TELEVISION › JORGELINA ARUZZI ANTE EL ESTRENO DE LA MADRE IMPALPABLE
La actriz que acaba de terminar en la pantalla chica Aquí no hay quien viva reestrena esta noche en el Teatro Anfitrión un unipersonal que protagoniza, escribió y dirigió y en el que mira con lupa todo tipo de conflictos familiares.
› Por Emanuel Respighi
Parece increíble que en ese envase diminuto, de no más de 1,60 metro convivan sin inconvenientes dos Jorgelina Aruzzi. Como Mr. Hyde y Dr. Jekyll, por un lado está la actriz surgida del under, que se viste “como una tilinga” y que a cada papel que le toca interpretar –sea en la TV o en el teatro– le agrega una cuota de experimentación con tintes tragicómicos. Por otro lado, la lucha interior habilita a otro “ser” que no tiene prejuicio alguno en ponerse al frente del elenco angelado de Chiquititas o de compartir desde hace tres años los sketches cómicos del programa de Susana Giménez. Del off al centro del establishment en un solo paso. “A mí simplemente me gusta actuar, y con esa idea me vuelco a hacer de todo. Soy muy ecléctica. No me sale ser una diva, pero me encantaría, ¿eh?”, se define, aclara y bromea –todo por el mismo precio– la actriz que acaba de finalizar en la pantalla chica Aquí no hay quien viva y hoy reestrena en el Teatro Anfitrión (Venezuela 3340, viernes y sábados a las 21) La madre impalpable, el unipersonal que protagoniza, escribió y dirigió.
En La madre impalpable, Aruzzi vuelve a combinar los dos ingredientes con los que más le gusta jugar a la hora de subirse al escenario o pararse frente a una cámara: la comedia y la tragedia. En clave de comedia negra, la obra cuenta la historia de una madre que al ser convocada a una reunión de padres en el colegio de su hijo estalla contra el funcionamiento escolar y la escasa contención afectiva que tiene su hijo, discriminado por ser “el gordito de la clase”. Una pieza que aborda lo que ocurre cuando los vínculos afectivos se contaminan y cuando los conflictos familiares se perpetúan por generaciones, dentro de un ámbito social –el educativo– resquebrajado e indiferente.
–En La madre... interpreta a un personaje diferente a los que suele hacer en TV, mucho más oscuro. ¿Existe el miedo a la mirada del otro, a que la gente busque en la obra aquello que ve de usted en la TV?
–Ese es un problema, porque si bien la obra tiene mucho humor, el humor funciona como un salvoconducto de la tragedia personal que invade a la protagonista. La obra tiene momentos de silencio y dramatismo muy fuertes. Yo pienso el humor siempre como algo que viene a decorar la tragedia. El humor, para mí, no es algo gracioso de por sí. Me gusta trabajar el humor trágico, patético y negro. Yo me río de eso.
–¿Aun en su vida personal?
–Siempre me surgen chistes o bromas en medio de situaciones trágicas. Pero no lo hago de frívola, sino que me sale naturalmente. Utilizo el humor para renacer y sobreponerme de las cosas dolorosas.
–¿Y la obra permite las dos lecturas?
–Sí. Nosotros somos parte de una generación muy psicoanalizada, que solemos culpar mucho a los padres de nuestro presente. Yo quería hablar de esa relación y también del funcionamiento del sistema educativo. La pregunta que sobrevuela la obra es ante un problema con un alumno en la escuela, ¿quién se hace cargo? La madre, la escuela, los docentes... Los niños comienzan a ser una suerte de paquete, que pasa de una mano a otra.
–¿De dónde proviene ese gusto por el humor como antídoto al dolor?
–En mi casa se utilizaba mucho el humor como mecanismo de defensa. El humor permite abstraerse de lo que está pasando. Provengo de una familia tana en donde el humor estaba presente a cada instante. El humor pone en evidencia el aspecto absurdo de la tragedia.
–¿Usted se siente básicamente como una actriz de comedia?
–No. Como actriz me gustaría tocar todas las notas musicales. La comedia me encanta y me siento muy cómoda. Pero me gusta jugar diferentes roles. Y los papeles trágicos me fascinan.
–El tema es que en la TV siempre la convocan para interpretar papeles de comedia.
–La TV no suele tomar riesgos. Creo que es un medio en el que casi todos hacemos los mismos papeles. De todas maneras, me encanta que la gente me pare en la calle para decirme que se ríen mucho conmigo. Pero no estoy proyectando mi carrera en función del humor.
–En el unipersonal el actor se expone más que en una obra de elenco. ¿Es un desafío mayor o, por el contrario, se siente más segura?
–Hacer un unipersonal no fue una elección, sino la consecuencia de mi necesidad de volver al teatro. Pero disfruto más estando con compañeros. Un unipersonal, que encima lo dirijo, no es fácil de llevar adelante.
–¿Por qué surgió abordar el tema de las relaciones madre-hijo en el marco del sistema educativo?
–Cuando hice Chiquititas tuve mucha relación con los más chicos y noté cómo muchas veces están desprotegidos. Este país no te permite ser diferente: el guardapolvo unifica, las colas de Bailando... son todas perfectas, los protagonistas de las telenovelas son perfectos, tenés que tener un celular porque si no no existís....
–¿Se arrepiente de esa experiencia en Chiquititas?
–No. Cada uno cuenta las historias con su propia experiencia y estética. Pero más allá de qué historia se cuenta y cómo se la cuenta, se trató de una experiencia muy buena: nunca antes había recibido tanto amor y cariño del público como el que me siguen dando los chicos en la calle.
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