TELEVISION › MARIANA BRISKI Y EL REGRESO DEL HUMOR DE LOS ’80
La actriz, formada en el Parakultural, luego en Cha cha cha y recién incorporada a RSM, pasa revista al revival de la comicidad de aquella época. “En la tele se es parte de un todo autónomo y yo soy demasiado controladora”, explica.
› Por Emanuel Respighi
Mariana Briski está en unos de esos momentos en los que uno siente que está renaciendo. Más allá de la exageración que encierra la metáfora, lo cierto es que se trata de una sensación o expresión que sirve para definir cierta recuperación. Un volver a vivir, personal y profesionalmente. Y en algo de eso anda la actriz, quien tras superar un cáncer de mama volvió a los medios con todo: se incorporó como humorista a RSM (lunes a viernes a las 21, por América), tiene una participación en Resumiendo (viernes a las 23, por Canal 7), es la entrenadora actoral del renovado Pakapaka (el bloque infantil que Canal Encuentro emite diariamente) y se sumó al staff de Day Tripper en la Rock & Pop (lunes a viernes a las 13). Por si fuera poco, continúa dando clases en Gargantúa de entrenamiento actoral con rutina de café concert y, lejos de querer poner el freno, adelanta que si por ella fuera no tiene problemas en sumarse a los festejos por los 20 años de Showmatch. “Marcelo (Tinelli) no me llamó, pero que sepa que estoy dispuesta a sentarme con un almohadoncito alrededor del escritorio como lo hice durante siete años”, se autopostula. Y suelta la carcajada. Al igual que el público cada vez que se topa con algunos de sus tantos personajes.
Depende de qué forma se la analice, poco o todo conserva Briski de aquellos años en los que comenzó a hacer reír a más de uno en la mítica y turbulenta usina creativa que surgió en la oscuridad del Parakultural. Lo que mantiene de aquella época es, sin dudas, su enorme capacidad para concebir todo tipo de personajes, pero no cualquiera: siempre se trata de criaturas identificables con las que uno se topa a diario caminando por la calle, sólo que deformadas o exageradas en sus características más sobresalientes. Un talento que, pese a llegar a la pantalla chica o la radio, continúa manifestándose bajo el ala de la libertad creativa. “El espacio de querer decir cosas, si no llega a mí, trato de generarlo, sea desde algún espectáculo, la dirección o las clases de teatro. Puede sonar muy narcisista, pero si bien me encanta que me llamen para trabajar, me da mucho placer encontrarme con mi deseo”, admite ante Página/12.
Lo que no guarda de aquellos años es la vida revoltosa y caótica de cuando formaba parte de Las Barbies. Hoy, cuando la TV adopta al under de los ochenta y lo presenta como “lo nuevo” a los ojos de los televidentes, la actriz se adapta al medio sin culpas ni reproches. Probablemente porque fueron los medios los que terminaron rindiéndose ante ese humor corrosivo y absurdo que años atrás sentía lejano. ¿Qué fue lo que pasó para que la Briski, al igual que Diego Capusotto, Alfredo Casero o Fabio Alberti, todos ex integrantes del genial y rupturista Cha cha cha, sea contratada por el establishment televisivo? ¿Quiénes cambiaron para que se llegue a este momento en que el under de hace dos décadas copó la TV? ¿El público, los programadores o los propios humoristas? “¡Alberti ahora se viste para conducir Duro de almorzar! ¡Yo llego una hora y media antes al canal! ¡Y no para entrar en calor sino para que me peinen y maquillen! Creo que por primera vez mi papá y mi marido me dijeron que me veía linda. Cambiamos el envoltorio pero no el contenido”, subraya.
“Este año se me fue un poco de las manos. Venía rechazando propuestas para hacer tiras diarias y de repente apreció RSM y el ‘no’ se transformó en ‘sí’. Aunque nunca había hecho una prueba para la tele, me animé a hacerla porque yo también quería saber cómo podía funcionar la relación en cámara con Mariana”, reconoce.
–¿Y cómo resultó?
–Fue una experiencia muy placentera, la pasé muy bien, aun cuando venimos de dos mundos totalmente diferentes.
–¿Y por qué pasó del rechazo a la TV a tener tres programas en simultáneo?
–El año pasado estaba abocada a la radio, a Pakapaka y al taller de comicidad, no quería seguir cargándome de trabajo. Mucho tiempo fuera de casa no me hace gracia. Las jornadas de grabación me privan de cierta libertad horaria que necesito. Cuando yo dejo de sonreír, es porque algo estoy haciendo mal o me está haciendo mal.
–¿Aprendió a disfrutar la TV sin sentir culpa, tal vez?
–No sé. No tengo una relación conflictiva con la TV, pero no soy una mina televisiva. Nunca tuve un protagónico ni perfil alto. En Videomatch siempre estuve más sentada debajo del escritorio que en pantalla, en Chiquititas era un papel secundario. Pero también porque esos lugares me daban más libertad.
–Ni tampoco el medio que mejor la representa.
–En la tele una forma parte de proyectos integrales. He hecho programas que a mí me encantaban, como Chabonas, y que no funcionaron ni en audiencia ni en publicidad. Lo mismo con Cha cha cha. En la tele uno es parte de un todo que funciona autónomamente y yo soy demasiado controladora. Tengo la cabeza chipeada de la autogestión.
–¿Y en RSM tiene libertad para hacer esos personajes propios del off?
–Sí, claro. Eso no negocio. Yo no sé por qué ahora Capusotto es reconocido por la gente y sus colegas y no antes. O por qué ahora me llaman a mí para que opine, o a Alberti para que conduzca un ciclo al mediodía. Es todo muy cíclico. Como los pantalones: ahora te ponés unos Oxford y sos cool. ¡Lo que me angustia es que cuando me los ponía yo me miraban raro!
–¿Pero a los personajes los crea de la misma manera que lo hacía en los ochenta o los idea pensando en la TV como medio masivo y popular?
–Tienen otro sello. Hay un personaje del sketch, de Los Zampu-tta, Norman, que es un flogger. Si bien el flogger no existía en los ochenta, Norman tiene mucho de Miguelito, que era un nene de country de padres separados que hacía en aquellos años. Desde lo interpretativo yo trato de que mis personajes no sean solamente graciosos, sino que tengan direcciones y anclaje en lo social. El humor es eso: mostrar una visión de la realidad a partir de la deformación.
–¿Y la inmadurez actoral se llevaba mal con la pantalla chica?
–Hacer humor en Videomatch no era lo mismo que hacerlo en un café concert. Había bajadas lógicas sobre lo que se hacía y lo que no. Ahora es diferente. Antes tenía 22 años y ahora 43. Antes lloraba todas las noches cuando llegaba a casa porque no sabía si lo que estaba haciendo me gustaba y ahora llego a mi casa en bicicleta. Lo bueno de los años es que uno ganó respeto y libertad. De todas maneras, yo interpreto el humor de una sola manera: cuando en Videomatch hacía las modelos también estaba hablando de ese mundo. La comicidad no es sólo un lenguaje que divierte. El cómico no es un animador, o un contador de chistes: es un actor que encarna un rol con un lenguaje que tiene que ver con la respuesta del público. Hacer humor es exponerse a la búsqueda de la respuesta, que es la risa, en el mejor de los casos. Cuando el otro se ríe es algo inolvidable. Para que un personaje llegue al otro, primero tiene que ser creíble para uno. Trato de que los personajes sean verdaderos, por más que estén dentro del lenguaje de humor.
–¿Y ese tipo de humor se aprende o surge naturalmente?
–El humor no es un lenguaje que se enseñe, no existe una metodología para ser cómico. Existen entrenamientos y una decisión de seguir ese lenguaje por identificación. No todo el mundo puede ser gracioso. El humor tiene que ver con la identificación. A mí el francés me encanta, pero no me cae bien. En cambio, el humor es un lenguaje que me sienta bien para poder contar cosas sobre la realidad. Hay actores que son cómicos casi por naturaleza, desde Guillermo Francella hasta Norman Briski, que hacen personajes que dicen cosas y son creíbles, con los cuales el público se identifica.
–¿Pero cree que el público capta lo que “dice” el personaje más allá de la humorada?
–No. La gente lo único que espera de un humorista o un personaje cómico es que lo haga reír. Pero yo laburo para mí también, no sólo para el público. Por eso trato de hacer que los personajes tengan texturas, capas de lectura para que quien quiera verlas las vea. Si hago una tarta de manzana, trato de que la manzana no tenga ningún tipo de insecticida, que la leche sea buena... Cuando hago un personaje trato de que llegue lo más saludable posible. Para mí la cocina interna, la composición, es importante. Hay gente que no descubrirá diferencia con otra tarta, pero podrida no te la voy a vender.
–¿Y no siente frustración cuando el ojo del público sólo ve la cáscara?
–Hay cosas que funcionan mucho más de las que yo hago y pasan por un lugar recreativo, pero no me frustra. Cada uno elige su camino. Yo no hago aquello que no siento. Pero tampoco soy de las que piensan que si el humor no se hace de tal manera, no es cómico. Yo me cago de risa con Francella, el Bicho Gómez y también con Les Luthiers. Creo que el humor que hago yo te puede gustar más o menos que otro, pero no te va a caer mal.
–¿Cree que la comicidad se desarrolló más rápido que la recepción de los televidentes?
–Lo que pasa es que la tele es de consumo rápido. No es como el teatro, donde la contemplación te permite pensar y analizar lo que ves y escuchás, en donde el espectador también forma parte de la obra a través de su recepción inmediata sobre lo que ocurre en el escenario. No es que el humor teatral sea diferente al televisivo: lo que cambia, en todo caso, son los medios y la recepción que cada uno propone.
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