Sábado, 16 de junio de 2012 | Hoy
TELEVISION › MIRTA BUSNELLI, ROBERTO CARNAGHI Y SU TRABAJO EN GRADUADOS
Aunque disfruta la posibilidad de generar un intercambio que agregue algo a su rico historial, el dúo no pierde de vista que los tiempos de una tira no son los ideales. “Pero el pan amargo uno lo puede comer en TV, teatro o cine, no es potestad de un medio.”
Por Emanuel Respighi
Es increíble cómo, a veces, el mágico mundo de la pantalla chica puede llegar a traspasar los límites del televisor. La natural manera en que suelen imprimirse en los actores los personajes que interpretan así lo atestigua. Tal vez sea por esas ocho horas diarias –como mínimo– en las que juegan a ser otros a lo largo de todo un año, cuando aceptan hipotecar la mayor parte de su tiempo despierto involucrándose en una tira diaria. O, por qué no, por las entrevistas que además conceden en el momento del almuerzo, esa hora en la que abandonan la ficción por un rato para volver a pensar como personas. ¿O, acaso, ese supuesto traslado ficcional de personajes y relaciones fuera de la pantalla no es, en realidad, una percepción contaminada de la mirada de un tercero? Cualquiera sean las razones, lo cierto es que en la entrevista con Página/12 Mirta Busnelli y Roberto Carnaghi repiten actitudes y roles que encarnan en Graduados (lunes a jueves, a las 21.15), la ficción de Telefe en la que le sacan brillo a un entrañable matrimonio judío. En la sesión de fotos y en el diálogo, Busnelli/Dana da órdenes, instrucciones y sugerencias sobre todo. Y Carnaghi/Elías acepta, con mayor o menor gana.
En la piel de Dana y Elías Goddzer, los padres de Gabriela (Violeta Urtizberea) y Andy (Daniel Hendler), la pareja de actores se destaca dentro de una ficción que se convirtió –hasta la llegada de ShowMatch– en el programa más visto del año. Sumándole picardía y tensión a la relación de sus personajes en la coproducción de Telefe y Underground, Busnelli y Carnaghi le aportan los momentos más jugosos a Graduados, con la sabiduría de quienes saben lo que hacen. No es casualidad: no se trata del primer matrimonio que la pareja de actores interpreta. En el comienzo de la democracia hicieron marido y mujer en Los insomnes (1984), un pretencioso film de Carlos Orgambide basado en un texto de Beatriz Guido. Después volvieron a ser pareja en Personas y personajes, el ciclo televisivo de ficción basado en hechos reales que dirigió Pablo Antonio en los ochenta. Y más tarde compusieron en Disputas (2003) a un inol-
vidable y particular matrimonio, en el que Carnaghi hacía de capomafia berreta y Busnelli de una madama degradada y sórdida. “Ese matrimonio fue fantástico. Porque veía por tele las cosas que hacíamos y decía que no era verdad lo que habíamos hecho. Eran cosas muy jugadas”, apunta Busnelli. “La culpa de eso la tuvo Adrián Caetano, el director, que es un tipo al que uno se tiene que entregar. Me acuerdo de que hubo una escena en la que mi personaje le regalaba un ramo de flores y ella un consolador, teníamos sexo debajo de la mesa. ¡Y terminaba limpiándome la boca con el mantel!”, recuerda Carnaghi, aún hoy atónito por las cosas que hicieron en la ficción ideada y dirigida por Caetano.
En una búsqueda y temática completamente diferente a la experiencia producida por Ideas del Sur, en Graduados los actores le ponen pimienta a un matrimonio de años, reconocible en cualquier hogar argentino. De esas parejas de toda la vida que aprendieron a soportar lo insoportable del paso de los años, en una relación tan viciada por los reproches y los achaques de la edad como graciosa para los extraños. Un matrimonio con un reconocible componente judío, pero que trasciende su condición religiosa. “Desde un primer momento era un matrimonio judío. Pero intentamos hacer un matrimonio de larga data cruzado por lo judío pero actualizado, no ortodoxo. Dana y Elías son judíos nacidos y formados en Argentina”, apunta Busnelli.
–¿Acuerdan que en Graduados conforman un matrimonio que tiene visibles rasgos judíos, pero con problemáticas y relaciones propias de cualquier matrimonio de muchos años?
Mirta Busnelli: –Cuando en la calle me preguntan si soy judía, yo me sorprendo, porque no hacemos a un matrimonio judío ortodoxo. Creo que nuestro matrimonio es judeocristiano. Muchas veces pongo en escena actitudes de mi mamá.
Roberto Carnaghi: –El de Dana y Elías es un matrimonio como cualquier otro. No creo que haya diferencias en matrimonios de años porque sean italianos, judíos, católicos o españoles. Con cuarenta años de matrimonio, a todos nos pasan más o menos las mismas cosas: nos peleamos, nos preocupamos por los hijos, discutimos, nos encabronamos con el otro, repetimos actitudes y nos soportamos. A Dana y Elías les pasan las mismas cosas que a la mayoría de los matrimonios mayores. Esa es la clave.
–¿Creen que si hubieran hecho un matrimonio judío ortodoxo hubiesen caído en el estereotipo?
R. C.: –La hubiésemos pifiado, porque no somos judíos ni hablamos iddish, por ejemplo. Además, la necesidad televisiva de subrayar determinados rasgos nos hubiera obligado al estereotipo. Que un tipo de más de 60 años esté todo el tiempo viendo tele y que la mujer se queje de que lo único que hace es estar conectado a ese aparatito o al diario es algo que sucede en cualquier hogar. A veces, de hecho, me encuentro diciéndole a mi mujer en la vida real textos de la ficción. O también agrego expresiones a la ficción que le suelo decir a mi mujer.
M. B.: –Ernesto Korovsky, el autor, nos dijo que él hablaba de su familia, de las cosas que les pasaban a sus tíos y a sus padres.
–Ustedes parecen dos actores ideales para trabajar personajes cotidianos, que provocan una rápida identificación del público.
M. B.: –Los personajes de la TV, por lo general, son populares. Pero Graduados no es costumbrismo.
R. C.: –Creo que los de la vieja escuela tenemos mayor facilidad para imprimirle cotidianidad. A los más jóvenes, en algunos casos, parece que les da lo mismo tomar un café o recibir un insulto. Hay muchos actores jóvenes en TV a los que no les pasa nada. Nosotros sentimos esa cotidianidad.
M. B.: –Salvo las sitcom, que tienen algo de sketch, las tiras requieren de un registro más natural. En la sitcom hay condensación de tipología. En Graduados hay identificación fácil, pero no es ese costumbrismo aburrido donde no pasa nada. Graduados tiene un guión donde suceden cosas y con un trabajo de búsqueda de los actores.
R. C.: –Hay una descripción que no falla: la TV es de la producción; el cine del director, y el teatro del actor. Graduados es un trabajo colectivo que respeta esa filosofía.
–¿Cómo influye el conocimiento previo que tienen, tanto personal como profesional, a la hora de componer un matrimonio para una tira diaria?
M. B.: –Si uno tuvo una buena experiencia, se supone que el conocimiento tiene que ayudar. De todas maneras, cada trabajo se me hace un proyecto nuevo. Cuando uno empieza un programa, obra o película, aunque conozca a muchos compañeros, lo que se pone en juego es una constelación distinta. Es una obra que se va construyendo a partir de otras coordenadas. Además de que me encanta como actúa, Roberto me da mucha tranquilidad, me da confianza. Es una persona muy tranquila trabajando, que me allana el camino. Porque la tele tiene un vértigo permanente, sobre todo las tiras. Yo considero a las tiras algo contranatura para el actor. Entonces, cuanto más afinidad entre los actores, mayor posibilidad creativa hay. Sé que puedo jugar a la actuación y proponer cualquier cosa, que Roberto no lo va a tomar a mal nunca. El actor necesita no tener el peligro que da la extrema susceptibilidad de algunos.
R. C.: –A veces, de todas maneras, por más que hayas trabajado con alguien, uno no tiene tranquilidad. Tal vez porque la experiencia no fue buena, o por tener registros de actuación o maneras de trabajar diferentes. Con Mirta ponemos en práctica el mismo código. Por más que hemos hecho otros matrimonios, los personajes son otros y esa relación hay que hacerla de cero. Tenemos una afinidad humana y artística que hace todo más fácil. Los dos nos plantamos frente al trabajo con la misma energía.
M. B.: –Yo tenía bastante miedo, al punto casi de no aceptar el papel, sobre cómo interpretar a una madre judía, lugar común si los hay. Hay muchas actrices que supieron hacer ese rol muy bien, como Gabriela Acher, por ejemplo. Mi dilema era qué podía aportar de nuevo a esa caracterización, qué podía sumar para que a los televidentes les dé ganas de mirarlo. Cuando supe que Roberto iba a ser mi compañero, creí que algo podía salir de ese encuentro. El actor tiene que estar abierto a que en el encuentro artístico surja lo que en forma individual no se encuentra.
–¿El riesgo, en su caso, que habían hecho otros matrimonios, era no repetirse?
M. B.: –Uno a veces termina copiándose de sí mismo. Existen los vicios actorales por falta de tiempo. Muchas veces en el set uno propone buscar alguna escena por otro lado, diferente a la idea original, como para probar, y no hay posibilidad de hacerlo. Yo sostengo que probando uno se lleva muchísimas sorpresas.
R. C.: –En la TV uno no tiene tiempo para probar, para ensayar. En todo caso, uno prueba todos los días, construyendo al personaje y sus relaciones a diario. Los personajes se construyen al aire. Hay que estar despierto. Se nota cuando un actor trabaja para irse temprano.
M. B.: –Pero aun cuando uno le pone toda la energía y el amor, el trabajo de una tira diaria es un exceso. Nadie puede trabajar tantas escenas diarias durante un año. Es un trabajo industrial. Y la industria televisiva, casi siempre, tiene necesidades inherentes al negocio que la alejan de lo artístico. El arte y la industria no son un buen casamiento.
–¿Qué es lo positivo, más allá de lo económico, de hacer una tira, entonces?
R. C.: –La tira es buena como negocio, pero no es buena ni para el actor ni para el director ni para los técnicos. ¿Cómo hace un director o un protagonista, que se levantan a las 7 de la mañana y graban hasta las 7 de la tarde, para pensar creativamente si además cada día se llevan el libreto del día siguiente? Es imposible. Muchas veces esos esquemas de producción hacen que ni siquiera tengan tiempo de ver el programa. Los resabios del acto creativo en una tira responden casi exclusivamente al orgullo individual.
M. B.: –La actuación tiene el mismo nivel de hastío que el dulce. El exceso nunca es buen compañero. Sólo en la Argentina hay programas de 200 capítulos. La pregunta del millón es saber si es posible otro esquema de producción y de emisión aquí. El dinero, para el actor, es un estímulo, pero no mejora el trabajo creativo. No hay dinero que pueda pagar el descanso y el tiempo que uno necesita para pensar una escena. La necesidad del negocio televisivo tiene un precio, y lo paga la calidad de lo que se hace.
–¿Y cómo convive, entonces, la necesidad artística cuando hacen TV?
M. B.: –Antes yo era demasiado fascista conmigo misma. O era bueno o era malo. La TV, no; el teatro, sí. Era más drástica, más dictadora conmigo misma. Tenía una exigencia castradora, porque siempre existe la posibilidad de desarrollar cosas interesantes, incluso donde hay chiquero. No todo es negro y blanco. Hay obras que no te causan expectativas y te sorprenden. Y otras que esperás mucho porque está lo más prestigioso y resultan un plomazo. El ser actor es un proceso coral. En base a cómo se da esa constelación colectiva puede o no ser propicia para que se dé el hecho artístico. En Graduados hay muy buen clima de trabajo y cada uno pone lo mejor. Es el sistema el que determina la violencia contra el hecho artístico, no la gente que lo hace.
R. C.: –El pan amargo uno lo puede comer en TV, en teatro o en cine. El pan amargo no es potestad de un medio. Ni el tiempo ni la plata ni el mejor actor del mundo determinan si una obra artística logra su cometido.
M. B.: –Además, lo que termina de completar el trabajo es la mirada del público. La experiencia artística es la mirada del otro. Mucha gente me felicita en la calle por Graduados, y yo siento que ese encuentro es inferior al encuentro que cada noche ese espectador tiene con el programa o con el personaje. El encuentro que se produce en la ficción es imposible de trasladar. Nunca vamos a sentir lo que yo siento cuando actúo y lo que esa persona siente cuando ve al personaje. La ficción es una experiencia estética.
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