Miércoles, 24 de diciembre de 2008 | Hoy
TELEVISION › EL BALANCE DE LA PANTALLA CHICA 2008
Fue una temporada signada por hechos tan disímiles como la muerte de Jorge Guinzburg, la aparición de nuevos lenguajes de ficción, la aplicación de la lógica del chimento en áreas inesperadas y la inescrupulosidad de Showmatch en pos del puntito.
Por Emanuel Respighi
La temporada televisiva que está por terminar quedará marcada en la retina de los televidentes como el año en que la pantalla chica decidió romper definitivamente con el acuerdo tácito que durante décadas signó al medio: ese que como un dogma señalaba que lo que ocurre detrás de cámaras no es publicable y, mucho menos, analizable. En la que puede considerarse como la última etapa de un proceso que se inició hace años (y con objetivos diferentes) desde los ciclos periodísticos, la ficción de 2008 se animó a correrle el velo al otrora mágico mundo del espectáculo y objetar –desde la parodia, la sátira o la ironía– su funcionamiento, en propuestas tan disímiles como Los exitosos Pell$, Todos contra Juan y Amanda O. Desde el género en esencia del medio, la TV ya no sólo se sigue mirando el ombligo: también (se) lo cuestiona sin tapujos ni medias tintas. Fue el año en que la TV se desacralizó a sí misma.
Se torna imposible abrir este balance de la TV de 2008 sin mencionar el vacío que dejó en la pantalla chica la muerte de Jorge Guinzburg, el 12 de marzo. Periodista, conductor, productor y guionista, el fallecimiento de Guinzburg tras haber hecho una excelente temporada en el verano de La Biblia y el calefón y a punto de comenzar un nuevo año en Mañanas informales fue, probablemente, el hecho más significativo del año que se va. La noticia rebelde, Peor es nada, Tres tristes tigres fueron algunas de las innumerables creaciones televisivas que el petiso dejó en sus más de tres décadas de trayectoria en el medio, como resultado de su inteligencia y humor. Aún se lo extraña.
La resignificación de sentido, desde la ficción, del proceso autorreferencial que la TV inició hace un tiempo fue uno de los aspectos más destacados de 2008. Centrándose en un actor que alcanzó la fama televisiva cuando adolescente y que tiempo después intenta recuperar su visibilidad a cualquier precio, Todos contra Juan, el unitario de América de Gastón Pauls, se animó a abordar críticamente diversos tips del medio (los fans, el ego, las estrellas, la imagen, la hipocresía, la necesidad de cámaras) desde la ironía y una deliberada exageración. Una historia de autor tan divertida como transgresora –fueron muchos los actores que se animaron a hacer de sí mismos– para la media televisiva. De igual forma, en Los exitosos Pell$ Sebastián Ortega y Pablo Culell idearon un mundo irreal, con un guión que apela al trazo grueso y con personajes tan perfectamente estereotipados que, insertos en un canal de TV, construyen un programa extrañamente naïf y descaradamente crítico.
En la misma línea, Amanda O es otra de las ficciones metadiscursivas, en este caso parodiando la vida de una estrella vanidosa, reconocida en todo el mundo gracias a sus telenovelas, que desprecia a todos y que nunca deja de creerse el centro del universo. Más allá del juego entre la realidad de su protagonista (Natalia Oreiro) y la ficción, el producto cuenta además con una narrativa frenética y una imagen desprolija que encaja a la perfección con la concepción multimedia (fue pensada para la web y los capítulos televisivos no tienen más de 15 minutos) de su génesis.
Con Amanda O y los dos ciclos de Dirigime a la cabeza, la convergencia entre la TV y la web dio en 2008 sus primeros pasos a través de la pantalla de América, con productos –habrá que empezar a acostumbrarse a usar esta palabra para referirse a cualquier creación audiovisual de ahora en más– de resultado ecléctico y en clara fase experimental. Sin embargo, Dirigime y Amanda O ya delinearon algunas características de la TV de un futuro no muy lejano: emisiones de corta duración, participación activa de los televidentes en la trama, prioridad a historias originales por sobre la calidad visual, contenidos rupturistas y específicos.
En un año en que la ficción estuvo signada por la comedia, fueron escasas las propuestas dramáticas. Incluso el unitario, un género tradicionalmente reservado al drama, este año fue copado por la comedia (desde Aquí no hay quien viva hasta Socias, pasando por Todos contra Juan). Manteniendo la ficción en su pantalla, Canal 7 tuvo dignas propuestas con Tinta argentina y Variaciones. Pero en el drama sin dudas sobresalió Vidas robadas, la tira diaria con la que Telefé Contenidos volvió a reforzar su línea comprometida. En este caso, una trama de amor enmarcada en la trata y el tráfico de personas sirvió para demostrar que, si la TV ofrece otro tipo de contenidos, los televidentes responden con fidelidad y devoción. Si bien se trató de un programa que se estrenó en 2007, no puede pasar inadvertido el Emmy Internacional como mejor miniserie que recibió este año Televisión por la identidad, el primero para el país y Latinoamérica.
Pero de la misma forma que la ficción cerró el círculo autorreferencial, 2008 fue el año en que la influencia de Intrusos en el espectáculo y el periodismo chimentero se extendió a toda la TV. Alimentado por el inescrupuloso Showmatch, el programa más visto de la TV argentina porque –hay que decirlo– Marcelo Tinelli es capaz de hacer cualquier cosa por un punto de rating, las peleas mediáticas y los escándalos marcaron el ritmo de una pantalla chica que se ofreció sin resistencia a erigirse como caja de reverberancia y promoción de Bailando... y Patinando por un sueño. Este año, a Showmatch se le notaron demasiado los hilos, y no dudó en hacer todo lo posible para que el programa fuera fructífero en escándalos que garantizaran su omnipresencia: desde convocar al artista ciego Serafín Subirí y reírse del exceso de peso de Daniel “la Tota” Santillán, hasta armar un partido de fútbol entre enanos con el fin de divertirse con sus caídas y golpes.
Seguir pensando en Showmatch como un “gran show” artístico –como lo proclama su creador y conductor– ya ni siquiera es una humorada: más bien forma parte del “discurso ingenuo” que Tinelli sostiene en público para engañar a la audiencia. Showmatch es, en la actualidad, una aceitada y compleja maquinaria productora de escándalos y de mentiras. Al estudiado casting formado por vedettes y actores de medio pelo, la inclusión a mitad de campeonato de nominaciones entre las figuras es una señal clara de lo que prioriza el programa para entretener. La emisión y promoción del fuerte golpe que se dio Karina Jelinek como si fuera en directo (con la placa de “vivo” en pantalla), 48 horas después de ocurrido y con la posibilidad de no ponerlo al aire, es una prueba irrefutable de la perversión de un programa que se piensa, produce y se realiza con la mente puesta en el rating, sin medir ninguna consecuencia.
En este panorama, el aparato televisivo se contaminó –por alianzas previas u oportunismo comercial– de la lógica chimenteril. Nunca hubo tanta información de espectáculos en los noticieros como en 2008; las tramas de ficción pocas veces se interiorizaron tanto por el detrás de escena de la TV, y los ciclos periodísticos, chimenteros o magazines se limitaron a reproducir, analizar y/o inventar escándalos. Incluso, Infama, el ciclo de América, legalizó la intromisión de la intimidad de los famosos con cámaras ocultas mientras éstos cenan en restaurantes, se compran ropa o pasean por la calle.
La tinellización de la televisión fue tal que, incluso, ciclos críticos como Mañanas informales y TVR se convirtieron en difusores permanentes de Showmatch. El noticiero de archivo producido por PPT y conducido por Sebastián Wainraich y Gabriel Schultz terminó sufriendo esa línea editorial que obligó a que el programa comenzara cada una de sus emisiones con un extenso informe de 20 minutos de los pormenores de bailarines, patinadores y soñadores. El público le terminó dando la espalda: a mediados de año, Zapping, el programa de Eyeworks Cuatro Cabezas, terminó imponiéndose en las planillas en la competencia que cada sábado enfrenta a ambos programas de archivo, a fuerza de producir informes extensos, pero con tono humorístico.
Si hace casi tres años Peter Capusotto y sus videos había aterrizado en la pantalla chica como una propuesta chiquita, innovadora y pensada para un pequeño grupo de melómanos y quemados en general, esta temporada el programa de Pedro Saborido y Diego Capusotto terminó de meterse en el bolsillo a la industria y al resto de los televidentes que observaban el fenómeno de reojo. Si Todo por dos pesos fue marcadamente un programa generacional, gracias a YouTube y a la creación de nuevos y elaborados personajes Peter... se transformó en una propuesta que, pese a la ironía y la sátira, alcanzó una madurez creativa apta para todo público. Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero, es probablemente una de los más logrados y graciosos personajes que haya dado la TV en el último tiempo.
Entre las muchas cosas que pasaron en la TV en 2008, se destaca la despedida de Mario Pergolini de CQC y posiblemente de la TV, la cuota de calidad y humanidad que Juan José Campanella volvió a colar con Había una vez un club, y los primeros trazos de cierta búsqueda de nuevos lenguajes y formatos que desde la ficción algunos intentaron plasmar. Un cuadro de situación no del todo positivo para una TV que sigue atrapada entre la excelente calidad de producción y realización, y cierta desidia o desinterés por ofrecer contenidos originales, capaces de demostrar por qué el mundo mira con buenos ojos y con mayor atención la creatividad televisiva argentina.
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