TELEVISION › LOS EXITOSOS PELLS, PRACTICA Y TEORIA DE LOS MEDIOS
¿Cómo fue que un sutil entramado de dobles vidas se convirtió en el programa más visto de la TV, ganándole incluso al tanque de Marcelo Tinelli? Aquí, algunas claves de tema y estructura que convierten la tira de Telefé en un hito.
› Por Julián Gorodischer
Cansada o vaciada de ídolos, la televisión se obsesionó con cómo se construye uno. Quizá la fijación de la ficción (Los exitosos Pells, Todos contra Juan, Amanda O) sea el intento desesperado de explicar la falta: lo más parecido a un ídolo, Nati “la monita” Oreiro, se desluce en una tira barata pensada para ver por celulares (Amanda O). Su personificación de una estrella de telenovela con éxito en Rusia quizá sea una forma de la añoranza. Más cáustico, Todos contra Juan se sube a la propia biografía de Gastón Pauls (nacido como celebridad en una comedia juvenil de los años ’90, Montaña Rusa) para seguir buceando en la misma fuente, indudablemente la moda de la temporada.
Entre las comedias de la fama, sin duda, se destaca (por ascenso rutilante de sus figuras, acceso a la tapa de Gente de esta semana, primer puesto absoluto en el rating) Los exitosos Pells. Se anticipa como un “hito”: una trama sutil y sofisticada sobre la simulación le gana a veces en las mediciones a Tinelli, desbancando del podio al eterno certamen de duelos entre jurados y vedettes. Eso pasó.
Mike Amigorena es Gonzalo, un actor independiente al que le proponen ser doble de un presentador de noticieros muy popular, que cayó en coma, mezcla de accidente y agresión recibida de parte del capo del canal; lo reemplaza en un fraude pensado para mantener el negocio del ídolo. Por tratarse de una personalidad mediática, también se hace cargo de la vida personal del astro, Martín Pells (doble vida compuesta de una pareja gay, Diego Ramos, y una esposa para las cámaras, Carla Peterson). Mike Amigorena navega con versatilidad entre una personalidad real y una fingida sin ser grotesco; se desliza entre dos aguas igualmente profundas, siempre por debajo de la superficie oleosa en la que permanecen los habitantes de la factoría Pol–ka. Nunca está exaltado, ni se lo percibe artificial. Es temperamental para representar a Gonzalo, el actor pobre; y la voz se le hace chiquita y seseosa para hacer de Pells.
Mérito de los guionistas es lograr que esa doble vida se inserte en un complejo mapa de dobles vidas generalizadas con una coherencia que homologa algún aspecto de todas las historias, como si las rigiera un eje común para una ficción que valora la solidez de las estructuras.
Desde el productor descartable al jefe máximo de Mega News, todos ocultan amantes, negocios, orientaciones sexuales, intereses mezquinos. Como en las geniales comedias del inglés Ricky Gervais (Extras, The office), un mundo profesional se expresa en su miserabilismo, a través de las pequeñas desgracias de sus miembros. Aquí es la patética superioridad con la que el amo aplasta a sus siervos, la soledad en la que sumió a toda esa gente la dinámica fabril de su “trabajo creativo”, tener que aceptar el privilegio de unos pocos, la concentración del dinero, las vanidades irracionales que se despliegan por sólo aparecer delante de cámara... No hay mundos mitificados, igual que pasa en las comedias de Ricky Gervais. La falla evidente de los gags físicos y la máscara inamovible que molesta en los personajes gays no alcanzan para opacar la composición de Hugo Arana como el capo.
“Cómo están creando este monstruo, cómo están haciendo estos números”, se pregunta la directiva de la empresa rival, Mirtha Busnelli, en un capítulo reciente. “Están metiendo la telenovela en el noticiero”, se contesta en voz alta. Como dos capas que conviven pero no se rozan, Los... Pells combinan la comedia fresca de masas con preguntas críticas que se supone interesan sólo a una minoría: cómo funcionan los medios, qué operaciones generan un éxito comercial, cómo incide un guión sobre las noticias.... Pasa como en las mejores películas de Judd Apatow: hay un nivel en el que las cosas se rigen por el código remanido y convencional de la comedia romántica (en el caso de Apatow) o la ficción de castas profesionales (en Los exitosos Pells) y un segundo nivel donde de lo único que se trata es de cuestionar esos mundos, descomponer sus elementos un paso antes de la parodia, dinamitando al género progresivamente desde adentro.
En verdad en Los exitosos Pells habría que hablar de varios géneros. Cada vez más, con el correr de los días, se va haciendo más corrosivo y contextual para criticar el vuelco al cholulismo de los noticieros, la mentira universal que rige el concepto de ídolo, la ficción colectiva de poder y felicidad que instituimos todos los días como “rating” o “encendido”. Lo paradojal (lo maravilloso) es que luego el ente oficial de la farándula, la revista Gente, los lleve esta semana a su portada decretando el nacimiento (de Mike Amigorena y Carla Peterson) de la celebridad off Corrientes. Los dos salieron y vuelven cada tanto a las filas de los teatros de Palermo y el Abasto; no los formó el culebrón, vienen de representar a Beckett y a Shakespeare en tablas oficiales y privadas. El, actualmente, compone a una travesti-estrella de rock muy carismática en las presentaciones del grupo Ambulancia (los viernes en el Velma Café).
En la tele triunfan cuestionando moldes que, de tan frecuentes, ya naturalizamos: la insidiosa repetición con que nos castigan los androides de la venta directa, la subestimación hiriente que subyace al tono de maestra de primero que emplea una presentadora de noticias. El “falso aire” del noticiero de los Pells exagera la monocromía del presentador alienado e insiste sobre la invasión de la vida privada de estrellas que nos hace pedir “basta”. Si hay una teoría detrás es siempre en línea con el apocalíptico de Umberto Eco (el medio masivo como generador de parálisis y sometimiento) que cada vez concita más adeptos en la era Bailando por un sueño.
Ni en el fracaso de Primicias de Pol–ka, tampoco en la tira de Oreiro, Amanda O, se había pensado la fama como organización estamentaria de tipo fabril. Quizá sí en el lejano Mesa de noticias de Juan Carlos Mesa, pero la candidez de sus villanos y heroínas llevaba todo hacia el terreno del cuento infantil. Pocas veces la ficción local le corrió el velo de ese modo a una hoguera de vanidades. Aunque el proceso es complejo y bidireccional. Por estos días los especímenes ambiguos se convierten en “Los exitosos Carla y Mike”, posando en la tapa con la boca fruncida (ella) y un habano (él). “Aprendimos a tomarnos la vida con humor”, dicen como si fueran sus criaturas ficcionales.
Con su presencia, los actores logran componer aguafuertes de un trazo tan realista que compensan el devenir delirante de la trama. Hay mucha oficina vista en las mentes detrás de este programa. Se huele el aire a biografía colectiva de asalariados sufrientes. Están el amo doble de Hugo Arana, la secretaria que manda (Andrea Bonelli), el energúmeno del ataque permanente, el pito parado (Federico Amador), el bufón de circo (Diego Reinhold), y le encuentran el tono a una oficina realista. Todos actúan separando a la mitología de su carga, como si saldaran una cuenta pendiente: el canal como una burocrática oficina pública sin ningún glamour.
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