Sáb 24.10.2009
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TELEVISION › CIEGA A CITAS ES UNA COMEDIA SIN EXCESOS NI PUNTOS MUERTOS

En busca de la media naranja

El programa que emite Canal 7 está basado en un blog homónimo. Tras escuchar una apuesta sobre su soltería que hace su madre, Lucía, la protagonista, se propone conseguir un novio para asistir al casamiento de su hermana.

› Por Emanuel Respighi

¿Qué es lo que sucede cuando se logra combinar en un mismo proyecto una historia interesante y divertida, un elenco seleccionado únicamente en función de las características de cada personaje, una dirección virtuosa pero puesta al servicio del desarrollo de la historia y el ritmo del relato y un nudo argumental concreto? La respuesta puede no ser necesariamente un “éxito” de audiencia, pero esa mixtura da como resultado una propuesta diferente, que da gusto seguir diariamente, como pocas veces ofreció la pantalla chica. Esas son las sensaciones con las que los televidentes se quedaron tras los primeros capítulos de Ciega a citas, la nueva ficción que el martes pasado estrenó Canal 7 (martes a viernes a las 23). El programa forma parte de una línea de renovación del género, motivado por productoras que apelan a la creatividad para paliar su falta de recursos. La ficción televisiva, siempre escasa y riesgosa, tiene con propuestas como Ciega a citas un futuro prometedor.

Producida por Rosstoc (Todos contra Juan) y Dori Media Contenidos (LaLola), Ciega a citas es la adaptación televisiva de una historia surgida de un blog de nombre homónimo, que durante siete meses y medio escribió en formato de “post en vivo” Carolina Aguirre. En clave de comedia diaria, la ficción se aleja del registro costumbrista que signó al género en las últimas décadas, en una puesta en la que se ve la impronta de Juan Taratuto (Nos sos vos, soy yo, Un novio para mi mujer), el cineasta que se encargó de marcar las bases estéticas de un ciclo que parece haberse concebido pensando más en conformar una propuesta sólida que en los arbitrios del rating y las fórmulas televisivas. Una lógica tan básica como pocas veces transitada en la pantalla chica por productores y programadores que no pueden dejar de pensar –aunque sea de modo inconsciente– en función del negocio.

Lucía González (interpretada por Muriel Santa Ana) tiene 31 años, vive sola y es la encargada de escribir el horóscopo en un periódico, por un sueldo “que es una miseria”. No es delgada, tampoco gorda. Su apariencia, sin embargo, se destaca del resto porque no suele usar ropa de colores vivos: el 80 por ciento de su ropero es negro y el 20 por ciento restante lo ocupa vestimenta en tonalidades grises. Tampoco es de esas mujeres que suelen estar arregladas: el maquillaje es, para ella, algo tan lejano como el orden en su departamento. Sin embargo, Lucía no está disgustada con su vida ni tiene crisis existencial alguna. O, al menos, eso aparenta, hasta que escucha que su mamá le apuesta a su hermana menor que a su casamiento ella va a ir “sola, gorda y triste”. Entonces, el mundo se le viene abajo de repente. Enojada con la apuesta que acaba de oír y con ella misma, Lucía se propone demostrarle a su mamá (Georgina Barbarrosa) que es capaz de conseguirse un novio. Tiene 258 días por delante. Y muchas citas, fobias, encuentros, candidatos y fracasos que motorizan la trama de una comedia atípica.

Esa búsqueda de un novio para que la acompañe al casamiento de su hermana que emprende Lucía está plagada de obstáculos. El primero y más importante es ella misma, una mina que vive encerrada en sí misma y a la que hasta ese momento pareciera que sólo le importa comer y ver tele. Sin embargo, luego de que le tocaran el orgullo con la apuesta, el otro estorbo que deberá sortear para alcanzar su objetivo es Manucha, una madre insoportable, obsesiva, acelerada, dispuesta a imponer “su” orden, que no es otro que el de que sus hijas se casen, formen una familia, “vivan felices y coman perdices”. En la persecución de encontrar a su media naranja, Lucía comenzará a ver en cada hombre que se le cruza en su camino a un potencial pretendiente, forzando situaciones de las que saldrá irremediablemente mal parada.

Más allá del nudo de la historia, que posee diálogos desopilantes pero sin caer en el delirio absurdo de otras comedias, Ciega a citas es, probablemente, una de las ficciones argentinas más coherentes de los últimos años. Nada aquí parece ser fruto del azar ni estar contaminado por otras “necesidades” que no sean la de plasmar en pantalla un programa en el que cada área funcione armoniosamente. Desde la cortina musical hasta la dirección (con mucho juego de travellings y menos planos cortos de los que acostumbra la TV), pasando por una adecuada musicalización que acentúa los puntos de quiebre de cada escena, el relato de Ciega a citas adquiere un tono inédito para la ficción local. Sin perder verosimilitud, le escapa oportunamente –para la historia que cuenta– al costumbrismo o a la frivolización neoyorquina de Sex and the city.

Buena parte de la razón de que Ciega a citas sea una serie compacta descansa en la adaptación del blog que realizó Marta Betoldi (Socias), al que a cada post –que no representa más de un minuto de aire televisivo– le supo añadir diálogos y situaciones que suman gracia y complejidad al relato, volviendo más plural la historia, originalmente contada desde el punto de vista de Lucía. El otro aspecto que ayuda a la naturalidad de la trama son las actuaciones del elenco, empezando por la sobria interpretación de Santa Ana en el papel de la protagonista, y de una Barbarrosa a la que el papel de la insoportable madre de Lucía le queda como hecho a su medida. El antigalán de Rafael Ferro, la hermanita perfecta que compone María Abadi y el creído compañero de trabajo que hace Fabián Arenillas también sobresalen, en un elenco que completan Osvaldo Santoro, Boy Olmi, Lidia Catalano, Silvia Montanari y Luis Ziembrowski (más una acertada participación de Sebastián Wainraich como un contador estructurado que percibe la vida a través de estadísticas).

En los primeros capítulos, Ciega a citas demostró ser una comedia impecable, sin excesos ni puntos muertos. El único aspecto que atenta contra el programa es el tardío horario (a las 23) en que el 7 decidió emitirla. Es un lugar en la grilla que, si bien no repercute en el producto final (por ahora), sí lo hace contra la posibilidad de que mayor cantidad de gente pueda disfrutar de uno de los ciclos mejor logrados de los últimos tiempos. Una comedia para todo público que, por cuestiones que sólo los programadores entienden, apenas la pueden seguir unos pocos.

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