TELEVISION › CóMO ES FRINGE, HEREDERA DEL éXITO MUNDIAL DE LOST
Los enigmas que desvelan a fanáticos en todas partes salen de la cabeza de J. J. Abrams, creador de la serie más vista de la historia, que no se conforma con la emisión televisiva y alienta a los fans a bajarse capítulos de Internet.
› Por Julián Gorodischer
Justo cuando los blogs de fanáticos del mundo entero reclamaban “un heredero” para Lost (al único que podría entregárselos), y cuando la cuarta temporada de Lost dejó de saciar a los que no forman parte de sus acólitos más incondicionales, esos lanzallamas que atacan a cualquier reseñista díscolo, apareció Fringe. El hombre que, para algunos críticos, cambió la manera de mirar televisión, J. J. Abrams, estrenó una serie sin las pretensiones existencialistas de su precursora, pero con huellas visibles de otras tramas que devinieron clásicos, lo cual no es poco (ya estrenada en los Estados Unidos, puede bajarse en http://eztv.it/index.php?search=fringe).
Cuando se dice que Abrams cambió la forma de ver TV se piensa, claro, en la calidad de una historia diversificada, de estructura coral, que reproduce incógnitas y sigue abriendo cada vez más puntas sin cerrar anteriores, potenciando lo que en Twin Peaks (de David Lynch, 1990) era una osadía narrativa para la época. Pero Abrams también popularizó al pirata y el bajarse la serie con subtítulos como modo de consumo, lo cual deriva en no tener que esperar al encuentro semanal con la serie favorita y no postergar la crítica hasta el estreno local.
Fringe sigue los pasos de su antecesora, generando un aluvión mundial de descargas alentadas incluso desde el sitio del diario El País, lo cual reformula la anterior clandestinidad y anonimato de la práctica. Fluyen los comentarios en todo el mundo, de fans que le levantaron el pulgar en fallo unánime, y llegó también el veredicto de la crítica de The New York Times: “Su piloto es sensacional: una fascinante mezcla de horror, ciencia ficción y conspiraciones... Fringe nos lleva a un territorio familiar, es como The X Files, pero con una variación en la pareja protagónica y con un guiño a las paranoias de otro hit del señor Abrams como Alias”, escribió Alessandra Stanley.
“El secreto –declaró Abrams a The Village Voice, ya consciente de los laureles obtenidos– es trabajar en shows que realmente coincidan con tus intereses. Pero no me siento un icono de la ciencia ficción. Hacer Star Trek realmente era hacer ciencia ficción, pero con Lost no estábamos abiertos a la ciencia ficción desde el principio. No me importa tanto el género como las historias que cuento.... Siempre hay un misterio porque está en la naturaleza humana. Vos querés saber qué hay ahí. Es como una misteriosa y mágica caja que también está en Fringe y que te hace decir: ¡Qué carajo! Me encanta eso...”
El talento de Abrams, esencialmente televisivo en ese plano, consiste en reciclarse con cierto descaro y, sin embargo, no agotar recursos ni volverlos meros refritos. En Fringe hay poco de nuevo, más como confirmación de la eficacia de algunas estrategias narrativas que como autoplagio. Un cóctel en base a los mismos ingredientes que gestaron los éxitos de Alias, Lost y Los expedientes secretos X no podría generar un producto menor, aunque sí uno discreto en su voluntad de innovar. De Alias toma ese vuelco repentino de la trama que introduce un doble agente o un espía en el rostro que se suponía de un aliado (aquí el amante y compañero en el FBI de la protagonista). Se hace enroque de galán y villano. Esa estructura rota en cada capítulo, el aporte más memorable de Alias se contrapuso a cierta intención de abaratar costos: el relato en gira por el mundo era ilustrado con imágenes de interiores, lo cual generaba continua decepción en espectadores siempre mejor predispuestos a los escenarios naturales.
Consciente del defecto de Alias, que asemejaba las rondas de la protagonista a cargo de Jennifer Connelly a las del Superagente 86 (como el famoso capítulo en que venía a Buenos Aires a comer churrasco y sólo se veía el fondito de una celda), Abrams sigue el ejemplo de Bourne o de 24 en Fringe, y ahí sí Bagdad es Bagdad, al menos en este episodio de presentación, de 80 minutos, en el que la agente del FBI Olivia Dunham (Anna Torv) tiene que investigar la misteriosa muerte masiva de pasajeros y tripulantes a bordo de un avión que iba de Hamburgo a Houston. Abrams no trabaja para ser original. Reinar en los géneros masivos le exige volver sobre lo ya visto y darle pequeñas vueltas de tuerca que no hacen sino aplicar rituales y estéticas contemporáneas a temas clásicos. Cuando contó la invasión de un Godzilla a Nueva York en Cloverfield, lo que hizo no fue buscar una clave paródica como en The host ni quemarse pensando un singular monstruo que lo distanciara de las bestias canónicas (Godzilla y King Kong), sino adaptarse a la lógica de la toma captada desde el celular, lo más a mano, lo más visible, lo que hace todo el mundo, que incluso ya se había ejecutado sin tamaña difusión en The Blair Witch Project. Eso es Abrams: su genialidad es la del agudo cool hunter que envidiarían las agencias de publicidad y de marketing; su técnica es olfatear por dónde va un imaginario social, y sus prácticas adosadas, sin subestimar nunca a la coyuntura como gran proveedor.
Lo que J. J. Abrams copia es lo eficazmente probado, como The X Files, que aquí por momentos es una huella omnipresente que hace de Fringe un producto parasitario, un comentario –quizá– sobre la trama de Mulder y Scully que explicita el parentesco desde los títulos, cuando se lee lo que será el anclaje de la serie, el trabajo de la agente especial del FBI en temas tales como TELEQUINESIS, TELEPATIA y PSEUDO CIENCIA (así, en mayúscula), y cuando se sabe que lo mejor que le pudo haber pasado al pasaje exterminado de ese vuelo transatlántico es haber sido víctima de un atentado terrorista... pero fue peor que eso.
Se corta con The X Files y con Alias en la ubicación del núcleo de la conspiración: si en aquéllas alguien experimentaba y negociaba para mal de la humanidad siempre desde el poder político en funciones, Lost y Fringe son comentaristas más agudos del presente poniendo bajo la lupa a las corporaciones, demonios palpables, desde el oscuro entretejido de la manipulación de humanos a cargo de DHARMA INITIATIVE hasta la flamante introducción de Massive Dynamics, extraña empresa cuyo experimento más inocuo, nacido al calor de los millones de dólares de dudoso origen, podría ser el que ya se vio en el episodio piloto doble: el derretimiento de la piel humana como un arma química inapelable.
Si hay algo original en Fringe es esa exhibición del cuerpo deteriorado, de los cadáveres en el vuelo que venía de Hamburgo pero también del agente especial y amante de la protagonista, John Scott (Mark Valley), afectado por el mismo mal y motivo central de la misión vertiginosa (casi al ritmo de las carreras imposibles de Jack Bauer en 24) de la agente Dunham, que irá en busca de una cura a cargo del científico loco Walter Bishop (John Noble) y de su hijo Peter Bishop, el anodino Joshua Jackson: igual cara de nada que su personaje de Dawson’s Creek, pero con el cartel francés y su foto ilustrando las promociones gráficas que merecería la rubia de Anna Torv. El crítico Hernán Casciari la definió en su blog Espoiler como “una hermosa mujer”.
Con cierto morbo característico de los géneros de la clase B, en Fringe abundan los desfigurados, y hasta vuelven en sí después de trucos imitados de las performances de Houdini –gracias a la labor del científico loco– haciendo de la serie una versión menos solemne, en envase pequeño y más a mano, quizá lo único que podía salir de la mente de un hombre sacudido como Abrams después de la isla de Lost.
¡Es el avión, estúpido! Abrams es un obsesivo de los terrores a bordo y en el aire que llevan a pensar en los pobres ilusos que lo llenaron de serpientes para conseguir sólo una comedia (Snakes on a plain) como aprendices que necesitarían en forma urgente una clínica de obra con J. J. Ni las ficciones hiperrealistas sobre los atentados del 9/11 –como Vuelo 93, docurreality menor digno de un lugar en la programación del cable– tienen algo que ver con lo que pasa en tramos como el de Hamburgo-Houston (Fringe) o en el de Oceanic que une Sydney con Los Angeles en Lost, quizá porque están narrados desde la elipsis: corte, y de pronto se ven las secuelas del desastre, y el avión pasa a formar parte del Misterio: “de dónde venimos”, “quién maneja nuestros hilos”, “qué pasó en un avión”, como soportes de cualquier suceso inexplicable.
Lo que haya pasado en esos aviones merecería una precuela de Lost y otra de Fringe, pero como no existen tales episodios o temporadas entonces sólo queda empezar a completar sentido a través de la multitud de blogs y foros que se convierten en instancias tan esenciales como la serie misma (series expandidas, enredadas, nacidas para multiplicar el sentido y la ganancia en videojuegos, videos parásitos, enciclopedias temáticas como Lostpedia o la inminente Fringepedia, que premian el aporte de información y castigan la libre interpretación).
El avión de Lost, sin embargo, todavía era pre 9/11, ligado menos a la intervención del humano a bordo que a la catástrofe natural (aun siendo ésta inducida por humanos), y el de Fringe viene un paso más acá tanto en la invasión del infiltrado a la cabina como en la exhibición de los cuerpos despellejados en primer plano, que no se vieron en la cobertura ascéptica (el engaño) que Fox News y la CNN ofrecieron en su momento a metros de las Torres Gemelas: la ficción, entonces, como una forma de compensación.
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