Mié 28.09.2011
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TELEVISION › OPINION

Una voz en el teléfono

› Por Eduardo Fabregat

Las malas lenguas aseguran que, cuando le fue propuesto el papel de Alfredo Astiz en Lo que el tiempo nos dejó, Mike Amigorena no tenía idea de quién era el tal Astiz. Eso no le impidió investigarlo y, gracias a su calidad actoral, entregar una inquietante performance de uno de los personajes más siniestros de la historia argentina. Amigorena fue un Astiz que helaba la sangre, que seguramente le granjeó odios por parte de quienes creen que el pasado debe ser enterrado y hasta de quienes exageran su apasionamiento con lo ficcional. Nada de eso lo detuvo ni le produjo inseguridades ni fue menoscabo para un trabajo inolvidable.

Héctor Magnetto, parece, es otro cantar. Algo huele raro en la historia alrededor de El pacto: más allá de la opinión de este cronista (que cree que un tema que aún no tiene una resolución judicial definitiva, y encima este tema, es algo espinoso para una ficción), llama la atención que Amigorena haya percibido recién ahora los problemas que podría acarrearle ser parte de una serie que cuenta la apropiación ilegal de Papel Prensa. De allí el convencimiento de que existió un “llamado desinteresado” –resuena una y otra vez la anécdota del celular con una conocida voz diciendo “Mike, todo bien, hacé lo que quieras, pero mirá que esto trae consecuencias...”–, un recordatorio de que para un artista no es buena idea cerrarse las puertas del Grupo Clarín.

La débil desmentida de Amigorena, la confusa alusión a sus “inseguridades” el lunes por la noche en Radio Continental, no ayudaron a despejar las sospechas. En el actual estado de las cosas, nadie puede asombrarse de la teoría de un apriete del GC para “reducir daños” frente a una ficción sobre Papel Prensa. En todo caso, asombra la torpeza y obviedad de la maniobra, que perjudica más al Grupo (tan amigo de llenar portadas y zócalos pidiendo tolerancia, democracia y diálogo) y al actor, hojita temblorosa en el viento político de la Argentina 2011, que al mismo El pacto. Las ficciones surgidas de los concursos del Incaa abarcan una multitud de temáticas, géneros y estilos: sería una estupidez pensarlas como otro alfil en la guerra contra los medios concentrados –una de las estrategias en los despachos del Grupo–, cuando solo El pacto levantó ronchas. El mensaje parece claro: con Astiz, todo lo que quieran. Con Magnetto no se jode.

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