TELEVISION › INéS ESTéVEZ VUELVE A LA PANTALLA CON VERSIóN ORIGINAL
Tras haberse retirado, hace tres años, de la actuación, la directora y flamante conductora regresa a la exposición pública con un ciclo de películas por fuera del circuito comercial. “Casi me arrepiento de haber aceptado”, admite.
› Por Emanuel Respighi
Cuando hace tres años Inés Estévez hacía pública la decisión de retirarse de la actuación de manera definitiva, pocos creyeron que la iba a sostener en el tiempo. Fueron muchos menos, además, los que comprendieron las razones de esa abrupta decisión, como si su anuncio público le otorgara vía libre al resto de los mortales para juzgar una determinación meditada en el plano íntimo. La tiranía del público, entonces, pareció imponerse: ella no podía, en pleno éxito, alejarse de la actuación así porque sí. El público no aceptó su retiro porque, en su lógica, no es potestad de los actores decir ¡basta! ¿Quién puede, en términos racionales, renunciar al éxito? ¿Cómo puede una actriz no ser feliz teniendo el reconocimiento del público y la crítica? La respuesta es tan simple como contundente: “La exposición es algo que sufro”. Tres años después, Estévez está de vuelta en la pantalla, presentando en Canal 7 todos los jueves, a las 22, Versión original, el ciclo que pone al aire películas de los más diversos territorios, por fuera del circuito comercial.
Sin demasiadas estridencias, con el bajo perfil que la caracteriza, el regreso a la TV de la protagonista de unitarios como Vulnerables o Criminal casi pasó inadvertido para el gran público (ver recuadro). Pero no para ella. Reinsertarse al proceso de producción televisiva, aun en la TV pública y mediando sólo como presentadora de películas vedadas para el gran público, no le significó una tarea fácil. Se reencontró con un mundo que cada vez siente más distante. Un universo que no la hace feliz, en un momento de su vida en el que decidió priorizar deseos y necesidades personales por sobre los profesionales. O sea: eligió escaparse de lo que otros querían de ella para construir un camino no apto para postergar los llamados de su mundo interior.
“No lo tomé como un regreso a ninguna parte: todo se presentaba muy nuevo para mí”, aclara Estévez acerca del retorno a la pantalla chica, en la entrevista con Página/12. “Esto tomémoslo con humor, pero puedo confesar que constaté –después de haber amado tanto hacer cine– cuánto odio la cámara enfocándome, qué alerta me pone, cuán vejatoriamente observada me siento. Es como un novio al que quise mucho pero que terminó sofocándome. Actuar es bellísimo, es expresarse creativamente, pero creo que justamente, el ritmo televisivo de la ficción, su acoso, su sistema y su ausencia de códigos éticos me alertaron acerca de los verdaderos objetivos de mi vida”, subraya.
–¿Pero puede ser Versión original el primer paso para consolidar una carrera como conductora, ante el anunciado alejamiento de la actuación? ¿O una decisión no tiene nada que ver con la otra?
–No, no, en absoluto. La exposición es algo que sufro. Y, honestamente, cuando grabé las primeras entregas casi me arrepiento de haber aceptado. Por un momento pensé que, en definitiva, terminaba teniendo las mismas presiones que haciendo ficción (memorizar la letra, estar impecable de mente, cuerpo y alma, no equivocarme, hacer prensa y fotos, haber dormido bien, correr para cumplir el plan del día, mantener el humor hasta el fin), sólo que sin el placer expresivo de actuar. Me lamenté un rato interiormente. Luego perdí los nervios y, mejor, mi apreciación del caso. Pero no me interesa en absoluto conducir. Sí me interesa comunicar. Sobre todo si tengo la posibilidad de trascender ciertas estructuras y plantear nuevas maneras de ver las cosas. Hay una idea de conducir un programa sobre teatro, pero sería casi un trabajo de investigación y difusión.
–¿Sigue pensando aquella decisión como definitiva, tanto en TV, teatro o el cine? ¿En este tiempo no le picó el bichito por la actuación?
–Cada día que pasa me felicito por esa decisión largamente acariciada. No tengo estructura para la exposición, no disfruto hablar de mí, no soy muy sociable y en absoluto mundana, detesto posar para fotos, el placer lúdico de actuar se vio aplastado por presiones banales, no sentía que fuera a seguir creciendo mucho más en la materia, había alcanzado ciertos objetivos interpretativos, no recibía ningún guión que los superara (¡y recibía muchos guiones!) y estaba perdiéndome de hacer otras cosas que me había propuesto. En suma, no era feliz. Ahora dirigí mi primera obra, estoy escribiendo, y, lo más importante, estoy transmitiendo todo lo que utilicé en mi desempeño profesional en unos seminarios de actuación que –una vez más– rompen con todo aquello con lo que nunca estuve de acuerdo.
–¿Qué era, exactamente, lo que no la hacía feliz de la actuación?
–Leer un guión, hablar con el director, esperar a que un representante se mida el miembro con un productor para ver quién posee la mayor longitud, cerrar un contrato no siempre justo, levantarte a las 5 am, maquillarte a las 6 am (que la maquilladora entienda que te conocés como nadie, que te ves en pantalla desde hace veinte años y que, de puro obsesiva, sabés más trucos de los que ella sabe), llorar frente a cámara a las 7 am, vestida de verano en julio, etcétera. Todo eso con un productor ejecutivo revoloteando, cuya orden es “todo con nada y todo ya”. Comenzó a distar de mis ideas de plenitud y realización.
–¿Era todo eso más fuerte que la necesidad de actuar? ¿Puede un actor de vocación retirarse de la actuación?
–La expresión es una necesidad. Vital. Sin ella nos desecamos. Hay muchas maneras de expresarse artísticamente. Estoy experimentando tres de las seis o siete que dejé postergadas de pequeña. Actuar fue una consecuencia, no fue nunca mi primera vocación, y si me hubiera entrenado en otras áreas la misma cantidad de tiempo que en la actuación, también me estarían preguntando por qué me retiré de la danza o de la composición musical. Obviamente, la respuesta es: para no quedarme con las ganas, para seguir creciendo, para expandirme y plasmar mis otras vocaciones, para ser feliz.
–¿Qué otras vocaciones artísticas, postergadas, piensa ahora explorar?
–Como en otras etapas decisivas de mi vida, tengo claro qué es lo que no quiero más. En cuanto a lo que me he propuesto de cara al futuro, es ilimitado. Sólo Dios y la vida lo conocen. Imponerse objetivos muy concisos siempre me resultó limitante, pues enfocándote sólo en lo que deseás muchas veces no ves oportunidades que el destino te presenta y que no tienen la apariencia de lo que imaginaste. De manera que veremos. Respecto de la dramaturgia, una amiga generosa y exitosa, Esther Feldman, me enseñó hace tiempo los secretos del guión y he desarrollado una miniserie que resulta bastante atractiva, de hecho Sudamericana quiere que se convierta en novela; y hay una persona de una importante productora televisiva que, sospecho, después de mi negativa a venderle los derechos, ha birlado parte de la idea. No sé qué pasaría con el teatro. Todos mis logros parten de la necesidad. No he sentido aún necesidad de escribir una obra de teatro. Tampoco me siento preparada todavía y tengo mucho respeto por el escalafón y por la gente que sí lo está.
Estévez cuenta que se animó a presentar Versión original, básicamente, porque la propuesta provino de Tristán Bauer (presidente del Sistema Nacional de Medios Públicos), “cuyo armado y programación del Canal Encuentro me había resultado tan atractiva e impecable. Sospechaba que había una búsqueda de calidad artística. Me resultaba coherente, entonces”, destaca. En el ciclo, la rubia presenta las películas con la pasión de quien gusta sentarse frente a la pantalla a disfrutar de una historia, pero sin los vicios formales de un crítico o conductor tradicional. “Es sentarse a ver cine, en este caso del bueno, cotejar las impresiones del guionista Diego Brodersen, excelente cinéfilo y mejor persona, con las mías propias, y finalmente crear un diálogo directo y coloquial con el público. Me propuse hablarles como a mis amigos, romper en cierta forma con el estereotipo del entendido en su pedestal. Creo fervientemente que la TV puede ser un instrumento benéfico y que todos deberían poder acceder a la sustancia, la consistencia, a través de un envase simple y asequible”, remarca.
–¿Hasta qué punto el hecho de tratarse de un ciclo de cine internacional –por fuera de Hollywood– la empujó a aceptar la propuesta?
–Me mostraron la lista de las cuarenta películas y resultaron títulos muy atractivos, variados y que, efectivamente, priorizan lo artístico. Eso definió bastante las cosas. En cuanto a mis gustos, una proyección puede hacerle a mi espíritu lo que sólo puede la música: modificar indeclinablemente mi estado. Y ese estado puede durar hasta setenta y dos holgadas horas.
–¿Es un cine de su consumo y gusto personal?
–De un tiempo a esta parte sólo veo películas que terminen bien o me dejen un gusto a salud en el cuerpo. La vida es demasiado dura como para pagar para someterse a una hora y media de sufrimientos. Ahora, por mi sentido de la responsabilidad, me impongo ver todas y cada una de las películas que voy a presentar, aunque ya las haya visto y aunque terminen mal. En caso de resultarme cruentas, elijo una hora temprana del día, en la que la actividad posterior y la luz me sacudan un poco los temblores. En cuanto al aporte al público, tal vez lo más importante sea la variedad y el acceso. Saber que en Rusia la vida es de tal o cual manera, que en China suceden tales cosas, que en Alemania o en Inglaterra ciertos aconteceres modificaron al resto del mundo. Ver seres humanos viviendo en otras latitudes y en otros tiempos, que también se enamoran, pasan hambre, hacen guerras, triunfan o padecen. El común denominador no suele recibir en su casa estas posibilidades de acceso mientras hace la polenta. Es una buena oportunidad para acercar excelencia sin hacer mucho ruido.
–Al transmitir películas que por lo general no forman parte del circuito comercial o los multicines, ¿cómo le explica al público con qué tipo de cine se va a topar en Versión original?
–Lo distintivo es que se ven las películas sin cortes comerciales, y eso es en sí mismo un atractivo, junto al hecho de escuchar al actor con su voz y hablando en su idioma. La señora que está planchando, la chica que está comentando por teléfono lo que llevo puesto, el jovenzuelo que toma cerveza tirado en la cama y el señor que lee buena literatura, acostumbran recibir series americanas, novelas venezolanas o costumbrismo argentino. La ficción es la ficción. Y teniendo un televisor en casa, es poca la gente que va al cine, y la que va elige puntualmente lo que verá según su gusto, las referencias que tenga o la siempre subjetiva y arbitraria crítica de un entendido en la materia. De modo que, una vez más, elijo transmitir lo que a un amigo: curiosidades, detalles, intimidades, momentos subyugantes. Lo importante es la historia que te van a contar y, además, que ese director haya sido censurado en su país o esa señora que habla al comienzo haya sido la auténtica secretaria de Hitler, constituyen accesorios destacables. El cine industrial americano destaca las millonadas que costó realizar esa tremenda porquería mal actuada. El buen cine destaca el contenido y las, en el mejor de los casos, pintorescas peripecias de sus realizadores para concretarlo.
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