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Domingo, 15 de enero de 2012

TELEVISION › LOS AUTORES DE TV, EL AVANCE DE LAS PRODUCTORAS Y EL ROL DE ARGENTORES

Un conflicto sin nada de ficción

 Por Emanuel Respighi

Pablo Lago y Mario Segade, dos de los autores de televisión que participan del debate.
Imagen: Gustavo Mujica & Bernardino Avila.

Se trata de una de esas problemáticas que suelen estar latentes y que por algún motivo estallan en el momento menos pensado. De esos conflictos que en ciertos ámbitos tienen rango histórico, pero que por diferentes razones nunca terminaron de hacerse explícitos públicamente. Una tensión que la televisión siempre mantuvo puertas para adentro, sea por el interés de silenciarla de algunos sectores, y/o por la imposibilidad de otros de que su inquietud sea escuchada. Pero de esas que basta que alguien la roce con alguna declaración para que la disputa emerja y ya no haya vuelta atrás. Algo de eso fue lo que se puso de manifiesto días atrás, luego de que Roberto “Tito” Cossa, en su rol de presidente de Argentores, publicara en Página/12 una columna de opinión en la que defendía el rol de la sociedad de gestión en su defensa de los derechos de propiedad intelectual de las obras televisivas. El dramaturgo le contestó públicamente a Marcelo Camaño (autor de El pacto, Vidas robadas y Televisión X la Identidad), que en una entrevista publicada en la edición del lunes 26 de diciembre había afirmado: “Argentores nos ha dejado de lado, arreglando como podemos con los productores en soledad”.

La necesidad de los autores de televisión de que se les reconozca el derecho inalienable de ser los verdaderos creadores y desarrolladores de los programas de TV es una disputa que viene de larga data. Muy atrás quedó el tiempo en el que los nombres de Alberto Migré, Abel Santa Cruz o Juan Carlos Cernadas Lamadrid eran tan o más importantes que el título del programa que se emitía. La proliferación de los productores independientes, que en muchos aspectos tanto bien le hicieron a la ficción local, devino en un paulatino avasallamiento del lugar que el autor televisivo tiene respecto de cualquier obra del género. Esta pérdida del rol no se limita a una mera cuestión mediática (como figurar en un lugar menor en los créditos, o ni siquiera hacerlo en las posteriores reediciones de los programas en DVD o en las versiones que de sus creaciones se hacen en el exterior). El rol secundario del que fueron objeto los guionistas de TV se percibe fundamentalmente en la absoluta entrega –la mayoría de las veces “de por vida”– de sus derechos de autor sobre el programa realizado al productor que los contrata, que los obliga a hacerlo como condición sine qua non para poder ejercer su trabajo. Una práctica que se institucionalizó en la industria televisiva argentina y que desconoce leyes como la del autor y la de Propiedad Intelectual (la 11.723, reglamentada hace dos años luego de más de 70 años “congelada”), donde se subraya que los únicos dueños de los derechos de una obra son los autores.

Página/12 consultó a un grupo de reconocidos guionistas de ficción, que desde hace años trabajan para los distintos canales y productoras, sobre los motivos por los que la profesión fue cediendo lugar en la industria televisiva. Las razones que esgrimen son variadas. En primer lugar, reconocen el egoísmo económico y artístico de las productoras independientes, que tras su irrupción en el mercado televisivo argentino establecieron la práctica de hacerles firmar a los autores en sus contratos la cesión de los derechos de comercialización y explotación de las obras “a perpetuidad”. En segundo término, algunos admiten que probablemente haya habido cierta responsabilidad de los mismos guionistas en no haber podido vehiculizar en su momento una fuerza colectiva mayor para que eso no suceda. Y en tercer lugar, en el relevamiento realizado los autores consultados cuestionan el rol que Argentores tiene desde hace años. Una serie de razones que se entrelazan y que explican el secundario lugar que hoy tienen los autores.

“Más que avanzar al autor, el productor lo aplastó”, puntualiza Adriana Lorenzón a Página/12. “Cedemos nuestros derechos a perpetuidad, cosa que no es legal en la Argentina, y nadie puede hacer nada porque la ley también tiene su trampa. Por un lado dice que el derecho moral del autor es irrenunciable pero por otro dice que el derecho se puede comercializar, sin establecer ningún parámetro. En nuestro país no existe el copyright pero todos firmamos contratos que lo tienen de manera encubierta, sin ninguno de los reconocimientos que el mismo copyright tiene con el autor en países como Estados Unidos, donde, a pesar de ceder sus derechos, el autor sigue teniendo autoridad sobre su obra, además de cobrar regalías por la comercialización de ésta. Nuestros guiones son vendidos y los autores no recibimos un centavo por esa venta. Se hacen versiones sobre nuestras obras y no tenemos ninguna opinión sobre ellas. Cuando los productores venden nuestras historias, nos ocultan debajo de una mesa para que los compradores no nos conozcan”, comenta la autora de ciclos como El Elegido, Los Roldán y Montecristo, entre otros.

En la misma línea, Marcela Guerty, autora de El hombre de tu vida, Culpables, Padre Coraje y Hombres de Honor, entre otras ficciones, también cree que el principal problema de los guionistas es la cesión de por vida a los productores de los derechos. “En otra época –señala–, los autores eran los creadores de un programa, desde lo formal, lo concreto y real de la tarea, y desde lo legal porque conservaban el derecho de propiedad de su obra. Como corresponde por ley, lo cedían por una cantidad de años a la productora que hiciera el programa y luego esos libros seguían siendo de ellos, eran su obra. Hoy en día, en la mayoría de los casos, lo que escribimos no es más nuestro, los derechos pasan a manos de las productoras de por vida y el autor se queda sin su obra, que es su patrimonio. Es una locura que al final de su vida un autor no tenga su obra.”

Una de los argumentos que suelen esgrimir los productores para explicar que el programa les pertenece es que ellos les llevaron la “idea” a los autores y por tanto son los “creadores” del formato. Ernesto Korovsky, guionista de El sodero de mi vida, Son amores, Durmiendo con mi jefe y Sos mi vida, echa por borda esa justificación, que a su parecer esconde otra cosa: “El asunto del formato es una excusa diabólica. ¿Chica rica que se enamora de un chico pobre es un formato? No, flaco, eso es una frase, a lo mejor es un título. Eso no te hace dueño de todo ni mucho menos. No estoy diciendo que un productor o alguien no puedan tener una muy buena idea original y es justo que sea reconocido (la ley vigente habla de obra, la idea original no tiene ninguna entidad legal). A lo que voy es a que te dan diez páginas, una sinopsis, planteo de personajes, todo, después vos tenés que sentarte y escribir 120 capítulos. Claramente, la autoría de la obra les pertenece a quienes escriben el cuerpo de la obra, son los 120 capítulos los que se venden, esto no es un formato. Pero el productor quiere el lugar del autor, por un lado porque lo prestigia, y además es al autor, como dueño inalienable de la obra, a quien la ley defiende.”

El rol de Argentores

Más allá de reconocer el egoísmo económico y artístico de los productores como causa fundamental para este oscuro diagnóstico, todos los entrevistados cuestionan el rol de Argentores. La cuestión versa sobre si la entidad, en su calidad de sociedad de gestión, debe ser la encargada de velar por los derechos laborales de los autores televisivos, que no tienen sindicato alguno que los nuclee. A Argentores, los autores le critican su ausencia y rol pasivo para revertir esta situación.

“Argentores no ha logrado cumplir ni siquiera una mínima ley que es de máxima prioridad: el derecho moral del autor, que exige que cada vez que se publique en forma escrita o por promoción radial y televisiva el nombre de un programa debe mencionarse al autor del mismo”, cuestiona Marta Betoldi, quien estuvo detrás de los guiones de Socias, Ciega a citas y Cuando me sonreís. “Cuando uno abre diarios y revistas, observa promociones de televisión, trailers de venta del producto, notas periodísticas, mira las tapas de los DVD de nuestras series que se venden aquí y en el mundo, y nota que, salvo contadísimas excepciones, no figura el nombre del autor. Si pasamos esta práctica a la narrativa, la literatura argentina no tendría nombre de autor, sino de editoriales y traductores”, subraya.

Pablo Lago, autor de ciclos como Gasoleros, Primicias, Hospital público, Locas de amor, Media falta, Lalola, también cuestiona a la mutual que se encarga de recaudar el dinero de los autores. “Se sabe –cuenta el guionista– que de programas argentinos emitidos en México, en el rubro guión figuraba el nombre de la productora. Argentores, que tiene la fuerza de la ley para velar por todo esto, hace ojos ciegos. Nos ha dejado indefensos, solos. Se ha limitado a una asesoría formal. Argentores debe respetar el fin para que fue creado: velar por los derechos de los autores, cosa que no hace. Por otra parte, darle trabajo a un autor no da derecho a cosificarlo, coreanizarlo o esclavizarlo. Un autor es el primer aliado del productor, no su escriba. No puede serlo. Los autores no queremos ni el cartel ni las regalías del productor o del director. A cada quien lo suyo. La televisión es un trabajo de equipo, mancomunado; pero el productor produce, el director dirige y el autor escribe.”

Además de la falta de acompañamiento legal, los autores le cuestionan a Argentores la condición de ser poco eficaz en las liquidaciones que les corresponde por la emisión de sus programas. Para Cecilia Guerty (Valientes, Malparida, Soy gitano, Se dice amor, Lobo), el papel de Argentores en este proceso fue el de “una vaca mirando el tren”. Según su opinión, la única salida que ve es que la sociedad “cambie sustancialmente su rol, no sólo frente a las productoras y a los canales. Frente a los autores también. Estamos padeciendo una situación muy poco clara, y generalizada, respecto de las liquidaciones de derechos. Y también, de algún modo, deberíamos poder cambiar la relación entre autores y productores, llegar a un vínculo más de socios que de proveedores de servicios”. Por su parte, Mario Segade (El puntero, Verdad/Consecuencia, Resistiré, Vulnerables, El deseo) sostiene que “Argentores es responsable de entablar relaciones con las productoras y canales y dejar de protestar en una mesa de café”. “Muchos productores están dispuestos a sentarse a conversar y acordar políticas, pero es Argentores la que debe acercarse a ellos para que eso sea posible. Argentores es una entidad manejada en la actualidad por autores de teatro que creen que la televisión es un tema de los que allí trabajamos, no de ellos como entidad.” El autor también señala como cosa preocupante que “el Estado nacional, a través de sus pantallas, contrate autores violando la normativa vigente y desconociendo la ley 11.723 y la ley del autor. Empezar por ahí es la tarea”.

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