TELEVISION › MUCHMUSIC EMITE UN DOCUMENTAL SOBRE PAPPO EN DOS EPISODIOS
La falta de imágenes y de testimonios de quienes acompañaron en sus primeros años al genial guitarrista provoca que el envío de Quieren rock no logre cumplir con la premisa de mostrar los costados menos conocidos de su vida y su carrera.
› Por Cristian Vitale
A menos que un documental trate acerca de una figura mediática de la era de la televisión, la escasez de imágenes es un escollo insalvable. Sin embargo, felizmente, Pappo no fue Palito Ortega, Jolly Land o Leo Dan. Fue Pappo y, como tal, en aquellos primeros catódicos –’60, ’70– a nadie se le hubiese ocurrido poner una cámara a su disposición. Primer dato concluyente: el documental que MuchMusic pondrá al aire en dos ediciones de Quieren rock (hoy y el viernes 13 a las 20) adolece de esa dificultad axiomática. Excepto un par de fotos y las tapas de los primeros LP en los que grabó el mejor guitarrista de la historia del rock argentino (Beat Nro. 1 y Rock de la mujer perdida, de Los Gatos), no hay registro en imágenes. No hay Pappo en movimiento. No hay posibilidad, ni la puede haber, de verlo en su origen. Apenas intuirlo a través de ciertos testimonios que arrojan luz sobre sus primeros pasos –el del periodista Alfredo Rosso es fundamental– u oírlo en piques cortos de púa mediante aquellas canciones primeras que fueron la chispa de una historia de casi cuarenta años: “La Estación”, primer y único registro del Carpo en su paso fugaz por Los Abuelos de la Nada, o el tema que da nombre al segundo disco de Los Gatos.
Una dificultad que el documental tampoco puede zanjar es el prolífico e intenso trayecto que Pappo encaró en 1971 y extendió hasta 1978: el Pappo’s Blues de los siete volúmenes. Los registros fílmicos son los que vio todo aquel medianamente interesado por el rock argentino (básicamente los de BA Rock III y IV) y alguna imagen perdida de Napolitano corriendo a campo traviesa por alguna llanura de la pampa. No más. El resto, hay que adivinarlo o anudarlo a través de tours sonoros muy escuetos y testimonios que, excepto el de Miguel Botafogo –su gran alumno y amigo que lo acompañó a Londres tras las cenizas del Volumen VII–, excluye a todos los músicos que lo secundaron en aquellas travesías sonoras que fraguaron un ser musical único. No están ni Black Amaya ni David Lebón, los dos guardianes del Volumen I, el de “El Viejo” y “Hansen”. Tampoco Pomo y Machi, la poderosa base que lo acompañaría en aquel Volumen III (que Eduardo de la Puente, con justicia, marca como el disco referencia más importante del rock argentino) ni Alejandro Medina, el Manal que sostendría el bajo en el IV, el de “Fiesta cervezal” y “Con Elvira es otra cosa”.
Buena parte del Quieren Rock dedicado a Pappo, entre dificultades inevitables y evitables, no da con su slogan promocional, “MuchMusic te muestra a Pappo como nunca lo viste”, porque parece más un material introductorio para principiantes que para buscadores de secretos. Bien compaginado, el material, sin embargo, no alcanza a mostrar al Pappo genuino, abarcativo y generador de un reguero de anécdotas que circulan por otros canales: revistas, programas de radio, biografías, relatos orales, etc. Ni siquiera lo logra en la parte en que las imágenes empiezan a ayudar: la época de Riff, bien apoyada en los testimonios de Vitico, Michel Peyronell y el manager Mundy Epifanio; el arrebato de Pappo contra DJ Deró en el programa de Repetto; la actuación con BB King en el Madison Square Garden, las sesiones bizarras de la grabación de Blues local o el desplante del guitarrista a un periodista de MuchMusic cuando lo comparó con Julio Bo-cca son hechos que ya están en boca de todos.
Tal vez las características intrínsecas de un personaje semejante desborden las posibilidades del formato. Quizás el formato mismo, o la necesidad de instalarlo en el mercado masivo de la televisión, obligue a omitir detalles que resultarían de mayor interés para sus devotos: el hiato de Aeroblus –casi ni se lo nombra– o el origen de canciones como “Adónde está la libertad” –escrita en una comisaría–, “Qué es un tulipán” o “Castillo de piedra” que, junto a “Era de tontos”, tuvieron el privilegio de ser grabadas por Luis Alberto Spine-tta. La impresionante cantidad de secuencias en las que el Carpo –incluidos los rounds con Vitico– terminó a las trompadas o generando un cariño entrañable entre muchos, o rompiendo persianas de un cabaret o ignorado, tocando en bares de mala muerte de Villa Fiorito son una ínfima parte entre las que se escapan de este “Pappo que nunca viste”. El Pappo que se verá, éste y el próximo viernes, es una bajada a documental del que más o menos conocen todos.
Queda como consuelo la columna vertebral del relato: un reportaje exclusivo que sirve de nexo entre las diferentes secuencias y revela destellos de la historia a través de su protagonista. “La guitarra, cuanto más se toca, más se te une. Es como una mascota, un hermano o una mujer”, por caso; la evocación del recital más largo de la historia (el de las siete horas en Obras, 1993) o el recuerdo del primer recital de Riff, en Rosario, donde Pappo y Vitico, después de apretar al dueño del boliche para cobrar, terminaron con una gorda tetona, desnuda, bailando temas de Chuck Berry en la habitación del hotel. “La gente llamaba por teléfono o nos golpeaba la puerta porque el ruido era molesto y yo salía a atender en cuatro patas porque me doblaba de la risa.” Así era Pappo, rockero absoluto. Así era quien, por razones lógicas y no tanto, el especial no alcanza a reflejar en su total dimensión, sino que apenas lo esboza para los extraños.
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