TELEVISION › DURO DE ALMORZAR Y UN MUNDO PERFECTO
Roberto Pettinato volvió a la TV con un show cómico nocturno el mismo día en que se produjo el regreso de sus ex panelistas, ahora conducidos por Fabio Alberti: un doble debut para el humor corrosivo y la incorrección política.
› Por Emanuel Respighi
Aunque no competían de manera directa, ambos programas fueron vistos de reojo por propios y extraños. El debut en el mismo día de Duro de almorzar (a las 12, por Canal 13) y Un mundo perfecto (a las 23.30, por América) se convirtió en una atracción televisiva ineludible del lunes: de un lado, la nueva versión –al mediodía– del ciclo periodístico humorístico de PPT, ya sin Roberto Pettinato y con el arribo de Fabio Alberti como conductor; del otro, el ex conductor de Duro de domar estrenando canal y un programa hecho a su medida, un late night show. Era el comienzo de la era post PPT para Pettinato y del post Pettinato para el ahora rebautizado Duro de almorzar. ¿El resultado? Dos programas que bajo la fórmula de un humor corrosivo, políticamente incorrecto, se diferenciaron en su primera emisión en los medios que utilizaron para llevar al mismo objetivo: hacer reír –y también reflexionar– a los que están del otro lado de la pantalla. Con un denominador común: la certeza de que ambos ciclos padecieron la necesidad de salir a escena antes de tiempo.
Tanto Duro de almorzar –rebautizado de esa manera por pasar a emitirse en el extraño horario del mediodía– como Un mundo perfecto se asoman a la realidad –mediatizada– para analizarla con un sentido tan crítico como sarcástico. Riéndose de todo lo que sucede en el plano político, artístico y social, el humor de los ciclos descansa justamente en la descomposición del discurso y el acontecer mediático que se instaló en los medios desde hace años como pura verdad. Las coincidencias sobran: los dos programas se valen de conductores que se alejan del estereotipo tradicional, apelan al archivo (especialmente Duro...) como material de análisis, sus reflexiones poseen un tono entre burlón e irónico, y en cada programa los invitados famosos se someten a reportajes que no corren urgencia alguna.
Sin embargo, las diferencias que distancian un ciclo del otro no fueron menores. En su debut absoluto como conductor, Alberti sufrió las consecuencias de todo novato: visiblemente nervioso, en ningún momento del primer envío el ex Cha Cha cha y Todo por dos pesos supo conducir el ciclo. Más bien fueron los panelistas históricos los que manejaron el primer día, rellenando los baches que surgían con comentarios (más chistosos que interesantes). Abrumado ante el ritmo y la complejidad de dirigir tantos panelistas, Alberti se limitó a seguir las participaciones con atención y a hacer algún que otro chiste tímidamente. Sin dudas, su mayor y mejor aporte al ciclo es cuando despliega sus dotes actorales, hasta ahora limitados a pequeñas pastillas parodiando publicidades de famosas (se vio un consejo publicitario a cargo de Florencia de la C).
Si en la vieja versión del ciclo Pettinato hacía gala de su espontaneidad y oratoria, imprimiéndole su propio sello al punto de ser una pieza central de atracción, en el remozado Duro... parecería que el papel de conductor apenas se limitará al de presentador de informes. Tal vez, con el tiempo, lo que el ciclo pierde en ductilidad en el piso lo gane en humor, con sketches y personajes ideados por Alberti.
En la vereda de enfrente, en Un mundo... Pettinato profundizó su perfil de showman solista. Sin panelistas ni largos informes, apenas con una locutora en off que lo secunda, en el programa producido por GP Media el ex saxofonista de Sumo se adjudica definitivamente el monopolio del humor. Contenido en la estructura del late night show estadounidense, una sola emisión bastó para que hasta el espectador más disperso se diera cuenta de que se trata del formato que mejor le sienta, potenciando sus dotes de stand up comedian. Porque más allá de que sus chistes pueden ser más o menos ingeniosos, más o menos rebuscados, hay algo insoslayable en la figura de Pettinato: la habilidad discursiva para llevar adelante con ritmo y gracia el monólogo. Sin alcanzar la oratoria ni la profundidad analítica del gran Tato Bores –al que emuló en el programa presentación con bastante grado de certeza–, el hombre de los mil peinados es uno de los pocos artistas que puede animársele al género y salir airoso. No es poco teniendo en cuenta que descansa exclusivamente en la habilidad e histrionismo de su conductor. Y Petti lo hace bien. Muy bien.
En el primer envío no tuvo pruritos en ironizar sobre Marcelo Tinelli (con una maqueta mostró las “normas de seguridad” que posee la casa del conductor televisivo), Canal 13, la libertad de expresión (“acá hay libertad e independencia”, dijo, mientras mostraba un tatuaje grabado en su cuello como el que lleva Francisco de Narváez, uno de los dueños de América), la inseguridad (“como soy famoso tengo que decir algo sobre la inseguridad”) y políticos como Cristina Kirchner, Fidel Castro y Barack Obama. Luego recibió a Sofía Gala para hacer la típica entrevista descontracturada que rige al género, en la que el programa mostró abruptos e inaceptables –para el estándar de calidad televisiva de hoy– saltos de edición. Acompañado de una banda en vivo (encabezada por Botafogo, pese a que se había anunciado a Javier Malosetti), incluso Pettinato se dio el gusto de cantar y bailar hacia el final del primer envío.
En el juego de las coincidencias, no llamó la atención que ambos humoristas apelaran a viejas fórmulas exitosas para sortear el debut. De entrada, Alberti salió a cámara con el aplauso invertido que impuso en Todo por dos pesos y lo cerró con el momento de reflexión ¿Qué nos pasa a los argentinos? que tanto rédito le dio en el ciclo que encabezó junto a Diego Capusotto. Por su parte, Pettinato recicló el Top five, anunció el Gato de Verdaguer y presentó un segmento de viejas películas con subtitulado apócrifo. Mientras Duro... es un programa aceitado que debe redefinir su dinámica interna, Un mundo... es el típico ciclo nuevo que, por falta de horas de trabajo, demuestra que no basta con un showman para hacer un sólido programa. En cuanto a lo micro, Un mundo... parece tener un conductor que disfruta su rol, despliega todo su histrionismo y se siente en su salsa. En contraposición, Duro... padece a un Alberti que parecería no estar preparado ni cómodo para asumir el papel que le tocó en suerte. De todas formas, el show acaba de comenzar.
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