Mié 08.12.2010
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TELEVISION › CóMO FUERON LOS PRIMEROS CAPíTULOS DE CONTRA LAS CUERDAS

A la búsqueda de un balance

La ficción que acaba de estrenar Canal 7 busca alejarse de las líneas habituales con las que se dibuja el universo del conurbano. Aunque la trama todavía tiene detalles para corregir, destacan la búsqueda estética y un elenco que sabe lo que hace.

› Por Emanuel Respighi

Si todo relato televisivo –sin importar del género en que se encuadre– no expone otra cosa que un registro sesgado de la realidad que lo rodea, Contra las cuerdas suma a esa poderosa maquinaria mediática una mirada que carecía de lugar en el panorama actual. En tiempos en los que para el periodismo televisivo capitalino el conurbano sólo existe cuando está cruzado de sangre, tiros y tragedias, en una construcción simbólica de lo real que estigmatiza todo lo que desde esa zona provenga, la ficción que acaba de estrenar Canal 7 plasma en pantalla una visión más amplia y compleja sobre ese micromundo. Sin dejar de utilizar las características propias del género de la telenovela, el programa se vale del relato ficcional más popular de todos para hacer foco en una historia de clase media que transcurre geográficamente –a través de referencias ineludibles, aunque sin fijarlo explícitamente– en los márgenes más próximos a la Ciudad de Buenos Aires. Un lugar como cualquier otro, pero con códigos y lógicas de funcionamiento particulares.

Producido por On TV, la productora televisiva de Bernarda Llorente y Claudio Villarruel, Contra las cuerdas (martes a jueves a las 22.30) posee el sello inequívoco de sus hacedores, creadores de ficciones como Montecristo, Vidas robadas y Caín & Abel, entre otras. En esa misma línea narrativa, la ficción protagonizada por Rodrigo de la Serna, Maximiliano Ghione y Soledad Fandiño le aplica al típico disparador de dos hermanos en pugna por una misma mujer un trasfondo social que asume un protagonismo propio. A diferencia de las anteriores realizaciones de la dupla, el corte realista de Contra las cuerdas no está dado por una temática puntual, sino por la combinación de un contexto social, histórico y cultural que condiciona las relaciones de los personajes indefectiblemente.

En la ficción escrita por Esther Feldman (Lalola y Los exitosos Pell$), cada uno de los personajes pugna por sobrevivir al mundo hostil que se les presenta como puede, en una trama en la que la frontera que divide la ilegalidad de la legalidad, la que separa la solidaridad de la indiferencia, se entrelazan y se fusionan a cada paso, a cada instante, en cada acto. Los blancos y los negros de la vida cotidiana de esos seres desprotegidos que se la rebuscan en busca de la felicidad se funden, en la telenovela, en un gris plomo y pesado, aunque no necesariamente oscuro. La “sucia” dirección de Alejandro Maci sostiene la propuesta en una estética a tono con un guión áspero, aunque no por ello desesperanzador.

Contra las cuerdas cuenta la historia de un grupo de personas de clase media que comparten la vida en algún barrio del conurbano, pero de valores, expectativas e ilusiones disímiles. La trama se centra en Ezequiel (De la Serna), un boxeador amateur que tras negarse a perder una pelea en su Entre Ríos natal se fuga a Buenos Aires con el objetivo de evitar las consecuencias mortales de aquella decisión y rearmar su vida, dejando en Chajarí a su mujer y sus hijos. En su nuevo lugar en el mundo, en el cual su único contacto es su hermano Luciano (Ghione), a quien no ve desde hace años, Ezequiel se topará con la realidad completamente diferente de la que proviene. Un ámbito que, apenas lo pisa, le muestra las dos caras antagónicas de su existencia: la violencia y la solidaridad. En esa “aventura”, el recién llegado conoce a Ana (Fandiño), una estudiante de periodismo que trabaja en la cooperativa del barrio y con la que se involucrará sentimentalmente, al igual que su hermano.

Sin caer en los idílicos universos que suelen construir las telenovelas, ni en el mundo lumpen que privilegian los noticieros o periodísticos, Contra las cuerdas logra plasmar una historia que le escapa al maniqueísmo propio del medio. En el cosmos de acción que la ficción recreó en los primeros capítulos, el bien y el mal no sólo conviven, sino que también a menudo se mixturan según las circunstancias por las que deben atravesar los personajes. Si bien en la trama hay “héroes” y “villanos”, solidarios y estafadores, bondadosos y delincuentes, ninguno parecería estar en condiciones de tirar la primera piedra. Todos parecerían ser el fruto –algunos menos podridos que otros– de un sistema del que no les es fácil escapar, aunque no se resignan a dejar de intentarlo. Un programa al que le sobrevuela el antecedente de Okupas, aunque sin la historia y el clima ominoso de aquella ficción que Bruno Stagnaro dirigió hace más de una década también por Canal 7.

El desafío al que se enfrenta Contra las cuerdas resulta ser el de lograr asentar esa visión positiva, esperanzadora, con la dura realidad en la que transcurre la trama. En los primeros capítulos, en su finalidad de lograr transmitir las complejas circunstancias de los personajes, el programa dejó la sensación de estar signado por un exceso de violencia que atenta contra el discurso mediático con el que pretende dialogar. Que haya más discusiones que diálogos, que buena parte de los primeros conflictos se diriman a los golpes, y que (casi) todos los personajes se coman las “eses” cuando hablan no ayuda en absoluto a desmitificar la visión del conurbano como tierra fértil para la delincuencia y la violencia. Una contradicción que, se supone, el avance de la trama irá corrigiendo, a medida que la historia de amor tome protagonismo.

Desde este punto de vista, Contra las cuerdas se presenta como un ciclo que, analizado de manera aislada, puede llevar a los televidentes a realizar lecturas equívocas. Es en el contexto de la TV actual donde la ficción refuerza una identidad propia, aportando a la pluralidad y diversidad del discurso audiovisual actual. El valor actual de Contra las cuerdas, entonces, descansa más por lo que la diferencia del relato televisivo que por lo que –por el momento– es por sí misma. No es poco, aunque tampoco parece ser suficiente como para atrapar a un público fiel y equilibrar las revoltosas aguas discursivas de la época.

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