discos de jazz fundamentales, firmados por cada uno de estos tres artistas a pocos meses de distancia entre uno y otro, hayan sido editados localmente al mismo tiempo. Como parte de una primera tirada de cinco títulos, que vuelve a poner en el mercado al histórico sello Impulse, junto a los magníficos Duke Ellington meets Coleman Hawkins y I Just Dropped By to Say Hello, del extraordinario cantante Johnny Hartman, aparecen Out of the Cool de Gil Evans, grabado a fines de 1960; The Blues and the Abstract Truth, registrado en 1961 por Oliver Nelson, y Quintessence, de Quincy Jones, grabado a fines de ese mismo año. Existe otra coincidencia y su obviedad no la hace menor: no sólo los tres suelen figurar en las listas que, cada tanto, los especialistas elaboran con la crema del género sino que, claro, pertenecen al mismo sello. Una pequeña empresa fundada por un amante del jazz, que grababa como los dioses –la calidad es todavía asombrosa– y que supo albergar a John Coltrane, es su fugaz y fenomenal ascenso al espacio interestelar, a Archie Schepp y, también, a algunas de las mejores grabaciones de Count Basie con grupos pequeños, a fantásticas aventuras de Max Roach, a la Liberation Orchestra de Charlie Haden y Carla Bley, a los cuatro capítulos del viaje americano del Gato Barbieri y a los fulgurantes comienzos de Keith Jarrett.
Out of the Cool es una lección acerca de la manera de trabajar creativamente la tensión entre libertad y escritura. Con una banda integrada por él en piano, el contrabajista Ron Carter, los bateristas Elvin Jones y Charlie Persip, los trombonistas Jimmy Knepper, Keg Johnson y Tony Studd, Ray Crawford en guitarra eléctrica, Bill Barber en tuba, los trompetistas John Coles y Phil Sunkel, los saxofonistas Ray Beckenstein, Eddie Caine y Budd Johnson y, en fagot, flauta y piccolo, Bob Tricarico, Evans, que tres años antes había imaginado el prodigioso Miles Ahead junto a Miles Davis, formula una hipótesis de singular contundencia. Había estado en lo que se llamó la fundación del cool y aquí salía de él con un verdadero tratado sobre las posibilidades del género. El punto de partida de Oliver Nelson no era muy distinto y ya el título de su disco lo ponía en evidencia. Distintas miradas sobre materiales de blues, llevados a un grado de abstracción –es decir apelación a la escucha atenta y a la idea de música absoluta– con el que mucho tenían que ver la pequeña selección reunida para la ocasión: Bill Evans en piano, Eric Dolphy en flauta y saxo alto, Freddie Hubbard en trompeta, el propio Nelson en saxo alto y tenor y George Barron en saxo barítono, Paul Chambers en contrabajo y Roy Haynes en batería. El tema inicial, “Stolen Moments”, incidentalmente, además de ser uno de los mejores de todo el jazz, se convirtió en uno de los más famosos, gracias a los sampleos de otros.
El disco de Quincy Jones, con solistas de la talla del saxofonista alto Phil Woods, los trompetistas Clark Terry, Thad Jones y Freddie Hubbard y la trombonista Melba Liston, ensaya tres formaciones diferentes, que incluyen corno francés y, en tres de las piezas, tuba y arpa, además de una nutrida sección de bronces. También en este caso, la delicadeza y detalle extremo de lo “compuesto” se da la mano con la brillantez de lo improvisado.
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